The Last of Us
Réquiem por la humanidad perdida
CRÍTICA DE SERIE. HBO Max (2023) | Creadores: Craig Mazin y Neil Druckmann | 1 temporada de 9 episodios.
Un mundo que se ha convertido en una pesadilla. Una infección que ha diezmado a la humanidad. Violencia, caos, destrucción, ciudades abandonadas, estado de sitio y una enfermedad que convierte en zombis asesinos a quienes la contraen. No hay cura. La sociedad no existe, solo la supervivencia. En mitad de ese mundo desolado, el aguerrido Joel y la pequeña Ellie han de emprender un viaje brutal por Estados Unidos.
Los relatos distópicos y postapocalípticos siempre juguetean con las ansiedades del presente. Sin embargo, The Last of Us ya fue un pelotazo en el mundo de los videojuegos mucho antes de que el covid-19 sacudiera nuestro mundo. Ahora, con su rutilante estreno televisivo —el más esperado de este invierno—, la salvaje historia de Joel y Ellie amplifica sus lecturas sociopolíticas.
Con Craig Mazin, el guionista de la excelente Chernobyl, a los mandos de la serie junto con el creador del videojuego, Neil Druckmann, The Last of Us enfatiza el conflicto dramático muy por encima de la acción desaforada. Por supuesto que hay violencia perturbadora, gritos de espanto, persecuciones agónicas y sobresaltos al abrir cada puerta. No obstante, el relato es, sobre todo, una historia de personajes con sus recuerdos, sus dilemas morales, sus lastres existencialistas y la gasolina emocional que les anima a seguir adelante, aunque la vida les vaya en ello.
El resultado es una serie que tiene más que ver con al aliento vital de Hijos de los hombres (el inolvidable film de Cuarón) que con las sanguinolentas masas de The Walking Dead. Porque en The Last of Us los infectados son parte del paisaje —un peaje— en una historia que alza el vuelo para reflexionar sobre el hombre y sus grandezas y sus miserias. Esas que salen a la luz con más nitidez cuando la humanidad está contras las cuerdas. En este sentido, la expedición de Joel y Ellie es la espina dorsal de The Last of Us, pero su estructura se permite largas digresiones que añaden tridimensionalidad a ese mundo hostil y mortecino. Los personajes secundarios y los ocasionales permiten a los creadores desplegar una paleta mucho más rica, aunque en ocasiones hagan perder algo de cuajo narrativo.
Los nueve capítulos de la primera temporada, recién estrenada en HBO, demuestran que The Last of Us aguanta el tirón de las expectativas creadas por su trompetería publicitaria. Aunque en algunas partes la serie necesite acortar subtramas para ganar en ritmo, estamos en general ante un producto ambicioso, con un acabado de aúpa. Su escritura, además, sabe moverse con soltura en las diversas tonalidades del gris, alimentando una complejidad moral imprescindible cuando tu mejor opción es escoger entre Guatemala y Guatepeor.
Ante estas coordenadas, el estoico Joel se muestra inicialmente muy contrario al don de Ellie. Sin embargo, todo apunta a que ella constituye la última esperanza: no en vano las luciérnagas emiten luz en la más absoluta oscuridad. Porque la oscuridad —moral, tecnológica, física, humana— hace tiempo que se ha adueñado de todo; solo quedan «los últimos de nosotros». El gran enigma de la serie es saber quién demonios conforma realmente ese plural colectivo, el de la humanidad compartida.
Alberto N. García