Desde la redacción
«Porque incluso eso que llamas favorito, todos los días, cansa». No lo decían sobre el sabor de helado que más te gusta, ni de tu bolso preferido, ni de esa canción que escuchas en bucle, o de la comida que siempre pides cuando cenas fuera… Bajo el lema «Poliamar», el anuncio presentaba una colaboración entre marcas de moda. Estaban hablando de camisetas y pantalones, pero no solo de camisetas y pantalones. En la imagen, una chica y un chico se hacían arrumacos y, de repente, se unía una tercera. Y luego un cuarto.
En el amor de pareja, afirmar que alguien nos puede cansar y que por eso necesito más o cambiar o ir turnando es no reconocer la dignidad del otro y reducirle a un objeto del que tomo lo que quiero cuando quiero. Pero estamos hechos para ser amados, no para ser usados. «Cada vez se dice más que la monogamia es antinatural. Que, por supuesto, la gente “necesita” varias parejas como necesita cuatro casas o seis automóviles. Pero esos son deseos, no necesidades», escribe Mark Regnerus, presidente del Austin Institute for the Study of Family and Culture, en Cheap Sex.
La realidad es que, cuando nos enamoramos, queremos pasar toda la vida con la otra persona. Las canciones de amor lo gritan a los cuatro vientos, ahora como antes: «I can’t live without you», «Quiero que no exista el tiempo», «I will always love you», «No puedo imaginar mi mundo sin ti»… Es un anhelo universal. Un reciente estudio de una agencia para El País muestra que la mayoría de los encuestados elige vivir un amor exclusivo, monógamo y en convivencia; y «casi tres de cada cuatro creen que están con el amor de su vida». La exclusividad no es un problema, aunque así lo entiendan quienes defienden que la monogamia está obsoleta.
El anuncio en cuestión suelta otra perla: «A veces amas tanto, llevas tanto dentro, que necesitas amar a más». Como resalta un artículo del Institute of Family Studies, aunque «los defensores del poliamor dicen que su propuesta tiene que ver con el consentimiento y la difusión del amor», las investigaciones apuntan hacia otra línea: dos tercios de las relaciones no monógamas son no consentidas, los hombres piden más a menudo esta dinámica, y las mujeres se sienten con más frecuencia presionadas para aceptarla. Además, quienes viven de modo no monógamo manifiestan una menor satisfacción en la relación. Puede que este último punto tenga que ver con la paradoja que Regnerus subraya en su libro: «El poliamor les exige de manera constante una gran confianza a las personas que se resisten abiertamente a la idea de la fidelidad. Resulta bastante irónico, y también es la razón por la que relaciones así casi nunca duran».
En España, según el estudio publicado en El País, el 83,2 por ciento prefieren la opción monógama (y, en la práctica, lo son el 94,6 % de las parejas). Quienes tienden más a modelos no monógamos son, también en este informe, los hombres (un 16,4 %, frente al 6,2 % de ellas), pero con mayor inclinación a contactos sexuales ocasionales con terceras personas (14,2 %) que al poliamor (2,2). Estos datos me recuerdan a lo que me comentaba un amigo: en el fondo puede que lo que esté en aumento no sea tanto el poliamor como el polisexo —y un sexo desligado del amor—. Y ahí entra de lleno la mentalidad de uso, al reducir al otro a un objeto de placer; así se explica que puedas decir «tu favorito todos los días cansa» sin que se te mueva una ceja.
Aunque, en cierto sentido, al anuncio «Poliamar» podríamos darle la razón en algo: resulta ingenuo pensar que hay alguien en el mundo que te va a llenar completamente, que va a cubrir todos tus anhelos más profundos. El ser humano es un ser social por naturaleza —ya lo decía Aristóteles— y por eso creamos lazos de muchos tipos: familiares, de amistad, laborales, de pareja… No podemos encasquetar la responsabilidad de nuestra felicidad plena a nadie. Además de ingenuo, sería injusto. Tal vez nos influye demasiado el mito de la media naranja, pero cada cual es una persona entera, alguien con muchos aspectos vitales que se desarrollan, crecen y se expanden en múltiples ámbitos. Las parejas volcadas sobre sí mismas, aisladas, sin conexión con el resto del mundo, en las que se exige que el otro cumpla con el plan propio de realización vital son tóxicas y no tienen un happy ending. El amor del bueno es difusivo, no centrípeto.
Pero la solución no está en el poliamor, como escribe Denise McAllister: «Lo que necesitas son amigos reales y cariñosos, no más relaciones sexuales». Para esta autora estadounidense, especializada en cultura y política, uno de los mayores peligros de nuestra civilización sexualizada tiene que ver con el deterioro de las verdaderas y profundas amistades.
Y, en las relaciones de pareja, es necesario poner en juego no solo el amor que espera recibir (eros) sino también el que da (agapé): cuando uno se esfuerza por amar levantando la vista del ombligo, se percata fácilmente de que también él es incapaz de colmar la felicidad del otro. Se sitúa así en esa mirada incondicional, de un amor más auténtico que no abandona ante lo que le roza o le disgusta, y que agradece, con la vida entera, que el otro no huya de sus defectos. No se trata de una tarea pequeña, por eso, cuando «amas tanto, llevas tanto dentro» no solo necesitas «amar a más» sino también amar mejor.
LA PREGUNTA DE LA AUTORA
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Lucía Martínez Alcalde [Fia 12 Com 14] es redactora de Nuestro Tiempo y escritora. También es autora del blog #MakeLoveHappen. Su última novela publicada es Por donde entra la luz.