Apagad los contenedores

31 de octubre de 2025 4 minutos

Teo Peñarroja Biografía

Teo Peñarroja (La Vall d'Uxó, Castellón, 1996) es el editor de Nuestro Tiempo. Estudió Filosofía y Periodismo en la Universidad de Navarra entre 2014 y 2019, época en la que publicó sus reportajes en varios medios de España, México y Chile. En 2019 se incorporó a la redacción de la revista, y desde diciembre de 2021 ejerce de editor. También publica una columna mensual en el semanario Alfa y Omega. Su recorrido en NT ha estado vinculado, además de al reporterismo, a la transición digital de la revista y a la formación de estudiantes. Cree que las revistas son «ecosistemas culturales».


«Para que una democracia funcione, los ciudadanos han de ser capaces de distinguir los grises que hay entre el blanco y el negro, poder afrontar la complejidad serenamente, tener la libertad de escoger con ponderación el bien común»

Ayer por la tarde estuve en la presentación de un libro: Personaje secundario, de Enrique Murillo. Son las memorias de este editor barcelonés, nacido en 1944, que vivió en el centro de casi todo lo que pasó en el mundo de los libros en España. Hombre fuerte del padre de Anagrama, Jorge Herralde —aunque hayan tenido sus diferencias—, cofundador de Babelia, responsable de que los españoles hayamos podido leer La conjura de los necios, o a Nabokov, o a Capote. Me acerqué para pedirle que me firmara un ejemplar y me preguntó a qué me dedico. Me miró con algo parecido a la sorpresa y me dijo: «En Pamplona me enseñaron el valor de la democracia. Y no eran tiempos fáciles para enseñar algo así». 

A la misma hora, en el campus de Pamplona de la Universidad de Navarra, unos radicales encapuchados de extrema izquierda le dieron una paliza a José Ismael Martínez, periodista de El Español, que estaba cubriendo una manifestación ilegal. Parece que enseñar el valor de la democracia es todavía una tarea a medio hacer, sesenta años después de que Murillo pasara por esas aulas.

La democracia no es la expresión de la voluntad popular a través del voto. Aquello no deja de ser importante, pero solo es la última piedra de un tipo de sociedad en la que las diferencias pueden resolverse sin recurrir a la violencia. La no violencia y la sujeción a procedimientos —éxito moral civilizatorio— son posibles y deseables cuando el sistema es capaz de garantizar los derechos fundamentales: la vida, la propiedad, la libertad (de pensamiento, de reunión, de expresión y de prensa, por poner cuatro casos que ayer entraron en conflicto).

Lo que caracteriza, a mi modo de ver, una democracia, no es tanto su armazón, sus instituciones o sus protocolos, sino el desarrollo moral de sus ciudadanos. Para que una democracia funcione, los ciudadanos han de ser capaces de distinguir los grises que hay entre el blanco y el negro, poder afrontar la complejidad serenamente, tener la libertad de escoger con ponderación el bien común. Ya hemos hablado en otras ocasiones tanto de la decadencia democrática como del mejoramiento moral, así que no me extenderé en eso. Pero sí quiero señalar que hay un tipo de institución crucial para el desarrollo moral de los pueblos, para su crecimiento intelectual y ético, y esa institución es la universidad.

¿Lo que sucedió ayer en la Universidad de Navarra contribuyó a mejorar el país, a fortalecer nuestra democracia o al crecimiento moral o intelectual de sus ciudadanos? Vito Quiles, un influencer de extrema derecha con más de medio millón de seguidores, convocó en el campus una concentración no autorizada por la Universidad, que se entiende a sí misma como un espacio para el diálogo, no para la arenga. Un grupo antifascista, Gazte Koordinadora Sozialista, convocó otra concentración igualmente ilegal en el mismo lugar y a la misma hora. Previendo los disturbios y alertada por las fuerzas de seguridad, la Universidad canceló las clases y el trabajo presencial a partir de las tres de la tarde. Después de eso, Vito Quiles desconvocó su propio acto. Los que no desconvocaron fueron los antifascistas, que llegaron como un oscuro rebaño, bien apretaditos y encapuchados, varios cientos de ellos. Gritaron y lanzaron bengalas e increparon y apalearon al periodista José Ismael Martínez.

Venían con ganas de bronca, pero los de Quiles no estaban. No había nadie, de hecho, en el campus, así que se marcharon hacia el barrio de Iturrama, adyacente a la Universidad. Pasaron por debajo del puente de la calle Esquíroz, en el que unos estudiantes habían colgado esta pancarta: «Ni unos ni otros. Dejadnos estudiar». En Iturrama arremetieron contra el mobiliario urbano, Dios sabe por qué. Cortaron la calle, movieron los contenedores y les prendieron fuego. Una compañera periodista de Nuestro Tiempo estaba allí y vio y fotografió cómo un chaval se acercaba, una vez que pasaron los salvajes, y apagaba el contenedor incendiado con un cubo de agua.


Esos pequeños gestos, casi pueriles —la pancarta, el cubo—, son el futuro posible de la democracia que le enseñaron a Murillo y a tantas otras generaciones. Y los miles de alumnos y profesores que, esa mañana, habían estado haciendo su trabajo: estudiar, dar clases e investigar. Ese día hubo gente en el campus investigando el cáncer, gente estudiando la Crítica de la razón pura, gente aprendiendo Derecho Romano. Hubo personas formándose para construir casas, para curar enfermos, para dirigir empresas, para informar con responsabilidad o para enseñar a los niños. Hace más ruido el árbol que cae, y es necesario denunciar la violencia, los ataques a la libertad de prensa y a la paz cívica. Pero hay que señalar también el bosque que crece. Mientras se pudo, hasta las tres de la tarde, estar cada uno en su lugar, cumpliendo el deber de estudiantes y profesores, fue ayer lo verdaderamente heroico. Ese cumplimiento sin bronca ni brillo es el auténtico compromiso con la democracia.


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