CRÍTICA DE SERIE. HBO | Creador: Larry David | 2000-2024 (12 temporadas).
Cualquiera que se haya asomado al internet más gamberrete habrá topado alguna vez con esa fanfarria circense que se reutiliza para los memes que exhiben un autozasca. La música suena sobre un fondo negro en el que se lee: «Directed by Robert B. Weide». Es una melodía que lleva sonando ya casi un cuarto de siglo, que se dice pronto. Porque es la que clausura cada episodio de Curb Your Enthusiasm, la alocada comedia en la que Larry David se ríe de sí mismo y de su circunstancia… y de sus neuras y manías y obsesiones y todo el campo semántico que se nos pueda ocurrir para un inadaptado social al que no le ha llegado la circular de los límites que impone la corrección política.
Eh, eh, espere un momento. ¿Cómo es posible que califique de extramuros a un tipo como Larry David, leyenda del stand-up, coguionista de la famosísima Seinfeld, protagonista en pelis de Woody Allen? ¿Cómo no han cancelado a este señoro empeñado en pisar hasta la ingle todos los charcos identitarios, culturales y sensibles de las últimas décadas? ¿Por qué decir que no se adapta alguien capaz de traer a su serie a celebridades de la talla de Martin Scorsese, Shaquille O’Neal, Ricky Gervais, Alanis Morissette, Salman Rushdie o Michael J. Fox?
En esa contradicción, precisamente, radica el encanto y la genialidad de Larry David: es un misántropo adorable. Un bocazas que tiene razón. Un aguafiestas necesario. Por eso la serie ficcionaliza su propia vida: la de un guionista que se codea con la flor y nata de Hollywood para poner en solfa todas las convenciones sociales. El bufón que tiene que existir en toda corte.
La diferencia en Curb Your Enthusiasm es que el propio Larry David ejerce al mismo tiempo de monarca y de punching bag. Es sujeto, objeto, complemento directo e indirecto de las guasas. Porque en eso hay consenso y ecumenismo: se desternilla de sí mismo con tanta mala leche como lo hace de cualquier clase social, condición, raza, sexo, nacionalidad o ideología que se le ocurra. De la alta política a la cotidianidad más banal. Lo mismo coñea con el conflicto palestino-israelí con la excusa de un restaurante de pollo, que defiende con fiereza el derecho a saltarse la cola del buffet cuando solo quieres repetir puré de patata.
Esta insólita combinación de comentario social, coexistencia de lo culto y lo trivial, acidez destilada y autoparodia es eficaz, por un lado, gracias al histrionismo actoral del propio Larry David. Predomina el alma de vodevil, el vacile constante, la exageración como terapia para no tomarse este mundo muy en serio; nada en serio, para ser precisos. Pero no hay que desestimar la otra causa del éxito tan longevo de Curb Your Enthusiasm: una estructura narrativa en la que cada episodio logra abrochar todas las subtramas, siempre dispares, con un lazo tan virtuoso técnicamente como disparatado en la vida real.
Por eso la pegadiza melodía de cierre: porque durante casi veinticinco años Larry David se ha dedicado a arrancar carcajadas poniendo en escena un cómico, libérrimo y absurdo más-difícil-todavía. Dicen que la temporada que se acaba de estrenar será la última; seguro que no es más que una broma. Otra más.