Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Los 'pecados' de Alicia

Texto: Patricia García Sánchez, escritora y musicóloga. Colaboradora: Ana Eva Fraile [Com 99]. Fotografía: ©Manuel Duart/Arxiu Alicia de Larrocha

Fue una de las mejores pianistas del siglo XX. Con sus dedos tocaba el alma de las partituras desde Mozart a Granados. Titánica sobre el escenario, eligió vivir sottovoce. Cuando se cumplen cien años del nacimiento de Alicia de Larrocha (1923-2009), celebramos su desconocida faceta de compositora con unas piezas que ella consideraba simplemente «pecados de juventud».


Mucho antes de aprender a escribir sus primeras palabras, Alicia empuñaba sus lápices de colores para garabatear en las teclas del piano de su tía Carolina. Pagó cara aquella travesura: sus padres decidieron cerrar la tapa de su juguete preferido con llave. Cuando amainó la rabieta, le prometieron que, si se portaba bien, su tía le enseñaría a tocar. Ella era profesora y la pequeña escuchaba el eco de los ensayos de sus alumnas. Una tarde, al finalizar una clase, la pequeña trepó a la banqueta y empezó a reproducir los primeros compases de la obra que habían estado practicando. Alicia tenía un don.

El maestro que modeló su desbordante e inusual talento fue Frank Marshall. Con solo seis años, el 12 de diciembre de 1929, pequeño recital durante la Exposición Universal de Barcelona. A los doce debutó con la Orquesta Sinfónica de Madrid. Y con treinta hizo los honores con la Filarmónica de Los Ángeles. Su repertorio era romántico y mozartiano. Sin embargo, una de sus mayores proezas fue llevar la música española a muchos rincones del planeta, con obras de Granados, Albéniz o Falla.

Con un lenguaje parecido al canto, el piano de Alicia recitaba, respiraba, murmuraba o se desgarraba. Arrolladora y poética, acometía con aparente sencillez los pasajes más difíciles. Virtuosa hasta el extremo, recibió tantos premios como elogios. Cuatro Grammy, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (1981), Premio Nacional de Música (1984), dos Ondas (1992 y 2000), entre otros. En 1994, el jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Artes la reconoció como la mejor pianista del mundo. Sin distinción de género. 

Su faceta como compositora deslumbra, aunque su nombre no figure aún en los libros académicos sobre historia de la música. Entre los siete y los treinta años compuso 41 piezas para piano solo o acompañado de voz, violonchelo o violín. En una entrevista publicada por el periódico La Vanguardia en 1985, Alicia recordaba cómo las gestó. Durante la Guerra Civil, como su maestro tuvo que escapar de Barcelona, empezó a escribir. También le dedicó a su entonces novio, Joan Torra, «alguna obrita de piano o un lied».

 

En la intimidad

 

Alicia de Larrocha se atrevió a dibujar sus sentimientos de infancia y juventud sobre los pentagramas. En 2015, su hija desempolvó aquellos poemas musicales, y otras obras inesperadas, guardados durante décadas en un cajón. Fruto del hallazgo, se presentaron el doble CD Alicia de Larrocha: Pecados de juventud (disponible en Spotify) y cuatro volúmenes de partituras.

 

 

Mudas durante décadas, las partituras originales sonaron en público por primera vez en 1987, cuando Carlota Garriga interpretó un puñado en un concierto homenaje. Más tarde, Alba Ventura estrenó dos piezas y la soprano Marisa Martins cantó algunas más. Finalmente, en 2016 la pianista Marta Zabaleta y otros cuatro intérpretes grabaron un álbum doble con su obra completa, y se llevó a cabo también la revisión de las partituras editadas por la casa Boileau. 

Alicia de Larrocha nunca valoró la posibilidad de publicar aquellas composiciones. «Si las veo, me hacen soltar la carcajada», llegó a confesar en una ocasión. A partir de los años sesenta, coincidiendo con el auge de su proyección internacional, abandonó la costumbre de escribir. A lo largo de más de siete décadas, ofreció más de cuatro mil conciertos en cincuenta y nueve países; en los principales escenarios de Europa, Estados Unidos y Japón, y con orquestas y directores de gran prestigio, como André Previn, Rafael Frühbeck de Burgos o Georg Solti.

 

El último descubrimiento

 

En 2019, coincidiendo con el décimo aniversario del fallecimiento de Alicia de Larrocha, se publicó Festívola, un último «pecado de juventud», al aparecer un audio inédito. En la grabación, la propia pianista interpretaba esta pieza en un concierto benéfico celebrado el 3 de octubre de 1970 en el Hunter College de Nueva York. Se desconoce el año en el que compuso esta obra que, como figuraba en el programa de mano, se tituló originalmente Danza.

 

En Pecados de juventud encontramos una serie de exquisitas miniaturas sonoras con un lenguaje propio a caballo entre la poesía y la solidez compositiva. Estos versos musicales de claro estilo romántico derrochan rigor, frescura y sensibilidad. En ellos, las evidentes reminiscencias a Bach, Schumann, Soler o Scarlatti se entremezclan con el jazz, el impresionismo y el folclore catalán. Una música pura y sin rastro de atonalidad u otros elementos de vanguardia tan de moda en la época. 

El amor es un tema constante, pero también hay sueños infantiles, juegos, tardes de primavera, suites, sonatas e invenciones. En Romanza para piano y violonchelo, que Alicia de Larrocha dedicó con doce años a su hermano Ramón, desarrolla, en menos de dos minutos, un tema bello, lírico y equilibrado entre ambos instrumentos. Y La cajita de música es una delicia repleta de saltos diminutos, como confeti en una fiesta de cumpleaños.

En lo que parecen pequeños experimentos y travesuras, una joven Alicia demuestra dominio extraordinario del lenguaje musical y de su instrumento. Son composiciones sutiles, brillantes, bellas y delicadas. Sin duda, representan de forma contundente su manera de entender el mundo, de comunicarse y de explorar el teclado. Más que pecados son tesoros

 

En busca del sonido ideal


Alicia de Larrocha no se sentía cómoda en los estudios de grabación. «El sonido de los discos es falso. Está todo retocado. Se pierde el sonido personal del artista y, sin eso, no hay nada», decía. Aun así, confiando en la visión de futuro de su marido y de su mánager, dejó un legado discográfico de más de cien títulos, pero no se sintió satisfecha de ninguno porque «ahora lo haría diferente».


La cara b de los premios

 

Uno de los pocos premios que Alicia de Larrocha recogió en persona fue el Príncipe de Asturias en 1994. Ni siquiera los cuatro Grammy que la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos le otorgó en 1974, 1975, 1988 y 1991, mucho antes que a Alejandro Sanz. Aunque la nómina de galardones de la gran dama del piano es infinita, a ella le creaban desasosiego: «Los premios convierten a la música en responsabilidad y deja de ser un placer».

 

 


Categorías: Música