El invitado
‘Tweets’ encadenados
Nos preocupa la pertinaz y puñetera crisis. Crisis financiera, económica, política, democrática, ética.
La política apenas nos divide: casi todos andamos indignados, cabreados, desencantados y/o desilusionados.
Los partidos pugnan para que ese engendro llamado “la agenda” –el orden del día, del año, de la legislatura– beneficie a sus intereses.
Las decisiones de los políticos –y lo que dejan de hacer– influyen mucho en la sociedad. Pero se diría que la sociedad no les influye tanto.
Los políticos suelen ir a su bola. Pero (cambiemos de tercio)… la bola que interesa es la que patean los futbolistas.
El balón no ha dejado de entretenernos. Somos más futboleros que nunca.
(Ya, también somos más rápidos, más altos, más fuertes, más gordos, más teleadictos, más consumistas y requetemás cosas más.)
El fútbol se ha desparramado: el eco de los goles salió de los estadios para expandirse por teles, radios, diarios, blogs, redes sociales…
Y se diría que nunca nos empachamos, aunque más de uno esté harto de tanto fútbol.
Con la telebasura ocurre algo similar: por más que nos atiborren y nos metan chute tras chute de desechos catódicos, no nos saciamos.
Panem et circenses daban a los romanos. Ahora andamos escasos de pan y de parné. Y en vez de circo, tenemos el fútbol y el telecirco.
Y los intelectuales ¿dónde están? ¿Alguien sabe quiénes son?
¿Exagero mucho al proclamar que los intelectuales más influyentes hoy en día son Belén Esteban, Pep Guardiola y José Mourinho?
Rompo esta sucesión de tuiteos demagógicos echando la vista atrás. Con el discurso de Miguel Delibes al ingresar en la RAE, en 1975.
Aunque al gran escritor de Castilla quizá no le gustara que le llamaran indignado, su ideario me parece muy actual:
“El verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia. (…) Negar la posibilidad de mejorar y, por lo tanto, el progreso, sería por mi parte una ligereza; condenarlo, una necedad. Pero sí cabe denunciar la dirección torpe y egoísta que los rectores del mundo han impuesto a ese progreso. (…) Los hombres debemos convencernos de que navegamos en un mismo barco y todo lo que no sea coordinar esfuerzos será perder el tiempo. (…) Únicamente un hombre nuevo —humano, imaginativo, generoso— sobre un entramado social nuevo sería capaz de afrontar, con alguna probabilidad de éxito, un programa restaurador y de encauzar los conocimientos actuales hacia la consecución de una sociedad estable”.
Decía Delibes que el gran error de nuestro tiempo era que el hombre se complace en montar su propia carrera de obstáculos.
Y su tiempo sigue siendo el nuestro.