Supergarcía, la nostalgia y la España que fue
CRÍTICA DE SERIE. Movistar (2023) | Creadores: Charlie Arnaiz y Alberto Ortega | 3 episodios de 60 minutos.
La España política contemporánea no se entiende sin la radio. Que si el ahogo del locutor que anunciaba la legalización del PCE, que si aquella mítica «noche de los transistores» de cuando los tiros en el Congreso, que si las guerras corporativas donde Antena 3, la SER u Onda Cero ejercían de alfiles para macroproyectos donde la política y la empresa emborronaban sus contornos… A pesar de esto último, la radio ha sido y es el medio de comunicación con mayor credibilidad, por lo que su influencia es digna de estudio. O de documental, como este Supergarcía de Movistar, que se ve de un tirón. Cortito, dinámico y al pie.
Como todo español de más de treinta y cinco años sabe, con las ondas soplando para consolidar la naciente democracia española emergió un personaje tan polémico como fundamental: José María García. Aquel presentador bajito y enérgico, con un don carpetovetónico para la frase pegadiza y el mote machacón, revolucionó la radio deportiva y catapultó la franja horaria de medianoche. Su carisma y su olfato quedan muy bien retratados en esta docuserie donde cada uno de sus tres episodios ejerce con nitidez de escalón narrativo, radiofónico e, incluso, evolutivo: el nacimiento de una estrella (Antena 3), la multiplicación de los enemigos (COPE) y la caída definitiva del Olimpo (Onda Cero).
Tras su repentino adiós hace ahora veinte años, García ha regresado para ubicarse, aparentemente, al otro lado de la barrera. Tarea imposible: él siempre habita el centro del ruedo, con todo su genio y su figura. Se atreve, incluso, a deslizar un «Continuará» en forma de secretos almacenados en una caja fuerte. Porque, aunque ande ya mayor, cansado, mantiene esa hoguera interior que hizo de él una figura tan polarizante. No en vano, esta última verónica ante el micrófono podría haberse subtitulado «Cerrando carpetas y ajustando cuentas».
Sí, Supergarcía es un biopic que contempla a su protagonista con amabilidad, dándole espacio para contextualizar tal o cual abrasión pública de hace décadas. Sin embargo, esta complicidad con el ahora octogenario no implica despeñarse por la hagiografía pastel, ni mucho menos, puesto que los eventos más desagradables y cuestionables de José María García también desfilan por el metraje. Ahí es donde se echa de menos una limitación que los propios productores advierten al final de cada entrega: en la docuserie faltan las voces de enemigos con los que García se atizó hasta hartarse, ya fueran del ámbito deportivo (Perico Delgado), del radiofónico (José Ramón de la Morena), del institucional (Florentino Pérez) o del político (José María Aznar).
Y es una lástima que dichos testimonios espinosos no complementen este retrato agridulce, puesto que Supergarcía gana empaque gracias a las entrevistas de compañeros, amigos, viejos rockeros del periodismo y familiares —uno de los momentos más tristes lo narra su propio hijo— que humanizan, para bien y para mal, al todopoderoso rey de las ondas.
Aunque el dibujo final quede cojo, la serie Supergarcía trasciende a su protagonista para delinear —manejando con precisión el archivo visual y sonoro— un recorrido periodístico, político y sentimental desde el tardofranquismo hasta la mayoría absoluta del PP. Hay canalladas y heroicidades, hay lealtades y traiciones, hay corrupción y denuncia, hay tragedias y éxitos. Con este hombre volcánico como metáfora y el deporte como excusa, Supergarcía no solo nos recuerda lo que fuimos, sino lo que pudimos llegar a ser. Nosotros y nuestro país.
Alberto N. García