HBO, 2024
Emisión en España: Max (8 episodios)
Creador: Lauren LeFranc
Habitamos una época de franquicias. Universos narrativos en expansión que parecen no tener fin, ya sea en galaxias muy, muy lejanas o en superhéroes que montan una guerra civil frente al multiverso. Esta falta de originalidad en la raíz tiene un sentido comercial razonable: ante la saturación del mercado audiovisual, ofrezcamos al espectador un terreno familiar, en el que ha estado a gusto. Es decir, innovemos mientras apelamos a la nostalgia; saltemos, pero con red.
El problema —que ya empieza a adquirir tintes de epidemia— es que cada vez hay más productos que se quedan a medio camino: carecen de la entidad suficiente como para aportar una pieza sabrosa que encaje en el puzle de tal o cual ecosistema narrativo, y le faltan quilates para volar con soltura por sí mismo. Este «ni chicha ni limoná», que entonaría un castizo, les ocurre a dos series que debutaron la semana pasada: Agatha, ¿quién si no?, que expande el universo Marvel desde la comedia de terror, y El Pingüino, la serie que quiere mostrarnos la mierda bajo de las alfombrillas de Gotham.
Esta última es una continuación de The Batman (2022), la película que reiniciaba al hombre murciélago por enésima vez, esta vez con Matt Reeves en la dirección y Robert Pattinson encarnando a Bruce Wayne. La miniserie de El Pingüino ubica sus andanzas al poco de terminar la trama del filme y consagra al viscoso villano interpretado por Colin Farrell como el centro narrativo. Bajos fondos, lealtad dudosa, luchas entre clanes de gánsteres, una ciudad corrupta hasta el tuétano y un tipejo que sobrevive engañando a unos y otros (de ahí el apodo que ostenta Oz Cobb, el villano protagonista). Es como si los creadores de El Pingüino hubieran querido traerse a Tony Soprano a pasear por Gotham, esa urbe imposible.
La fotografía oscura resulta efectiva. Hay secundarios con fuste (Sal Maroni, interpretado por Clancy Brown) y una Cristin Milioti en el papel de Sofia Falcone capaz de trabajar registros antagónicos. Es decir, la miniserie ostenta sus virtudes, sí. Sin embargo, vista en perspectiva es un producto fallido. El talento de Farrell queda anegado tras capas de maquillaje y al anfibio protagonista le faltan porqués; los capítulos andan escasos de ritmo e hinchados de metraje, y toda la coloratura moral de Gotham nos suena a déjà vu. Es como si uno intuyera una historia potente que se ahueca al forzarla dentro de los parámetros de DC Cómics. El traje no entra. Quizá sea que el cansancio de la repetición provoca rigidez.