Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

"La RDA tenía los días contados, pero nadie preveía que fuese a acabar tan de repente"

Texto Patricia Sáinz de Robredo [Com 08] y Yago González [Com 08]

Era embajador en Berlín y asistió en directo a la caída del Muro. El verano pasado compartió sus recuerdos en un curso organizado por la Universidad de Navarra.


Alonso Álvarez de Toledo fue el último embajador de España en la República Democrática Alemana. Durante su estancia allí, vivió en primera línea los acontecimientos que llevaron a la caída del Muro de Berlín y al desmoronamiento del gigante soviético. Anécdotas e historia se confunden en un testimonio excepcional. 

¿Por qué cree que cayó el Muro de Berlín?

Porque el régimen comunista tenía desde hacía tiempo fecha de caducidad. La Unión Europea admitía el statu quo de la guerra fría sin preguntarse si la realidad que lo había justificado existía todavía. Aquellas razones que defendían la presencia del Muro como forma de prevención frente a un posible ataque moscovita habían perdido todo sentido.

¿Usted pensó en alguna ocasión que Moscú quería atacar?

Al poco tiempo de llegar vi un tanque de guerra estropeado en el arcén de la carretera. Días después, el vehículo seguía ahí,  pero esta vez la grúa que había acudido a socorrerlo aparecía al lado también rota. Aquello bastó para darme cuenta de que los comunistas no tenían ni podían tener la intención de atacar. Otro ejemplo de la debilidad del régimen era el hecho de que la RDA no permitiese a su ejército vestirse de paisano, tenían miedo de que los soldados se mezclasen con la población y se marcharan. El Kremlin no se fiaba ni siquiera de sus oficiales.

Entonces, ¿la gente no intuía lo que podía pasar?

No, a pesar de que la RDA tenía los días contados, nadie preveía que fuese a acabar de repente. Uno de los hechos que demuestran esa ignorancia ocurrió el 9 de noviembre. El canciller de Alemania Federal, Helmut Kohl, se había comprometido a realizar un homenaje a las víctimas del nazismo en Varsovia el 10 del mismo mes. El día anterior, cuando el político germano ya se encontraba en Polonia, tuvo una entrevista con el sindicalista polaco Lech Walesa.

¿Qué ocurrió?

Walesa estaba preocupado: si la RDA se desmoronaba, la República Federal tendría que centrar su energía, atención y dinero en los orientales, lo que supondría un gran perjuicio para Polonia. Por eso, preguntó a Kohl qué pasaría si se abriera el Muro. El canciller aseguró que aquello no podía ocurrir ya que los acontecimientos habían demostrado que la población de la Alemania Oriental no era radical. Una hora después Kohl recibió una llamada con un mensaje escueto: “Señor Canciller, han abierto el Muro”.

Entre la población,  ¿cuál era el sentimiento antes de la caída?

Durante mucho tiempo existió entre los ciudadanos de la RDA un rescoldo de esperanza ante las medidas aperturistas que se emprendían de vez en cuando. Sin embargo, a cada paso que se andaba hacia adelante, se daba otro atrás. No obstante, en 1989 las cosas comienzan a cambiar.

¿En qué sentido?

En el verano de ese año la RDA vivió una doble revolución. Una encabezada por el pueblo en contra el partido único (SED), y otra invisible dentro del SED, de los jóvenes contra las cúpulas. Honecker, jefe de Estado de la RDA, había perdido todo apoyo. El 6 de octubre, día del 40 aniversario de la RDA, Gorbachov viajó a Alemania y dio un discurso donde ni siquiera nombró al dirigente de la república. Aquello era otro signo claro, el Kremlin tampoco respaldaba a Honecker. Esa misma noche, en una cena con distintos representantes políticos del mundo, Gorbachov se levantó de la mesa y abandonó la estancia. Minutos después, otros líderes hicieron lo mismo. Honecker estaba solo. 

¿Dónde estaba usted cuando ocurrió la caída?

Esa noche había invitado a cenar a un equipo de Informe Semanal. Más tarde les iba a llevar a un concierto de jazz donde se solía decir que se reunía la oposición en los países comunistas. Sin embargo, tras enterarnos del anuncio de la apertura del Muro les propuse acercarnos al puesto de la aduana más cercano. Al llegar, vimos que había unas cincuenta personas. Entonces, me acerqué al guardia del puesto y le pregunté si era verdad que el Muro se iba a abrir. “Sí. Mañana”, contestó. Poco después observé cómo dejaban pasar a algunos peatones y entonces volví a preguntar si podíamos pasar, si era necesaria alguna documentación y si podríamos volver. Los guardias respondieron que no hacía falta ninguna documentación específica y que, por supuesto, podríamos volver. Poco a poco se acercaron más personas que preguntaban lo mismo y después cruzaban el Muro.  

Hubo cierta confusión...

Se dieron tres malentendidos o equivocaciones. En primer lugar, porque Schabowski, portavoz del régimen, no presenció la reunión en la que se tomaron las nuevas medidas para las salidas permanentes de ciudadanos de la RDA y tampoco había leído la nota con la resolución. Al final de ese documento se indicaba que aquellas eran nuevas normas para las salidas permanentes por la frontera de Checoslovaquia y no por Berlín. Por otra parte, tampoco se dio cuenta de que en el mismo documento se especificaba que éstas entrarían en vigor a las 10 horas del día 10 de noviembre. Cuando durante la rueda de prensa los periodistas le preguntaron si aquellas nuevas reglas eran para las salidas por Berlín, él respondió que sí. Después, le insistieron: “¿Cuándo entran en vigor?”. Y él contestó, equivocadamente de nuevo: “Desde ahora mismo”. 

¿Cómo pudo comparecer Schabowski delante de los medios de comunicación sin ni siquiera haber leído la resolución?

Era la primera vez en la historia de la RDA en la que se retransmitía una rueda de prensa en directo. Él estaba acostumbrado a que después de los encuentros con medios de comunicación los censores cortasen lo oportuno. Se olvidó de que en esta ocasión no iba a haber censura y de que el mundo entero lo estaba viendo. 

¿Cuáles fueron los otros malentendidos? 

El segundo fue el del periodista italiano que entendió mal la respuesta de Schabowski y envió rápidamente una noticia cuyo título era “Il muro e aperto” y que produjo gran impacto. Por último, la tercera equivocación fue culpa de los altos cargos del Politburó. Los policías de las aduanas intentaron localizar a sus superiores porque no sabían cómo debían actuar: si dejar pasar a la gente o no. Los altos cargos no se habían enterado de lo que había declarado Schabowski, ni el eco que la noticia había tenido entre la población. Al terminar la reunión se habían metido en sus coches y se habían marchado a su casa.