Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Miguel Zugaza. Bienvenidos al Prado

Texto Nacho Uría [Der 95 PhD His 04] - Fotografía Alberto Ferreras/Agencia Colpisa - Ilustración Mikel Casal

Miguel Zugaza Miranda (Durango, Vizcaya, 1964) es el director del Museo Nacional del Prado, al que se incorporó en 2002 procedente del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Sucesor de directores como Madrazo, Pérez de Ayala o el mismísimo Picasso, gobierna la pinacoteca desde la sexta planta del edificio de la calle Ruiz de Alarcón, si bien es habitual verle en las salas y galerías del Prado como guía de alguna visita o como un simple visitante más.


Según Oscar Wilde, la belleza era superior a la inteligencia porque no necesitaba explicación. ¿Comparte esa creencia?
Creo que son dos caras de la misma moneda. En algunas épocas de la historia una ha primado sobre otra, pero no hay una obra de arte fundamental que no exprese al mismo tiempo belleza y sabiduría.

Sin embargo, usted ha manifestado en alguna ocasión que la belleza es solo la envoltura del arte...
Es un tema más complicado. Según avanzamos en nuestra época contemporánea, el concepto clásico de la belleza, que tiene que ver con un ideal de perfección, pierde vigencia y a cambio surge lo monstruoso, la contrabelleza, como una nueva categoría estética, y más adelante la radical postura del racionalismo y del minimalismo, que elimina de la obra cualquier envoltura estética para quedarse con la esencia de la forma.

¿Existe una cultura para élites y otra popular?
La cultura siempre es elitista. Lo que es importante es que el conjunto de la ciudadanía acceda a ese nivel de conocimiento y disfrute del arte.

¿Se han convertido los museos en espectáculos para masas? Para el arte, ¿es beneficioso o perjudicial?
El acceso de la sociedad a las formas del arte histórico o contemporáneo es la principal misión de los museos desde su creación. No sé por qué nos tiene que asustar que los ciudadanos deseen tener una relación con el arte: es el triunfo de la democracia y siempre es beneficioso. Lo importante es cómo se cumple con este objetivo. En el Prado lo intentamos hacer de una forma muy profesional, sin frivolizar y tratando que el ciudadano que llegue con su bagaje de conocimiento salga enriquecido... y no solo entretenido.

¿Solo las grandes exposiciones son capaces de atraer al público?
Los seres humanos somos muy curiosos y nos interesan muchísimo las personalidades de los artistas más singulares, y más aquellos que se salen de la norma por su arte o por su carácter.

Usted ha «sobrevivido» a cinco ministros de Cultura y tres presidentes del Gobierno. ¿Cómo lo consigue?
No tiene que ver conmigo, sino con la institución y el consenso político que se logró antes de que yo llegara al Museo. La idea central era que el Prado se modernizara y profesionalizara. Todos las fuerzas del arco parlamentario han respetado este proyecto, especialmente los dos grandes partidos que se han alternado en el Gobierno. Hasta ahora se ve que, personalmente, he contribuido a alcanzar esos objetivos, pero nada más.

El Reina Sofía ha tenido en 2013 más visitantes que el Prado, sobre todo por las 730 000 personas de la exposición de Salvador Dalí. ¿Le preocupa?
Los visitantes quieren saber algo sobre el futuro, ¿no? Esto ocurre normalmente en Londres, donde la Tate Modern supera en visitantes a la National Gallery. Me alegro sinceramente de que el Reina Sofía tenga buenas cifras. Ahora bien, si establecemos comparaciones hay que hacerlo de forma objetiva.

El Prado es una organización compleja. Su presupuesto ronda los cuarenta millones de euros anuales, la plantilla alcanza las cuatrocientas personas, abre siete días a la semana… ¿Aún puede gobernarlo?
Si lo comparas con el Louvre o el Metropolitan de Nueva York es un museo pequeño. Este último tiene en luz, agua y mantenimiento de los alrededores un presupuesto de cincuenta millones de euros, que es más dinero que todo nuestro presupuesto. El Prado, siendo uno de los museos más importantes del mundo, aún tiene una escala razonable para trabajar y también para celebrar la relación del público con el arte. Para mí es una obligación ver cómo funcionan los montajes y las exposiciones cuando hay público. Y, además, no lo puedo negar, supone un placer. Un director nunca puede quedarse en el despacho y dejar de visitar las galerías.

 

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