Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Óscar 2022: Y, a pesar de todo, Hollywood es una fábrica de sueños

Texto: Ana Sánchez de la Nieta. Fotografía: Apple TV+

Desgraciadamente, hay sucesos inesperados que hacen saltar por los aires lo que sobre el papel iba a ser una fiesta. Porque esto es lo que han sido siempre los Óscar y pretendían ser también en esta edición del 2022. Una fiesta, además, muy esperada por varios motivos.


Después de dos años con restricciones por el covid, por fin, volvería la presencialidad, la alfombra roja, el glamour de Hollywood, el star system con más brilli brilli que nunca. Porque, además, en esta ocasión, no había Globos de Oro con los que compararse, como conté en el último número de Nuestro Tiempo, así que se palpaba un plus de ganas de espectáculo por parte del público. 

Y, sobre todo, había una edición llena de buen cine. Después de la sequía de la pandemia y de tener que echar mano de títulos menores para los premios por culpa de una cosecha más bien escasa, 2021 había sido un año de cine, nunca mejor dicho. 

Spielberg pudo cumplir su sueño de rodar un musical y estrenó una maravillosa versión de West Side Story que, aunque no ha triunfado en taquilla, será una película importante en el futuro (apunten esta previsión de pitonisa). 

Después de una temporada dedicada a hibernar —porque a rodar versiones de Agatha Christie si has dirigido Hamlet y Enrique V yo lo llamo hibernar—, Kenneth Branagh estrenó Belfast, una obra maestra y un homenaje al cine con mayúsculas. También honró al cine en 2021 otro grande, Paul Thomas Anderson, esta vez con una cinta pequeña pero deliciosa, Licorice Pizza. Jane Campion se atrevió con un wéstern, El poder del perro, que tiene tanto de ideología y activismo como de buen hacer; aunque pueda gustar más o menos (el mensaje y la historia). 

Dennis Villeneuve se lanzó asimismo al riesgo con un clásico maldito de la ciencia ficción, Dune. Una gran producción para animar la cartelera cuando parecía que la pandemia iba a arrasar con las salas y el futuro iba a dejarnos a todos encerrados en casa consumiendo directamente en plataformas. También fueron arriesgadas la propuesta del siempre grandilocuente Guillermo del Toro con su Callejón de las almas perdidas o las casi tres horas de metraje de Drive My Car, del japonés de moda, Ryûsuke Hamaguchi; una película que valoro, pero con la que no conseguí conectar. Todo lo contrario que Coda, la ganadora, o No mires arriba, una de las cintas que más me ha hecho disfrutar este año, no solo por su ácida denuncia a una sociedad que hay que reconocer que es la nuestra sino por los encendidos debates que provocó su estreno en las redes sociales. Seguro que a más de uno le animó las célebres disputas familiares en la comida de Navidad. 

Y eso que solo estoy hablando aquí de las diez nominadas a mejor película. Dejo fuera la sobresaliente Cruella, la intensa y original Macbeth, la notable Spiderman o la sobresaliente animación de Encanto (Óscar a la mejor película animada), Luca o Los Mitchell contra las máquinas.

3 horas y 40 minutos

duró la ceremonia de los Óscar.

 

15 millones

de espectadores siguieron la retransmisión de la gala por televisión.

 

EL CINE RESISTE

Total, que todo hacía presagiar una edición redonda. Hasta que llegó un incidente disruptivo que hizo desaparecer el cine, lo esencial, para centrarnos en la anécdota. La bofetada de Will Smith a Chris Rock, su petición de perdón al subir Smith a recibir el Óscar a mejor actor, la encendida repulsa de la Academia (y la dimisión días después de Smith como académico) y el encendido debate criticando la violencia del actor, y cuestionando también los límites del humor.

Al final, los árboles no dejaron ver el bosque. Y, como pasa muchas veces hoy, el suceso se tragó la gala, las películas. 

Durante una semana no se habló de otra cosa. Y es una pena, porque los Óscar de 2022 no deberían ser los Óscar del bofetón de Will Smith sino los Óscar que demostraron que una industria tan lastimada por el covid ha sido capaz de mantenerse, de resistir al virus, de rodar con mascarillas, de seguir contando historias de amor, de superación o de aventuras a pesar de todas las dificultades.

En esta edición, Coda, una película pequeña, que ni siquiera es original —se trata de un remake— pero que ha conseguido tocar el alma del espectador, se ha impuesto a grandes títulos —que, todo sea dicho, no van a dejar de serlo por no haber ganado—. 

Además, se llevó el Óscar al mejor actor de reparto Troy Kotsur, que agradeció el premio con lenguaje de signos: «A la comunidad de sordos, este es nuestro momento», y lo dedicó también a sus padres y su hermano: «No están aquí esta noche, pero… ¡Mirad! ¡Lo logré!». Hacía más de treinta años, otra actriz sorda había recibido también una estatuilla: Marlee Matlin que, precisamente, interpreta a la madre de la protagonista en Coda. Por momentos como estos, Hollywood demuestra por qué, a pesar de todo, a pesar de anécdotas lamentables, sigue siendo la fábrica de los sueños. 

 

 

«Queremos dedicar un minuto de silencio por el pueblo de Ucrania que enfrenta la invasión, el conflicto y los prejuicios dentro de su propio territorio», decía uno de los mensajes proyectados durante la gala de los Óscar. La Academia quiso mostrar así su apoyo a Ucrania. Algunos de los asistentes llevaron pines o broches con los colores del país para expresar su solidaridad.