Netflix, 2024 (9 episodios)
Creadores: Ryan Murphy e Ian Brennan
Una de las mayores virtudes de la ficción es la de permitir asomarnos al abismo desde una distancia segura. Mejor conocer la siniestra ambigüedad de Hannibal Lecter en la interpretación de Anthony Hopkins antes que compartir mesa con él en una cena de amigos (glups, ¿de qué carne será este tartar tan sabroso?).
Series, películas, novelas, pódcast y cuentos antes de dormir nos permiten vivir existencias que jamás habitaremos. Y esto incluye también vidas espantosas, males radicales, crímenes horrendos que escapan a cualquier atisbo de empatía o comprensión. Lo inhumano. Esa zona de incomodidad y turbación es la que explora Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez, una serie que lleva un mes entre lo más visto de la todopoderosa Netflix. Con nuestro Bardem como patriarca terrorífico, la serie antología de nueve episodios propone una recreación minuciosa de uno de los asesinatos más brutales y mediáticos de finales de los ochenta: el de dos hermanos jóvenes, ricos y guapetes que asesinaron salvajemente a sus padres.
Auspiciada por el éxito de la enfermiza Dahmer hace un par de años, La historia de Lyle y Erik Menendez sube el envite. Hay escenas sangrientas hasta lo insoportable (primer episodio) y confesiones de abusos narradas en un único plano (quinto episodio). El relato como si fuera una competición de audacia para ver qué impacta más: lo visualmente explícito o lo dolorosamente narrado.
El problema es que la interrogación sobre las causas del mal que debería regir una cinta así desemboca en un sensacionalismo redundante, que explota el morbo al dar vueltas sobre sí mismo como una peonza en forma de tabloide. Con sus constantes digresiones temporales y su ampliación de perspectivas, la serie de Ian Brennan y el siempre excesivo Ryan Murphy (American Horror Story) pierde fuerza narrativa y dramática conforme avanza metraje. Un afeitado de episodios y menos ganas de epatar le habrían venido de perlas a la serie.
Su tesis de fondo, no obstante, permanece: la distinción entre víctimas y verdugos resulta aquí mucho más complicada de lo que la versión oficial ofrece. Así lo sintetiza Erik en su durísima narración a su abogada: «Quizá seamos unos sociópatas. Pero, ¿pueden culparnos de serlo después de saber todo lo que nos ha ocurrido?».
Entre teorías criminales, versiones contradictorias, circos mediáticos, niños mimados, complejos de culpa y paternidades infernales, La historia de Lyle y Erik Menendez no termina de funcionar como producto artístico. Y, sin embargo, ahí está: arrasando. Tanto que Netflix ya ha anunciado, incluso, que la tercera entrega de esta serie antología versará sobre Ed Gein, aquel macabro granjero que profanaba tumbas y decoraba su casa con restos humanos. A ver si resulta que el true crime está descarrilando y la revisitación de casos y criminales célebres no es un intento por buscar la verdad o reflexionar sobre la naturaleza del mal, sino una excusa para, como ha ocurrido con el amarillismo de toda la vida, hacer dinero explotando el impacto y la exageración.