Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Ghiberti a las puertas del paraíso

Texto Ignacio Uría [95 PhD 04]Fotografía Antonio Quattrone y Nicolò Orsi Battaglini (Cortesía de la Opera de Santa Maria del Fiore)

La Puerta del Paraíso luce con todo su esplendor de bronce y oro. Reluce debería decirse.
En estricto sentido etimológico. Vuelve a lucir en Florencia después de un cuarto de siglo de restauración. Si Lorenzo Ghiberti empleó veintisiete años en esculpirla (de 1425 a 1452), ahora se han tardado otros veintisiete en restaurarla. Un trabajo de magos que concluyó en septiembre de 2012. Tristemente no volverá a su emplazamiento original en el baptisterio de san Juan porque la humedad y la contaminación acabarían con esta joya renacentista. A partir de ahora habrá que visitarla en el Museo de la catedral de Florencia. Cuenta Giorgio Vasari en su magna obra Le Vite que, al descubrir su belleza, el excelso Miguel Ángel exclamó: “¡Es una obra divina, digna de ser la Puerta del Paraíso!”. Y con ese nombre ha pasado a la Historia.


Florencia, año 1400.  La ciudad-estado no tenía rey, noble o pontífice que la gober-nase. Era una república de cargos electos, aunque dominada por los Albizzi, familia de oligarcas mercantiles. Al frente de la ciudad estaba Tommaso degli Albizzi, hombre fuerte del gremio de los comerciantes de lana y seda.
Fueron ellos precisamente los impulsores de un cambio esencial para la historia del arte: inventar un concurso de méritos para que los mejores escultores de Italia compitieran entre sí. ¿El premio? La adjudicación del proyecto de la segunda puerta del baptisterio románico, cuyo realce y conservación era responsabilidad de los empresarios florentinos. En el fondo de su encargo también estaba la rivalidad con Pisa, cuyo baptisterio era el más grande de Europa y albergaba un púlpito incomparable esculpido por Nicola Pisano.
Al concurso acudieron muchos artistas, pero a la final llegaron siete. Entre ellos, Brunelleschi y Ghiberti, que resultó vencedor. Florencia ganó un artista y Roma un arquitecto, ya que Brunelleschi no volvió a esculpir. El jurado estuvo compuesto por veinticuatro personas y en el verano de 1402 emitió su veredicto: Lorenzo Ghiberti era el elegido. Su obra era más fiel al texto bíblico… y costaba menos dinero que la del otro finalista, argumento de peso en los hombres de negocios.
Para el joven Lorenzo era un premio extraordinario porque suponía pasar de simple orfebre a escultor reconocido. A cambio, tuvo que imitar el modelo de la primera puerta (realizada por Andrea Pisano entre 1330 y 1336). De hecho, si se pone una al lado de la otra son tremendamente parecidas.
Por lo que respecta a su ubicación, la puerta gótica de Pisano miraba al sur y, debido a las tradiciones escultóricas del momento, recogía la vida del patrón de la ciudad, san Juan Bautista. La nueva puerta, sin embargo, iba a contener escenas de la vida de Jesucristo y tenía que ser colocada en el lado oriental , ya que era la que miraba a Jerusalén. La tercera y última puerta del baptisterio, situada al norte, no se renovó por falta de fondos.
Ghiberti nunca se había caracterizado por cumplir los plazos de sus encargos, pero en esa ocasión batió todas sus marcas. La segunda puerta tenía un plazo de entrega de nueve años... ¡y tardó veinte! Pese al retraso, la obra tuvo un éxito insospechado y en 1425, mientras estaba en Venecia, Arte de Calimala (nombre del gremio de comerciantes florentinos) le encargó la tercera puerta del baptisterio, ubicada en la entrada norte y con escenas del Antiguo Testamento.  Sustituiría de este modo a la única puerta realizada en madera, carente de valor artístico.

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