Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Una carrera profesional con enfoque solidario

Texto: Josean Pérez Caro [Com 04]  Foto: Laura Venzal

Nambala, norte de Tanzania. Sobre un vasto terreno arenoso se asientan los pupitres de Blue Sky School. En una zona donde la pobreza se extiende sin descanso asoma desde 2015 este colegio en el que las grandes lecciones las dan niños como Eliza. Laura Venzal [Der 18] estuvo allí cuatro veranos consecutivos. Hoy, esa solidaridad que un día acercó lazos sigue latiendo.


Eliza tiene diez años. Desde los seis, se sienta en uno de los casi quinientos pupitres de Blue Sky School, donde stá interna con su hermano Ayoub —tres años menor— tras la muerte de su madre a finales de 2015. Laura Venzal [Der 18] la conoció en su primer viaje a Tanzania y decidió apadrinarla. Era su primer año de Universidad. En el campus, unas pequeñas inversiones en Bolsa para la asignatura Economía Política dieron a los alumnos algo de rentabilidad y debatieron qué hacer con el dinero. «No sabíamos si repartirlo o guardarlo. Fue entonces cuando les hablé de Eliza; de cómo su madre, que era ciega, mendigaba por las calles; de la casa de acogida para personas invidentes donde vivían... Finalmente, le pagamos el colegio», cuenta Laura

Blue Sky School lo fundó la ONG tanzana Tahude en 2015. Allí desembarcó Laura tras bucear mucho por internet. En su búsqueda dio con Elena Ramos, una española que está al frente del colegio desde sus inicios. Le transmitió mucha confianza. «Yo no quería hacer volunturismo, ni ayudar solo un mes; me interesaba conocer personas, entender sus problemas y su cultura, para dar un enfoque solidario a mi carrera profesional», explica. Por esa inquietud, durante su etapa en Pamplona prestó apoyo escolar a adolescentes de familias inmigrantes, acompañó a niños con discapacidad y coordinó el voluntariado internacional de Tantaka a la par que ejerció de delegada de la Universidad. 

Cuando Laura llegó en junio de 2015 a Tanzania, Blue Sky era un sobrio bloque en forma de U con dos clases, un baño y una secretaría. Gracias a la aportación de muchos hoy son cuatro edificios, tiene un parque y sus aulas lucen coloridas. Con dibujos de letras y números, con pósteres del sistema solar y del cuerpo humano. Laura colaboró en este colegio cuatro veranos consecutivos:  asesoró a profesores, enseñó cuestiones de higiene, montó estanterías… También sentó las bases de Barabaiki, una empresa que comercializa obras de arte africanas y que fundó en 2017 con otros siete alumnos de la Universidad. El mecanismo es sencillo: se compran cuadros al artista por encargo, se les remunera y los beneficios de las ventas se destinan a becas y a desarrollar programas formativos en sus comunidades de origen. Hoy, quince niños de primaria estudian gracias a estas ayudas

Asistir a este colegio cuesta 350 euros al año. Las tasas incluyen la comida y el uniforme, además de la educación. «Hay familias que no se lo pueden permitir», afirma Elena. Por eso, la inversión solidaria en aquella asignatura de primer curso sigue vigente: «Compañeros de promoción me preguntan por Eliza y aportan dinero para que continúe en la escuela», dice con esa sonrisa que siempre acompaña sus palabras. 

Uno de ellos es Andrés Gabela [Der 18]. Ecuatoriano, y camarada de periplos solidarios y, hoy, su marido. Viajó con él a Tanzania y Kenia cuando estudiaban en la Universidad. Al igual que hizo Laura con Eliza, Andrés le cambió la vida a James. Con una infancia en la calle, ayudó a este keniata de 30 años para que se matriculara en la MOI University de Nairobi. Está en el último curso de Sociología. 

Mientras Laura se prepara para opositar a la carrera diplomática, imagina a Eliza descubriendo los planetas. Andrés, que se dedica al comercio internacional, espera el WhatsApp de James con la fecha de graduación.

 

 

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