Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Hollywood se viste de poncho y charro

Texto Jorge Collar, periodista y decano de los críticos del Festival de Cannes 

Apellidos como Del Toro, González Iñárritu o Cuarón salieron de su México natal para hacerse hueco en el mundo del cine americano. 



En la historia de los Óscars solo John Ford (1941-42) y Joseph Mankiewicz (1950-51) habían recibido el Óscar al mejor director dos veces consecutivas. Hoy hay que añadir a Alejandro González Iñárritu, mejor director en 2015 por Birdman y este año por El renacido, a Alfonso Cuarón, que en 2014 ganó siete Óscar con Gravity, y a Guillermo del Toro. Un clan de cineastas mexicanos a los que es preciso añadir Lubezki, fotógrafo obligado de Terrence Malick y ganador de la estatuilla a la mejor fotografía durante tres años consecutivos: 2014, 2015 y 2016. 

Un grupo que, además de nacionalidad, comparte otros trazos comunes. La edad —entre 51 y 54 años— y también el paralelismo en el comienzo de sus carreras: una veintena de años de actividad en la que los lazos de amistad y de colaboración artística y financiera se multiplican. Todos comenzaron en México, alguna vez trabajaron en España, y finalmente fueron absorbidos por el cine americano con temas y actores internacionales, aunque en sus obras sigue existiendo un trazado de sus orígenes, a veces dramáticos, como por ejemplo las familias de Del Toro y de Iñárritu, que abandonaron México para huir de la violencia. Les diferencian otras cosas: el clasicismo que renueva las obras literarias de Cuarón, la imaginación desbordante de Del Toro o la sensibilidad a flor de piel de Iñárritu

Chronos, la primera película de Guillermo del Toro, demuestra su fecundidad creadora en el cine fantástico. Este primer éxito le abrió las puertas del cine americano, donde filmó Mimic (1997), la galería de monstruos de Nueva York. Dos años más tarde dirigió Blade 2 (2002), las aventuras de vampiros procedentes de un cómic. Aunque uno antes habría realizado su primera película española, El espinazo del diablo), la obra que le consagra, El laberinto del fauno (2006), es una curiosa mezcla de cine político maniqueo —se desarrolla en la Guerra Civil española— y de cine fantástico de calidad. Esta misma capacidad para el cine fantástico estará presente en las dos entregas de Hellboy (2004 y 2008), en las que vuelve a brillar su imaginación. En su última película, Crimson Peak (2015), intima con el cine de terror de los años cincuenta, como en Pacific Rim (2013), una obra monumental de ciencia ficción, inspirada en los demonios del cine japonés, cuya continuación prepara. 

El nombre de Alfonso Cuarón está unido desde 2014 a Gravity, aunque su primer reconocimiento internacional lo obtiene cuando J.K. Rowling sugiere su nombre a la Warner para dirigir el tercer episodio de Harry Potter, Harry Potter y el prisionero de Azkabán (2004). La razón fue la buena impresión que Rowling tuvo de La Princesita (1995), una adaptación de la novela de Frances Hodgson Burnett, el libro preferido de Rowling durante su adolescencia. A esta adaptación le siguió Grandes esperanzas (1998), que ubicó la obra de Dickens en la época actual. Hijos de los hombres (2006), basada en la novela futurista de P. D. James, cierra, de momento, la serie de adaptaciones. 

Como la de Guillermo del Toro, la carrera de Alejandro González Iñárritu comienza en el Festival de Cannes. Su primera película mejicana, Amores perros, obtiene en 2000 el premio de la Semana de la Crítica. Cuenta tres historias de amor en torno a un accidente, con un estilo atormentado y sombrío. Esta misma visión trágica de la existencia la encontramos en sus primeras películas americanas: 21 gramos (2003) y Babel (2009), ambas historias corales. Y tras Biutiful (2010), la historia de un padre abnegado y desamparado que desea proteger a sus hijos ante la inminencia de su muerte, Iñárritu vuelve a los Estados Unidos para realizar las películas que le han valido sus dos Óscar: Birdman y El renacido. Esta última confirma su percepción trágica de la existencia, con la evocación de la figura real del cazador de pieles Hugh Glass (Leonardo DiCaprio). Su triste relato de venganzas se abre irrevocablemente sobre algunas escapadas metafísicas a las que el marco grandioso de la naturaleza ofrece el complemento estético necesario.


Cine NT 691



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