Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Leopoldo Abadía: «En una sociedad individualista, la pandemia está despertando un movimiento de solidaridad»

Texto: Teo Peñarroja Fotografía: Ingrid Ribas

Algunas semanas después de las entrevistas que originaron este perfil, la pandemia del covid-19 impuso en España el estado de alarma y no dejó indiferente a nadie. A Leopoldo Abadía tampoco. La presentación de Sonriendo bajo la crisis se canceló y se destruyó la tirada, y él tuvo que sentarse a escribir un nuevo capítulo para tratar de aventurar el alcance del cambiazo, un término que inventó en 2019 para definir el mundo en esta década y que ha encontrado una nueva perspectiva con este virus. Al mismo tiempo, confinado en casa, se ha dedicado a grabar vídeos cortos en los que contagia optimismo y anima a servir a las personas que uno tiene cerca.


¿Ha sido el coronavirus el detonante de ese cambiazo del que habla usted en su libro?

Yo había hecho una lista de, no sé, treinta cosas que no pasaban hace quince años… Y el coronavirus es lo único que faltaba. Tendrá muchas consecuencias de todo tipo: sociales, políticas, espirituales, económicas (económicas, todas las que quieras)... Brutal. Con lo del cambiazo me quedé corto, y ahora ya no sé cómo se puede llamar… ¿El supercambiazo? Las transformaciones de las que yo hablo en el libro van a sonar ridículas: las redes sociales, el procés, las fake news

 

¿Va a tener que borrar alguna página de lo que ya tenía escrito?

No, no. Cero. Yo no quito nada. El otro día lo estuve hojeando y… lo único que pasa es que vamos a poner una especie de prólogo y una última parte. Simplemente añado.

 

¿En qué nos va a afectar esto?

En este confinamiento vivimos de una manera totalmente distinta a nuestra vida normal; en casa te cruzas por el pasillo muchas veces con las mismas personas. El otro día el doctor Flaquer decía que hay que hacer la sonrisa del pasillo  —ya se ve que lo sanitario está en unas manos buenísimas; esta gente se está matando a trabajar de manera heroica—. Es una oportunidad para relacionarnos más con nuestra familia, con nuestros amigos, por teléfono… Hay que ocuparse de ellos porque muchos lo están pasando mal. 

A mí lo de los balcones me entusiasma. Me asomo por la parte de atrás, que hay un patio de manzana, y ya me he hecho amigo de las señoras de enfrente, que antes no sabía quiénes eran. Me da la sensación de que esto está despertando un movimiento de solidaridad, de cariño a los demás, de decir «todos lo estamos pasando mal,  pues venga, vamos a apoyarnos unos a otros». Y eso es muy bueno. En una sociedad individualista y egoísta, una contrariedad como esta seguro que tiene que venir bien.

 

¿Y en cuanto a nuestro bolsillo?

En lo económico lo vamos a pasar muy mal durante mucho tiempo. Por eso es bueno que nos demos cuenta de que no podremos seguir viviendo como hasta ahora. 

Por otra parte, esto debería servir para fortalecer a la Unión Europea. Un asunto que a mí me entusiasmaba hace años y que ahora vuelve a engancharme es el tema de los eurobonos. Antes, cuando España pedía prestado, es decir, cuando emitía deuda y sacaba bonos, avalaba España. Con el eurobono, España pide prestado y avala Europa, con lo cual nos sale mucho más barato y además tenemos mayor facilidad de financiación. Eso, a los países que se llaman a sí mismos frugales (Alemania, Holanda, Finlandia, me parece que la República Checa también) no les gusta. Aquí la labor política del Gobierno español es muy importante.

 

¿Lo estamos haciendo peor que otros países?

Ayer leí que en Estados Unidos han puesto 1,8 billones de euros para ingresar directamente en las cuentas corrientes de la gente, sin pasar por bancos ni nada. O sea que un ciudadano de repente se encontrará con un cheque o una transferencia en su libreta. 

En cambio, lo que hacemos en España es movilizar no sé cuántos millones, una idea que tiene su trampa. A los bancos les obligaron a poner en el avance, además del capital, unos colchones anticrisis por si viene otra como la de 2008. Ahora dicen que este dinero intocable se puede movilizar en forma de créditos. Pero claro, tú lo pedirás y el banco estudiará tu situación, y a lo mejor no te lo dan porque no se fían de ti. Lo de movilizar a mí no me convence; me gusta más lo de América. Esto, al final, se traduce en darle vueltas a la maquinita y fabricar dinero. ¿Has visto La casa de papel?

 

Un capítulo me parece que he visto.

La casa de papel al final son unos atracadores que entran a la fábrica de la moneda y crean dinero, mil millones. Con lo cual es un atraco que no es un atraco. Y aquí lo que hay que hacer es igual. Pero, en vez de mil millones, unos pocos más. ¿Qué pasará con eso? Que habrá una inflación brutal luego, que el euro se depreciará, que podremos vender mejor en China… 

 

Pero habría que poner de acuerdo a toda Europa para hacer eso.

Sí, pero, como la que tiene la llave es Lagarde, eso ya estaba puesto en marcha, no recuerdo por cuántos millones, pero por muchos. Yo creo que vamos a vivir un gran cambio. 

 

Y desde el punto de vista del dinero, para la gente, ¿esta crisis va a ser igual, mejor o peor que la anterior?

¡Peor, peor! No tienen ni punto de comparación. La otra vez fueron unos sinvergüenzas que hicieron una estafa, punto. Sabiendo la cuantía del fraude se podía calcular cuánto iba a durar. En las conferencias yo decía en broma que si se tratara de quinientos euros, los ponía de mi bolsillo y se acababa la crisis. Pero esto es otra cosa: una revolución total que no se sabe cuándo terminará... 

Mira, hoy [1 de abril] he publicado un artículo en La Vanguardia que se titula «Lo que la experiencia me dicta», y digo que lo que la experiencia me dicta es lo mismo que le dicta a Trump: nada. En una crisis económica la gente tiene experiencia, pero esto nadie lo ha visto nunca. Aquí hay que ocuparse primero de la salud. Luego están las cuestiones económica y social. Pero, claro, hay muchas personas que ya no han cobrado el sueldo de marzo. Aquella crisis fue mucho más limitada. En 2008 a algunos, a los que les agarró más fuerte, los arruinó, pero no a todos. Esta es brutal: veas a quien veas, le está afectando. Tú no sabes si vas a cobrar mañana y yo no sé si me voy a morir mañana. Esto es lo que hay. 

 

Habrá que apretarse el cinturón…

Pues sí. Esto lo decimos por sentido común, en realidad, no porque tengamos experiencia. La anterior pandemia fue la gripe española. ¿En qué año fue eso? ¿Y la peste? ¡Y las plagas de Egipto! Nadie que viva ahora tiene experiencia de otra pandemia. Por tanto, ¿hay que apretarse el cinturón? Sí. Dinero no te va a sobrar.

Y, oye, o le echamos un poco de optimismo a esto o no sé yo…

 

Usted transmite una visión positiva en los vídeos que está grabando estos días.

¡Por eso lo estoy haciendo! El otro día, hablando con mi hijo Gonzalo, le decía que son vídeos para animar al personal. Lo que no podemos hacer ahora es quejarnos e ir por ahí diciendo lo mal que está todo y que esto se hunde. No, porque nunca se hunde nada. Entonces, o empiezas a decir que aproveches esto para conocer mejor a tus hijos, para hablar más con tu mujer o si estás solo para estudiar una carrera, o si no… Yo tengo un amigo de ochenta y tantos que está estudiando Bellas Artes. El otro día estaba preocupado porque tenía que hacer un dibujo con perspectiva cónica y no sabía hacerlo. [Se ríe]. El tío ahora tiene más tiempo para estudiar. De eso van estos vídeos: cada día les digo un par de cosas. Ayer les dije que prohibido reblar. Reblar es una palabra castellana que se usa mucho en Aragón y quiere decir achantarse, echarse para atrás, retroceder, rendirse. Prohibido, prohibidísimo. Lo que no puede ser es decir: «Esto se hunde, por lo tanto yo me muero». No, no, no. Calma.

 

¿Usted cree que conseguirá explicarnos esta crisis tan bien como la anterior?

No-lo-sé [remarca las sílabas]. Lo que he contado es todo lo que sé. Hay un problema económico, social, espiritual… Una cosa que me ha llamado la atención es que nadie en España ha mencionado públicamente a Dios, ¡nadie! El otro día en televisión aparecieron unas niñas saharauis y una de ellas, pobrecita mía, dijo: «Los saharauis rezamos por España». Y yo pensé: «¡Dios mío, menos mal que hay alguien que reza!».