La aragonesa Pilar Palomero ha convencido a la crítica con esta ópera prima en la que recrea, a través de la mirada de una adolescente huérfana de padre, la España de los noventa. Palomero comenta que ha querido reflejar en esta cinta las contradicciones de una España que presumía de moderna y que no lo era tanto. Sin entrar a valorar su discurso, ha conseguido retratar con acierto y precisión casi documental un tiempo histórico. Cualquiera que haya vivido esa época se encontrará en terreno conocido al ver esta película. Otra cosa es que el revisionismo siempre tiene sus riesgos y, aunque se nota el deseo de no manipular, lo cierto es que al poner los acentos en algunas cuestiones —la educación religiosa, por ejemplo— la crítica de Palomero puede percibirse como algo escorada. Es verdad que pecaba de exceso de formalismo y falta de comprensión —algo que los últimos papas por ejemplo han tratado de corregir—. Sin embargo, la sociedad era ella misma formalista y poco misericordiosa. Así se muestra en la película al abordar la relación entre la madre y la hija, una interesantísima subtrama que termina con un plano final antológico. A nivel interpretativo, la cinta es un prodigio. Natalia de Molina vuelve a demostrar que es una de las mejores actrices de su generación mientras que las jóvenes intérpretes, las niñas, que trabajaron con un guion muy abierto que dio alas a su improvisación, confirman que el cine español no tiene problemas de falta de cantera.