Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Otro intento fallido de resolver el 'misterio Simenon'

Texto: Malena Cortizo Álvarez [Com 26]. Fotografía: Alamy  

Georges Simenon hubiera cumplido 120 años en febrero de 2023. Es el escritor belga más traducido del mundo. Firmó 192 novelas, sin contar todas las que escribió con seudónimo. Arduo trabajador y artesano de la narrativa, era capaz de terminar cinco libros al año. Su creatividad fascinó incluso a las mentes más brillantes de la literatura francófona. Y hoy sigue cautivando lectores gracias a las editoriales Acantilado y Anagrama, que en noviembre de 2021 se unieron en una colección dedicada a su obra.


Entre dos brazos del Sena, un centinela vigila París. Frente a la rive gauche observa a los que pasean por el muelle. Este edificio de piedra ornamentada no lleva una dirección cualquiera: es el número 36 del Quai des Orfèvres, la sede de la Policía Judicial. 

Ahora viene un agente. El humo de su pipa le sigue flotando. Una gabardina beige cubre sus hombros cuadrados y le protege del viento de abril. Se detiene un instante entre la puerta de madera y uno de los ventanales de la planta baja. Bajo el ala de su sombrero, escruta el canal con ojos de detective, como si la solución del caso se hallase detrás del puesto de un librero o en un edificio del Barrio Latino.

Todo esto le hace sonreír. No porque acabe de resolver el misterio, sino porque se siente como en una de sus novelas. Cuando inventó el personaje de Jules Maigret en 1931, Georges Simenon nunca imaginó que serían tan parecidos. Ahora, 41 años después, para su gira europea, visita el cuartel de la policía que tanto aparece en su obra. Los inspectores, detectives y oficiales le tratan como uno de ellos.  

Le organizan una cena con rodaballo Dugléré y pato a la naranja. Incluso le regalan una placa con el nombre de Maigret, número 0000. La conservó y la usó de llavero. Salvo una vez, cuando le pillaron por exceso de velocidad y la mostró para escapar de los gendarmes. Tal vez los agentes creyeron reconocer en Simenon los rasgos del verdadero comisario. La noche de 1972 en el Quai des Orfèvres, las dos grandes contradicciones de Simenon ya estaban ahí. Por un lado, el misterio Simenon: era muy difícil distinguir lo verdadero de lo falso en la vida del escritor. Por otra parte, la duda que ha sobrevolado su trabajo, sobre todo en Francia: si es posible ser un autor de best-sellers y al mismo tiempo hacer gran literatura.

No es necesariamente más fácil empezar por el principio en la búsqueda de esas respuestas. Cuando se trata de la vida de Simenon, nada es obvio ni transparente. Las dudas aparecen desde su fecha de nacimiento. Su madre era una mujer supersticiosa que no podía soportar que su hijo mayor naciera un viernes 13. Así que, en el registro civil, lo inscribió el 12 de febrero de 1903, poco antes de medianoche. 

El periodista y escritor francés Pierre Assouline es el autor de la biografía sobriamente titulada Simenon, que se considera la más completa. También ha realizado Le Siècle de Simenon (2013), un documental a base de fragmentos de entrevistas concedidas por el escritor. Las declaraciones atribuidas a Simenon en este reportaje proceden de estas dos obras, a menos que se especifique otra fuente. Por correo electrónico, Assouline contesta a la siguiente pregunta: ¿cuáles son los puntos más misteriosos de la biografía de Simenon? «Toda su vida es un misterio, intocada por la investigación biográfica, y tanto mejor. Así que no tiene sentido aislar nada de ella: sería inútil».

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Cuando se trata de la vida de Simenon, nada es obvio ni transparente. Las dudas aparecen desde su fecha de nacimiento.

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Se le conoce sobre todo por ser el creador del inspector Maigret, protagonista de 78 novelas y 28 cuentos, escritos entre 1929 y 1972, y numerosas películas policiacas. Este comisario ficticio se ha incorporado tanto a la biografía de su inventor que la propia vida de Simenon se tiñe de fantasía. A menudo se describía como un personaje, con su propia mitología, lugares recurrentes y acontecimientos formativos. De hecho, solía decir que «todos somos capaces de ser héroes de una novela». 

 

PRENDER EL FUEGO

La ciudad belga de Lieja es famosa por su producción de armas de fuego, su fervor religioso y su vida nocturna. No es de extrañar su apelativo, «la cité ardente». «Ese sobrenombre no corresponde del todo al retrato que pinta Simenon —admite Laurent Demoulin, conservador del Fondo Simenon de la Universidad de Lieja—. Describe una villa pequeñoburguesa que se puede relacionar con su historia familiar». 

En esta ciudad, con la que Simenon siempre tuvo una relación compleja, creció en la primera década del siglo XX. Le rodeaba una burguesía media, conservadora y hosca. «No éramos tan pobres como para que fuera bonito», diría años más tarde. Nunca pudo identificarse con sus familiares: «La necesidad de escribir me vino el día en que sentí que pertenecía a mi entorno y al mismo tiempo que estaba fuera de él».

A los doce años ya había decidido que dedicaría su vida a escribir novelas. Había cursado sus estudios con los jesuitas y era un lector apasionado: Alexandre Dumas, luego Dickens, Balzac, Stevenson... 

Henriette Brüll, su madre, venía de una familia acomodada y siempre prefirió a su segundo hijo, Christian, de modo que, de pequeño, Georges se aferraba al afecto de su padre, el contable Désiré Simenon

La crisis, sin embargo, llegó un día de 1916 en que el médico de cabecera telefoneó a Simenon. Su padre estaba muy enfermo y le quedaba menos de un año de vida. El joven George Sim —así firmaba sus deberes en la escuela— , tuvo que trabajar para mantener a su familia. Al adolescente le costó adaptarse. Le acababan de despedir de su último empleo en una librería cuando pasó por delante de las oficinas de la Gazette de Lièges. «¿Por qué no hacerme periodista? [...] Ser reportero debe de ser algo maravilloso», pensó. Simenon entró y pidió hablar con el director. Tras unas cuantas llamadas telefónicas para comprobar sus referencias, Georges consiguió su oportunidad. Tenía 17 años.

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Se le conoce sobre todo por ser el creador del inspector Maigret, protagonista de 78 novelas y 28 cuentos, escritos entre 1929 y 1972, y numerosas películas policiacas.

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Siempre lo contó así, como si por pura suerte hubiera podido convertirse en periodista. Sin embargo, Pierre Assouline explica que seguramente llegó a la redacción con unas cuantas recomendaciones en mano y que algunas de las versiones de la historia se contradicen: a veces habla con el director, a veces con el editor. Además, la Gazette coincidía con los valores conservadores de sus parientes. De inmediato sucumbe la fantasía. Pero a Simenon le gustaba jugar con su mito y no siempre contaba la verdad.

«La familia de Simenon influyó en su obra tanto como una prolongación de él mismo como porque se opuso a ella de forma muy violenta», afirma el especialista Demoulin. En aquella época, al borde de la mayoría de edad, empezó a relacionarse con los artistas de La Caque, un grupo anticonformista casi marginal, en las antípodas de su educación y de los valores familiares. Eran, como escribió el ganador del Premio Booker John Banville, «un grupo de jóvenes dandis y  bohemios bajo la dirección espiritual del pintor Luc Lafnet», una «pandilla desbocada que se entregaba a la bebida, las drogas y el amor libre». En aquel texto, que Banville preparó en 2003 para presentar una colección de obras de Simenon en The New York Review of Books, cuenta que un miembro del grupo murió en extrañísimas circunstancias y que Simenon firmó un reportaje en la Gazette de Lièges en el que aseguraba —sin saberlo en realidad— que se suicidó. Entre aquellas dudosas compañías conoció a su primera esposa, la pintora Régine Renchon, a la que llamaba Tigy. También escribió su primer libro, la novela humorística En el puente de los Arcos (1920), que nunca quiso volver a publicar porque le parecía pésimo. 

—Primogénito. El pequeño George Sim, con cinco años, en una fotografía de 1908, junto a sus padres, Désiré y Henriette, y su hermano pequeño, Christian.

Laurent Demoulin cuenta que el escritor «nunca escapó del todo de su ciudad natal, pero también viajó mucho y se inspiró en todos los lugares que vio». Lieja es solo la primera piedra, el primer lugar simenoniano que nutrió su obra. Pero, en aquella época, el éxito literario y artístico estaba en otra parte. Simenon y Tigy decidieron ir a París. Ella también era escritora y llegaría a publicar Souvenirs, una obra sobre su vida con Simenon. Demoulin cuenta que se dijeron: «Nos sacrificaremos por el primero que triunfe»

 

QUEBRAR EL CRISTAL

«Demasiado literario, muchacho. Excesivamente literario. Sobre todo, ¡nada de literatura!». Este fue el consejo de Colette, la directora literaria del periódico Le Matin. El joven que ella llamaba «mi pequeño Sim» insistió hasta que logró publicar uno de sus cuentos en el periódico. Corría el año 1923. Georges Simenon trataba de hacerse un nombre en París. Pronto descubrió su talento como narrador para esas historias frívolas y divertidas de los locos años veinte. Pero Le Matin era un periódico mucho más serio. Desde aquel día en la redacción no dejó de simplificar su estilo.

Pasó de los relatos cortos a novelas populares escritas con diversos seudónimos. Escribía dos a la semana, ochenta páginas al día. Funcionó muy bien. Incluso llegó a trasladarse a un apartamento en la Place des Vosges, la plaza más antigua de la capital y una de sus zonas más exclusivas. Para ir más rápido, decidió dictar sus novelas en vez de escribirlas. Necesitaba una secretaria. Henriette Liberge, una pueblerina menuda, «rubia, regordeta y sencilla», recibió inmediatamente el apodo de Boule y permaneció siempre al lado de los Simenon

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Corría el año 1923. George Simenon trataba de hacerse un nombre en París. Pronto descubrió su talento como narrador para esas historias frívolas y divertidas de los locos años veinte.

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La época parisina también quedó marcada por la historia de la novela en la caja de cristal. Para publicitar el lanzamiento de su periódico, su amigo Eugène Merle tuvo la idea de organizar un evento especial. El escritor se encerraría durante tres días y tres noches en un cubo de cristal transparente. Dentro había un escritorio, una silla y una máquina de escribir. Los transeúntes podrían ver a Simenon escribiendo una novela.

«De todas las historias inventadas por Simenon —escribió Antonio Muñoz Molina en El País en 1994— seguramente la única mediocre es la de su propia vida, un cuento de desmesura y megalomanía que habría merecido el desdén del sólido comisario Jules Maigret. Una de tantas leyendas desmentida por los biógrafos, pero reiterada hasta por presuntos testigos, lo representa escribiendo encerrado en una jaula de cristal, rodeado por el público de las galerías Lafayette de París. A esa caricatura del escritor yo prefiero el retrato de uno cualquiera de sus lectores». Según Pierre Assouline, fue una fake news de la época. Hay varias hipótesis sobre por qué nunca pudieron hacerlo, pero la más probable es que el periódico quebrara antes de la fecha fijada para la representación. Pero durante el resto de su vida tuvo que oír historias de falsas jaulas de vidrio.

—Ciudad de la luz, ciudad de misterio. Simenon fotografiado por Paul Buisson delante del Quai des Orfèvres en París.

De 1928 a 1932, Simenon viajó por Europa y África. No fue en el pueblo de Saint-Fiacre, ni en París, donde nació un hombre gordinflón, un bon vivant con bombín y pipa en el hocico. Fue a bordo del Osthrogoth. Se hallaban atracados en Delfzijl, una ciudad de Holanda. El barco necesitaba reparaciones, así que Simenon no tuvo más remedio que ir a escribir al puerto. Allí comenzó Pietr-le-Letton, la primera aparición del Comisario Maigret.

De nuevo, la verdad no es tan romántica. El personaje de Maigret ya había surgido antes, aunque bajo otras formas. La primera vez que su nombre figura en la obra de Simenon es en Une ombre dans la nuit, una novela sentimental que firmó bajo el seudónimo de Georges-Martin Georges. Jules Maigret no era un policía, sino un médico de Saint-Macaire, cerca de Burdeos. La estatua del comisario, de bronce verde por los años, permanece firme en los Países Bajos.

 

LAS CASAS DE SIMENON

 

Georges Simenon pasó los últimos treinta y dos años de su vida en Lausana, en la parte francófona de Suiza. En ese tiempo habitó al menos cuatro viviendas. La primera, el Château, sigue en Echandens, con sus jardines lujuriantes. Donde se alzaba el búnker ha brotado La Colina de los Sueños, un surtido de doce edificios cúbicos, idénticos, de tres plantas. Hace años que no se escucha su nombre en la torre gris del 155 de la Avenue de Cour. Él y Teresa vivieron dos años en un dúplex del octavo piso antes de mudarse a su última vivienda. La casa rosa del número 12 de la Avenue des Figuiers parece haber virado al gris. Nadie responde al timbre y el buzón está vacío y lleno de telarañas. No queda rastro del hombre con sombrero que de vez en cuando iba a tomar un vaso de vino blanco en el Gamberro, el restaurante italiano del barrio. El viento barrió hace tiempo los últimos vapores del tabaco de pipa. Quizás el roble del jardín a cuya sombra se esparcieron las cenizas de Simenon siga en pie.

 

SELLAR LOS SOBRES

Assouline remarca en la biografía que a menudo se acusa a Simenon de ser un collabo, como llaman a los franceses a quienes apoyaron a los nazis durante la Ocupación, pero que en realidad era simplemente un cobarde y un oportunista. No regresó a propósito a Bélgica para evitar el servicio militar. Escribió para periódicos dirigidos por los alemanes. A pesar de eso, Georges Simenon se pensaba apolítico. Uno de sus principales traductores al español, Carlos Pujol, calificó esa actitud en un artículo de 2003 en ABC de «cómoda ambigüedad durante la guerra y la posguerra» y señaló como «una de sus manías de siempre» su participación, todavía adolescente, en una campaña de prensa antisemita. A su juicio, lo único que hacía era juntar letras. Evitó la justicia francesa marchándose al país de todas las posibilidades: Estados Unidos

Reno, Nevada, es famosa por sus rápidos procedimientos de divorcio y matrimonio. El 22 de junio de 1950, Simenon se divorció de Tigy y se casó con su secretaria canadiense, Denyse Ouimet, a la que había conocido al llegar a Nueva York, cinco años antes. Le gustaba América porque no había «cafés literarios donde los intelectuales hablan de las novelas que nunca escribirán». Él sí que escribió novelas: 48 a su paso por EE. UU., para ser exactos, y con éxito. En 1951, las ventas anuales de los libros de Simenon alcanzaron los tres millones de ejemplares en todo el mundo. Se podría decir que se convirtió en una auténtica estrella de la literatura.  

En 1955, los Simenon regresaron a Europa. Se codearon brevemente con la jet set de la Costa Azul antes de instalarse en un lugar más tranquilo, lejos de los focos. «No se puede imaginar lo discretos que son los suizos», decía Simenon. Es verdad que si Echandens, el pueblecito cerca de Lausana (Suiza) en el que vivía, hubiera estado en otro país, un escritor de fama mundial no habría pasado tan desapercibido. Él, Denyse, Boule y sus hijos Pierre, John y Marie-Jo se mudaron al Château, su primer hogar en Suiza, en 1957. El padre solía pasear por los jardines, cultivando su siguiente novela.

Su método era estricto, pero muy eficaz. Cuando empezaba a sentirse incómodo, malhumorado, sabía que había llegado el momento de escribir. Durante unos diez días, se liberaba de todas sus obligaciones. Antes llamaba al médico para que examinara a todos los miembros de la familia, incluido él. Si todo iba bien, al día siguiente, un primer paseo le ayudaba a dar con una idea. Se sumergía en sus recuerdos para encontrar los rasgos de sus personajes, que después anotaba en el reverso de sobres amarillos. Edad, estado civil, dirección, físico, carácter. Luego reflexionaba sobre sus creaciones y esbozaba la trama. Tres horas más tarde, tenía listo el primer capítulo. A partir de ese momento, la jornada de Georges Simenon comenzaba a las seis en punto. Trabajaba tres horas, paseaba hasta el mediodía, comía con su familia y dormía la siesta. Por la tarde, también salía a dar una vuelta con su mujer. Hablaban de todo menos de la novela. La tensión psicológica le provocaba efectos secundarios como vómitos y pérdida de peso. Por eso, un Simenon solo dura nueve o diez capítulos, escritos en nueve o diez días. «No sería capaz de aguantar más tiempo», se lamentaba el escritor.

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«No se puede imaginar lo discretos que son los suizos», decía Simenon.

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Su hogar ideal era uno donde todos los miembros de su numerosa familia (su mujer, tres de sus cuatro hijos y la criada, sin contar las eventuales visitas de su hijo mayor y su exmujer) pudieran vivir casi sin cruzarse, o al menos sin invadirse unos a otros. Así que construyó una gigantesca casa en Epalinges, también en las afueras de Lausana, que los lugareños apodaron «el búnker». El edificio parecía un bloque de hormigón sobre el que se acababa de colocar el tejado y recortar algunas ventanas. Lo demolieron en 2016. 

Nunca llegó a llenar la casa como esperaba. La salud mental de Denyse se deterioró hasta el punto de ingresarla en un hospital psiquiátrico. Entonces trasladó su residencia al 12 de la Avenue des Figuiers con Teresa Sburelin, su cuidadora italiana, que se convirtió en su última compañera. El 5 de febrero de 1973, en el consulado belga, Simenon cambió en su pasaporte la mención de «novelista» por «sin profesión». Dos días después, el diario 24 heures publicó una entrevista. Proclamó: «Se acabó, mato a Maigret...».

—Prolífico. Con casi 500 títulos, su obra se ha traducido a 50 idiomas y se han vendido más de 500 millones de ejemplares.

Tardó un lustro en volver a escribir, pero no por motivos especialmente felices. Tenía setenta y cinco años cuando su hija Marie-Jo se disparó en el pecho con un revólver. «Mi carrera de escritor empezó el día en que tuve hijos. Me faltaba algo. Un hombre que no es padre, que no sabe lo que es ver la vida que te rodea llegar poco a poco, es incapaz de recrear un mundo». Por eso, sin duda, la muerte de su hija le afectó tan profundamente. Le dedicó un último libro, Mémoires intimes, que terminó en noviembre de 1980.

Cuando su propio padre murió en 1921, no pudo soportar ver su cuerpo frío e inerte en el ataúd, y quería ahorrarles ese trance a sus hijos. Georges Simenon falleció el 4 de septiembre de 1989, pero su familia se enteró unos días más tarde, por la radio, después de la cremación. En una entrevista concedida el 12 de enero de ese mismo año para el programa Hôtel de la Radio Télévision Suisse, había confesado que la vejez le traía sobre todo recuerdos. Paseos por la naturaleza, viajes en barco por el Mar del Norte. Paisajes, olores, imágenes más o menos borrosas. Después de una vida en la que lo había conocido todo —lugares, mujeres, dinero, fama, éxito—, solo sentía apego por todo lo que vive. Desde el pajarito hasta el ser humano. «La Vida, con V mayúscula», dijo en la entrevista.

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«Mi carrera de escritor empezó el día en que tuve hijos. Me faltaba algo. Un hombre que no es padre, que no sabe lo que es ver la vida que te rodea llegar poco a poco, es incapaz de recrear un mundo» (Georges Simenon)

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Hubiera sido estupendo sentar a John Simenon, el hijo del escritor que gestiona su patrimonio y sus derechos literarios, y preguntarle por su relación con un padre tan complicado. «Su vida es áspera, en muchos aspectos sórdida, y mientras trabaja como un forzado en la “fábrica Simenon” se le ve brutal, egoísta, inseguro, sintiéndose culpable, entre otras muchas cosas del suicidio de su hija Marie-Jo», escribió Carlos Pujol. ¿Qué piensa un hijo de un padre que se ocupa de ocultarle su propia muerte? John Simenon accedió a esa entrevista, pero nunca apareció ni dio más explicaciones. Al puro estilo Simenon. El misterio sigue intacto.

Según Pierre Assouline, la mejor obra de Simenon es Las memorias de Maigret, publicada en 1951. Trata de, como indica el título, las vivencias del policía. Su creador se pone en la piel de su personaje y el «verdadero» comisario explica cómo conoció a un tal Georges Simenon, un joven escritor que decidió producir novelas policiacas inspiradas en él. El caso es que, en el libro, Maigret relata un encuentro entre él y el novelista durante el cual le reprocha la falta de realismo de sus libros. Las novelas policiacas están muy bien, pero así no se soluciona una investigación real. A lo que Simenon respondió: «La verdad nunca parece verdadera. No hablo solo de literatura o pintura. Tampoco citaré el caso de las columnas dóricas, cuyas líneas nos parecen rigurosamente perpendiculares y que solo dan esta impresión porque están ligeramente curvadas. Si fueran rectas, nuestro ojo las vería abombadas. [...] Cuéntale a cualquiera cualquier historia. Si no la arreglas, les parecerá increíble, artificial. Arréglala y será más auténtica que la vida».

 

EL AUTOR EN ESPAÑOL

 

Acantilado y Anagrama unieron sus fuerzas en 2021 para reeditar la obra del escritor belga más leído. Las dos directoras de estas editoriales españolas, Sandra Ollo (Acantilado) y Silvia Sesé (Anagrama) empezaron con tres libros: El fondo de la botella, Maigret duda y Tres habitaciones en Manhattan. Aunque los lectores hispanohablantes hace décadas que pueden disfrutar de las historias del comisario Maigret, estas editoriales han aunado sus esfuerzos para editar las obras completas de Simenon en un solo lugar.

Para ello, se ha refrescado un poco la obra. Las nuevas traducciones son de Caridad Martínez y Núria Petit. El estudio Duró se encarga del diseño y Maria Picassó de las ilustraciones geométricas y contemporáneas de las portadas.

Hasta la fecha, la colección cuenta con siete títulos. El último, Maigret y la vieja dama, salió a la venta en octubre de 2023. 

Sandra Ollo escribe en la web de presentación del proyecto que «la literatura de Simenon es deslumbrante por su poder narrativo, por esa capacidad suya de penetrar la realidad». En la misma página, Silvia Sesé expresa el deseo de «compartir con los nuevos lectores una obra que ya forma parte de la mitología literaria, de la novela negra y de la novela universal».