Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Cuba. Atrapados en el tiempo

Texto y fotografía Gabriel González-Andrío [Com 92]

La muerte de Fidel Castro, el 25 de noviembre de 2016, y el paso atrás de su hermano Raúl en 2018, dejando el destino de Cuba en manos de Miguel Díaz-Canel, han marcado una nueva era en la Perla del Caribe. El autor de este reportaje fotográfico ha visitado La Habana para conocer a fondo los problemas de los ciudadanos, sus inquietudes y sus luchas diarias. ¿Continúan soñando los cubanos con un cambio que no llega? 


La Habana tiene varias “Habanas”: Miramar, El Vedado, Centro Habana y Habana Vieja. Para conocer la realidad basta Diez de Octubre y El Cerro, dos de los municipios más castigados por un sistema languidecido. Son la miseria dentro de la pobreza. Allí se hacinan familias en casas —más bien chamizos— donde algunos calientan el agua con resistencias eléctricas y muchos reclaman desde hace años la instalación de un teléfono fijo.

Cuba vive atrapada en el tiempo desde hace mucho. Cuando aterrizas en el aeropuerto José Martí ya eres consciente de que acabas de viajar al pasado: un cambio de siglo en toda regla. Es cierto que se ha dado algún paso con una mayor proliferación de cuentapropistas, una especie de autónomos que alquilan sus casas o venden lo que sea (zumos llamados «durofríos», dulces, frijoles, etcétera) para subsistir, aunque siempre con mucho cuidado de no ser delatados y castigados por las autoridades. Pero las luces desvaídas de las tiendas, las farmacias sin medicinas, la propaganda revolucionaria en cada esquina y los mercados desabastecidos convierten a esta bella ciudad en un melancólico decorado vintage.

El eterno problema de los cubanos es que llevan demasiado tiempo sobreviviendo en lugar de dedicarse a vivir. El régimen de los Castro ha conseguido tenerles ocupados inventando o resolviendo —como dicen ellos— para poder mantenerse. Mientras tanto, los mandos militares se reservan un alto nivel de bienestar al frente de los grandes negocios del Estado.

Es cierto que con el histórico acercamiento de Barack Obama en 2014 muchos cubanos empezaron a soñar con un futuro mejor. Pero esa expectativa ha durado muy poco. Donald Trump no ha tardado en derribar cualquier puente que pudiera fortalecer al régimen. Por eso, el sueño vuelve a convertirse en una pesadilla. Con un sueldo máximo equivalente a veinte euros mensuales, los cubanos hacen malabares para comer todos los días.

El pueblo cubano se encuentra envejecido, desanimado y cansado. El desembarco masivo de turistas les ha servido, entre otras cosas, para darse cuenta de que son ciudadanos de segunda en su propia patria. De hecho, abundan los casos en que la Policía vigila a sus compatriotas como si fueran “sospechosos habituales”. 

El castrismo tiene un problema de credibilidad grave por varios motivos. El primero es que, una vez que desaparezca Raúl del todo, los cubanos se quedarán sin un referente moral histórico de la revolución. Otro es que los ciudadanos no son estúpidos y ven cómo viven los militares y sus hijos. Cómo visten, qué comen o cómo se divierten supone una burla para cuantos cacarean una revolución que de comunista tiene poco: una especie de «Tout pour le peuple, rien par le peuple» («Todo para el pueblo pero sin el pueblo») a la cubana.

Los cubanos han descubierto una terapia que no necesita la compra de medicamentos ni acudir al psiquiatra: reírse de sus propias dificultades. Me contaba un sociólogo de La Habana: «Somos una mezcla de gallegos, que dicen sin decir, con el cachondeo vital de los andaluces; pese a las circunstancias, el cubano no quiere ser cómplice ni colaborador de su propia desgracia». De hecho, suelen transformar el refranero a su antojo, como por ejemplo: «Camarón que se duerme, turista que se lo come». Es chocante su alegría, su ingenio y su humor en medio del drama que están padeciendo. Motivados y con medios, que nadie dude de que estos hombres y mujeres pondrían en hora el reloj de su país. Volverían a ser lo que fueron antes de 1959.

Aunque todavía perviven los miedos y muchos huyen del objetivo de la cámara, llama la atención la apertura de la gente para hablar de asuntos como el bloqueo americano, la economía o los casi desaparecidos Comités de Defensa de la Revolución. Dicen lo que piensan, a pesar de que nunca se acaba de saber realmente qué piensan. Recuerden que disentir equivale a añadir tu nombre a una interminable lista negra de disidentes.

Hace tiempo un defensor de la revolución cubana manifestó en un debate que «Cuba ya hizo su transición con el derrocamiento de Fulgencio Batista y la llegada de Fidel». Lo que no aclaró fue si se trató de la transición de una dictadura a otra. 

Sin obviar que existe un embargo comercial, económico y financiero de Estados Unidos, que nadie se engañe: el verdadero bloqueo que hoy vive Cuba es interno. Resulta difícil resucitar a este moribundo país, pero deben ser los propios cubanos (los de dentro y los de fuera, todos) quienes decidan algún día el destino de la isla.