Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Santi Balmes. Una ciudad llamada Bruma


«La vida son ironías en forma de capicúa. Más tarde o más temprano todo vuelve al origen, como un dibujo en forma de perverso lazo. La meta se parece al punto de partida, y lo del medio es solo un camino que sirve para que, al final, comprendamos el inicio». Esto lo escribió un adulto que, como todos, un día fue niño. Era hijo único y sintió cómo todo se desmoronaba a su alrededor a raíz del divorcio de sus padres. Para guarecerse, construyó un refugio dentro de sí mismo al que acudir cuando la realidad se volvía demasiado desagradable como para habitarla. Eran los cimientos una ciudad imaginaria a la que más tarde llamaría Bruma.

El niño creció en Barcelona. Le gustaba escribir, cantar y dejarse acompañar por esa amistad de auricular que fue para él David Bowie. Se matriculó en Psicología, aunque pronto se dio cuenta de que su búsqueda era la de entenderse, y de que para ello solo necesitaba una letra y una melodía. También un grupo.

Santi Balmes (Barcelona, 1970), vocalista de LOL, empezó a cantar en público lo que había escrito en la intimidad. Ese imaginario que alimentó durante la infancia es la gran seña de identidad de la banda. Un día en que Santi estaba en una biblioteca, una melodía le asaltó. Tras meses de arreglos, presentaron la canción «Club de fans de John Boy», sobre el personaje más famoso de cuantos pueblan su universo interior.

El éxito de 1999 dio paso a una marea de dudas y cierta angustia. ¿De verdad quería ser cantante? ¿Estaba hipotecando su vida por un sueño adolescente? Al otro lado del teléfono, Santi rompe el silencio: «Digamos que los motivos mitómanos por los que un chaval de diecisiete años quería dedicarse a la música se han ido diluyendo. Llega un momento en el que hay que reinventarse para que esto te siga llenando. Es una lucha continua para entender quién es el Santi de ahora y qué es lo que le mueve una vez que ha pasado por todas las épocas: desde el fracaso hasta la popularidad». De aquel punto de inflexión nació La noche eterna. Los días no vividos (2012), un álbum que ha inspirado la puesta en escena de su gira más íntima, Espejos y espejismos (2018-2019), con cajas de cartón a modo de ciudad en miniatura. 

Ese viaje subconsciente que Santi había emprendido le llevó de vuelta a la infancia: lo que fue —el niño— visitado por lo que es —el artista—. De la intersección del lazo salió El poeta Halley (2016), un proyecto que le ayudó a reconciliarse con aquel hijo y a hablar de su «herida»: «Parecía que todo se iba desintegrando con el divorcio de mis padres. Es una sensación de pérdida constante que yo creo que, en el fondo, tenemos todos».

Del recorrido de Halley salieron dos libros que tienen lugar en la ciudad imaginaria de Balmes, donde habitan todos sus alter ego: Canción de Bruma (2017), que combina la poesía con la prosa poética, y la novela El hambre invisible (2018).

Santi se ve como «un transmisor de experiencias universales»: «Hablo de mí, pero al mismo tiempo hay un proceso de desidentificación que me permite llenar las canciones de un simbolismo donde yo me puedo esconder y se puede adentrar quien esté escuchando». Quizá siga siendo, como le dijo una vez Julián Saldarriaga, guitarra del grupo, «esa pieza que no encaja en ninguna parte»; sin embargo, sus canciones hacen sentir al resto de piezas que, al menos, encajan en alguna parte.