Dos veces cuento
Una parte de regalo
Perdonarán que me desabroche un poco el pasado.
De niño fui lo que las abuelas navarras llamaban entonces “un mal comedor”. Les hacía melindres y ascos a casi todos los platos, salvo la fruta. Mi estupidez infantil sólo consentía pasar algo de alimento si me leían cuentos o me encandilaban con historias. Así —para mi vergüenza—, hasta eso de los nueve años. O más. Quien mejor se las arreglaba conmigo era mi madre, por supuesto: mi mejor lectora de cuentos.
Por causas y azares y por obligaciones, hace unos meses me tocó estar un buen rato en una biblioteca que se estaba desmantelando, por traslado. Geometría de cajas, volúmenes y estanterías vacías. De no haberme encontrado tan solo, habría podido hablar con otra persona en ese lugar sagrado para los libros. Posiblemente esa aburrida soledad sin ejemplares de ninguna especie me llevó a concentrarme en la remota enseñanza de que leer tiene que ser un acto que acabe compartiéndose. Digo yo…
Hurgué por allí, entre las baldas deshabitadas. Como un enigma, se acurrucaba un título del exministro Punset, creo que abandonado, millonariamente despreciado y descartado y cerrado: El alma está en el cerebro. Traicionando a un fiel amigo, a Peter de Miguel, abrí, desentumecí, las páginas aquellas. No me parecieron ningún mapa eficaz ni un camino llevadero. Leí algo sobre los murciélagos y los restos fósiles de los huesecillos del oído en los primitivos mamíferos. Prefiero a Hamlet y Kurtz. Desamparé el libro en el plúteo (que también, menuda palabrita…). Y de repente apareció el eraseunavez total de un volumen relleno de cuentos y de cucharadas. Me había hablado de él mi buen amigo Abo: Aplícate el cuento. La Literatura y su función didáctica, didascálica. Reflexiva. Lo leí. Me lo llevé. Porque no estaba tatuado con una signatura. No es un texto de pretensiones literarias. Pero se hace imborrable.
Permítanme una intimidad más. Otro botón menos al corazón desabrochado. Para sus primeras prácticas de escritura, a mis alumnos les encarezco que se esfuercen por una prosa clara. Las siguientes semanas añado otra sugerencia: clara y a ser posible luminosa. Confío en que a usted le parezca esta historia anónima, que sobrevivió a una biblioteca que cambiaba de aires, ejemplo de claridad y de luminosidad humana. Alimentos así hacen crecer la vida.
Muchas gracias, Abo.
UNA PARTE DEL REGALO
En África una niña le dio a su maestra un regalo de cumpleaños: una hermosa caracola.
—¿Pero dónde la has encontrado? —le preguntó la maestra.
La niña le dijo que aquellas caracolas se hallaban únicamente en una playa concreta y alejada de su pueblo, y que hasta allí se había ido.
A la maestra le conmovió de verdad esa respuesta, porque sabía que la niña se había visto obligada a caminar muchos kilómetros —demasiados, quizá— para localizar tan magnífica caracola.
—No hacía falta haber ido tan lejos sólo para buscarme un regalo a mí —le dijo agradecida a su alumna.
Sonriendo, la niña contestó a la maestra:
—Es que la caminata es también una parte del regalo.