Nueve cuentos
Borrosa transparencia
EL CLÁSICO. J. D. Salinger | Edhasa, 2001 | 288 páginas | 11,99 euros.
Excepcional, y muy humano, cuentista, J. D. Salinger (1919-2010) eligió apartarse de casi todo y se hizo misántropo convencido. Prohibió que en sus libros mencionaran sus datos biográficos, que guiaran la lectura. Apenas concedió entrevistas. Denunció hurañamente a quienes se atrevieron a investigar y escribir sobre su pasado. Salinger era ya tan de leyenda como la peculiar familia Glass —padre, madre y siete hijos— que recorre su narrativa. Cuando el mayor de los descendientes le dice a una niña en una playa de Florida su nombre —Seymour Glass—, le entiende «See more glass». Y así es: la mirada de Seymour penetra todo y llega a lo hondo. Incluso a sus abismos. Aunque ver demasiado claro puede desembocar en atravesar el cristal: en tragedia.
Hijo de judíos estadounidenses adinerados, con residencia en la vistosa Park Avenue de Manhattan, Salinger no fue estudiante de buenas notas. Tuvo que acabar la enseñanza secundaria en una academia militar. Pero escribía y hasta quería ser actor. Fue alumno de Escritura Creativa de Whit Burnett en la Universidad de Columbia. Desentrañar en el aula el cuento de Faulkner «That Evening Sun» (1931) le aclaró cómo se desenvuelve un narrador y guarda o no la distancia con sus lectores.
Su padre quería que se hiciera un buen futuro de importador y lo mandó a Europa. Aprendió francés y alemán.
La Segunda Guerra Mundial le estalló por dentro. Desembarco de Normandía. Campos de concentración. Pesquisas —por dominar idiomas— para desenmascarar agentes de la Gestapo.
Habilidoso técnicamente, escribe escenas minuciosas que yuxtapone para insinuar significados misteriosos. Junta a protagonistas y temperamentos singulares. Brillan los diálogos. Hace sabios a niños. Inserta detalles y gestos reveladores, como apoyar al revés unas gafas infantiles sobre la mesilla para marcar el desafecto por una criatura. Obliga al lector a que se fije en levedades y reacciones y a adivinar qué falta y qué sigue. «Para Esmé», «Un día perfecto para el pez plátano», todos… muestran, sin la confortadora transparencia del cristal, insondables, la complejidad del ser humano.
Juan-Gil Leoz Osés