Aspectos de la novela
El Clásico
E. M. Forster Debate, 1996 324 páginas, descatalogado.
Un ciclo de conferencias sensato no debería limitarse a enlazar observaciones o frases ingeniosas en torno a cuanto promete su título genérico. Debería, más bien, apoyarse en una idea central. Por ejemplo, que en la novela existen dos fuerzas que necesita equilibrar el autor: los seres humanos y sus pretensiones y, enfrente, la diversidad de elementos que no son seres humanos.
Es la médula de las charlas que el viajero, novelista y crítico londinense E. M. Forster (1879-1970) mantuvo en 1927 en el Trinity College de Cambridge y que reunió pronto en un libro esencial titulado, con minuciosa falta de precisión, Aspectos de la novela. Y con bastante sorna Forster factura las páginas del viaje largo que la novela recorre: al menos cincuenta mil palabras. Él había publicado antes de esas intervenciones obras de plasmación aún decimonónica, como A Passage to India, A Room with a View, Howard’s End, aunque había apreciado novedades como el Ulysses de Joyce o las seducciones narrativas de Virginia Woolf. Pero lo que cuenta, aseguraba Forster, es narrar. Narrar una historia: sucesos presentados en determinado orden temporal que tienen que entroncar con la verdadera realidad humana. La intriga de la historia consiste en que el lector quiera saber qué ocurre después: «¿Y ahora qué?». Y el argumento es cosa de la inteligencia del lector y su capacidad de relacionar.
No se relame Forster en establecer reglas ni enumerar principios inquebrantables: pertenecía al influyente Grupo de Bloomsbury de jóvenes que detestaban los mandamientos. Agudo, Forster no enseña cómo ensartar decenas de miles de palabras: prefiere considerar puntos cruciales. Siete, como las puertas de la perfección. Siete aspectos que se comunican como vías de acceso a esa avenencia vecinal de factores: la historia, la gente (los personajes, claro, y su visión es clarividente), el argumento, el poderío de la fantasía, la dirección de la profecía (sutilezas de Forster), la forma y el ritmo (repetir, variar, repetir, variar).
El desenlace está al principio: para escribir hay que leer. Y es necesario —novedad de novedades—vivir. Y «mirarse a sí mismo de un modo distinto». Quién cuenta, y a qué distancia y perspectiva, lo cambia todo.
Gabriel Unzu Olaz