Historias mínimas
Periodismo, enfermedad incurable
Manu Leguineche, fallecido en enero a los setenta y dos años, encarna al periodista total: del redactor deportivo al corresponsal de guerra (y paz). Maduró en el oficio con Miguel Delibes en El Norte de Castilla, y también trabajó en Televisión Española. Fundador de las agencias de noticias Colpisa y Fax Press, su última «misión» consistió en dirigir Siglo xxi, revista que él mismo impulsó.
En junio sus amigos le homenajearon en Bilbao, acto al que acudieron, entre otros, Rosa María Calaf, Iñaki Gabilondo, Juan Cruz o Javier Reverte, compadre de Leguineche durante treinta y cinco años. «Lo que mejor lo define, al menos para mí, es su risa. Siempre lo recordaré como un gran reidor.»
Todo gafas y bigote, Leguineche era un vasco en la reserva, un soltero impenitente con amores simultáneos. Por ejemplo, La Alcarria, el Athletic o el mus y decir la verdad (valga la paradoja). Porque la verdad no sirve de nada si no se cuenta. Eso es una provocación. Un órdago a grande con los cuatro pitos.
Somos lo que leemos y lo que viajamos. De ahí que muchos se entregaran al periodismo de la mano de Leguineche. En especial, con El camino más corto, libro que narra su trepidante vuelta al mundo en jeep. Una aventura que duró tres años, y que si lees con quince te garantiza una nueva vida. Nueva y mejor.
Al periodista vocacional, como él, no le bastan los hechos. Su obsesión es conocer, descubrir, saber más… Narrar el dolor y desnudar la mentira. Sin frivolizar ni moralizar. Consciente, eso sí, de que los lectores se aburren de todo lo que dure más de quince días. ¿Y qué? Lo importante es asumir que la objetividad no es posible, pero jugar limpio sí. Tanto si comienzas como si eres un veterano de guerras y redacciones.
No hay periodismo sin curiosidad, ni una buena historia sin investigación. «¿Tu madre dice que te quiere? Compruébalo.», prescribían en The Chicago Tribune. El resto es anécdota. Anécdota o sueño, porque en esta «tribu» se pasa mucho sueño. Quien lo probó lo sabe.
Si el hombre está formado de cuerpo y alma, el periodista es cuerpo, alma y pasaporte. «Lo esencial es no perder el sentido del humor. Y del amor, si es que lo tienes», decía Leguineche. Cuando eso ocurre, la pasión periodística lo fertiliza todo.
El mundo no necesita más cínicos. El mundo necesita periodistas.