La primera
Recalculando
Una de las sensaciones más frustrantes del conductor contemporáneo es escuchar que el GPS o la app que está usando afirma con satisfacción «Ha llegado usted a su destino», mirar a su alrededor y darse cuenta de que no es así. Probablemente la palabra que pronunciará a continuación el dispositivo electrónico será «Recalculando». En ese momento hay que revisar si los datos estaban bien introducidos, si se ha perdido la conexión con el satélite o qué ha podido ocurrir: un lío.
En 1968 el mundo occidental comenzó un viaje o, al menos, pisó el acelerador en el camino emprendido tras la Revolución Francesa, inspirado en sus mismos principios: libertad, igualdad y fraternidad. Estados Unidos trataba de explicarse el estancamiento de la Guerra de Vietnam (1955-1975); parte de Francia veía a Charles de Gaulle, a sus 78 años, como un presidente anacrónico y acartonado; y Checoslovaquia luchaba por sacudirse el dominio soviético. En todos los rincones del planeta —con el especial protagonismo de San Francisco, París o Praga— se produjo una explosión de entusiasmo frente a la opresión política, en defensa de los derechos de la persona y contra toda discriminación.
Como sostiene el profesor Pablo Pérez en su ensayo de este número, las revoluciones de 1968 no alteraron la situación política del momento. Sin embargo, contribuyeron a que el hombre, por decirlo de algún modo, formateara su sistema operativo. Otras revoluciones se habían centrado en aspectos parciales de la existencia, como el acceso al poder o a los medios de producción o las injusticias sociales. Ahora, el hombre estaba replanteándose, quizá sin ser consciente, su propia identidad. Queríamos romper con nuestro diagnóstico de lo anterior —aburrimiento, una vida en blanco y negro, modelos políticos escleróticos, falta de autenticidad en las relaciones— y nos acercamos al superhombre de Nietzsche (magníficamente esbozado por Kubrick en 2001: una odisea en el espacio, estrenada en 1968) o al modelo existencialista de Sartre —uno de los intelectuales de referencia en el Mayo del 68 francés—, para el que «el hombre es lo que él desee ser». No queríamos que nadie nos dijera qué teníamos que hacer o pensar y, quizá por primera vez en la historia, gracias al prodigioso progreso económico y material de las décadas precedentes, nos sentimos dueños de todo.
Cincuenta años después, algunos interrogantes que planteó el 68 continúan plenamente vigentes. Junto a avances dignos de celebración —libertades políticas, universalización de derechos personales, etcétera— cabe preguntarse si, en el fondo, no nos hemos instalado en la autosuficiencia y en la desorientación, si no estamos en un viaje sin «datos de destino» en el GPS, en el que de vez en cuando escuchamos esa palabra tan incómoda: «Recalculando».
@NTunav