Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Buen periodista y buena persona

Javier Marrodán [Com 89], director de NT 2007 —2011, y profesor de la Facultad de Comunicación.


Cuando hace veintiocho años José Antonio Vidal-Quadras fue corrigiendo con un rotulador marrón mis primeros reportajes y entrevistas en aquellas clases ya legendarias de Redacción, empezó a concretarse mi dedicación al Periodismo. Hasta entonces había asistido a clases teóricas sobre materias muy pomposas y muy elevadas —que también me han ayudado mucho—, pero en aquellas sesiones vespertinas en la Biblioteca a las que acudíamos con nuestras máquinas de escribir me sentí por primera vez como un periodista de verdad. Esa sensación guardaba alguna relación con las propias prácticas, que eran un ejercicio muy real, muy pegado al terreno, pero creo que se debía sobre todo al profesor. Los ejemplos que nos ponía, las explicaciones que nos daba, las correcciones siempre amables con que adornaba nuestros folios, las fotos y los recuerdos que alegraban su despacho, su propia biografía profesional, eran un estímulo constante: estábamos ante un periodista de verdad. Seguramente por eso nos sentíamos importantes. 

Quizá pensé entonces que después conocería a otros muchos profesionales, que aquellas prácticas eran solo un prólogo de lo que me tocaría vivir, y lo cierto es que he tratado a muchos periodistas en los años que han pasado desde que cursaba segundo de carrera, pero también he descubierto que periodistas de verdad no hay demasiados. Por eso fue una suerte haberle conocido cuando me estaba estrenando en la profesión. No podía imaginar que dos décadas después acabaría trabajando codo con codo con él en la redacción de Nuestro Tiempo

También en eso he tenido mucha suerte: he asistido a los últimos compases de su vida profesional y he sido testigo del interés, el cariño y el rigor que puso en sus últimas columnas y colaboraciones. Nunca dejó de ser el gran profesional que me había admirado veintiocho años atrás. Sin embargo, los años de Nuestro Tiempo me permitieron descubrir además que José Antonio ha sido un maestro en muchos otros aspectos: su carácter entrañable, su paciencia, su comprensión o su buen humor han hecho muy fácil y muy agradable la convivencia. Y lo uno conduce a lo otro: al recordarlo ahora es fácil concluir que esa reflexión tan citada de Ryszard Kapuscinski —«para ser un buen periodista hay que ser ante todo una buena persona»— es la mejor semblanza que se podría hacer de él. En el fondo, toda la relación de estos años podría resumirse en una única palabra: gracias.