El legado de Flannery O’Connor (Georgia, Estados Unidos, 1925-1964) se agranda con el tiempo. La prosa de una de las autoras más inclasificables de la historia de la literatura cautiva a un público variado y a investigadores de todo el mundo. La celebración del centenario de su nacimiento marca un nuevo hito en la trayectoria de la escritora. Su obra, reducida y exigente, pide mucho al lector por el tratamiento áspero de temas duros, siempre lejos del sueño americano, pero ofrece una recompensa impagable: una sacudida que le devuelve cambiado a la realidad cuando cierra el libro.
Fotografía: Gentileza de la Georgia College State University.
Flannery O’Connor alrededor de 1950.
«Extraña». Así calificó el suplemento cultural del New York Times la primera novela de Flannery O’Connor tras su publicación en 1952. Wise Blood (Sangre sabia) cuenta la historia de Hazel Motes, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que vuelve a su Tennessee natal en un estado de desorientación y profunda crisis espiritual. Antihéroe flanneriano por excelencia, Motes se encontrará con predicadores sin fe, ladrones tontos, policías violentos, mujeres con mirada rescatadora… y, entre todos, compondrán la primera síntesis de la obra de O’Connor, en la que se dan por igual el humor y la barbarie, la desesperación y la redención, el mal y algunas epifanías, la cobardía y la nobleza de la buena gente del sur.
Cuando la autora georgiana falleció en 1964, a los 39 años, fue el mismo New York Timesquien habló con pena de la pérdida de «una de las escritoras más prometedoras del país». O’Connor dejaba una obra breve —dos novelas y dos volúmenes de relatos—. Eso sí, había alcanzado ya una amplia notoriedad, principalmente en Estados Unidos, y, sobre todo, había entregado un legado artístico que, a modo de semilla, no ha dejado de crecer desde entonces.
La publicación de nueve obras póstumas —algunas de ellas premiadas— y varias biografías, la inclusión de la autora en unos cuantos de los cánones literarios más reconocidos de Occidente y en muchos planes de estudios, su traducción a más de veinte lenguas o la elaboración de unos 350 trabajos doctorales sobre ella son algunos síntomas de la buena salud con que el universo de Flannery O’Connor llega a su centenario en 2025. Esta celebración puede ser una ocasión para formular de nuevo la pregunta que con frecuencia envuelve a O’Connor: ¿qué hace de ella una autora con tanto talento o, al menos, tan valorada?
PUNTO DE PARTIDA: GÓTICA, CATÓLICA Y SUREÑA
Las primeras ideas sobre Flannery O’Connor en el imaginario colectivo son bastante claras: estamos ante una mujer católica, del Sur estadounidense, heredera del estilo gótico norteamericano del siglo XIX, dada a lo grotesco —en particular en el uso del humor— y que falleció muy joven, tras una vida condicionada por quince años con lupus eritematoso, una enfermedad autoinmune. Se la suele situar entre los autores del gótico sureño del siglo XX, un grupo de escritores tan importantes y —bien mirados— tan distintos entre sí como William Faulkner, Margaret Mitchell, Tennessee Williams, Carson McCullers, Truman Capote, Cormac McCarthy, Katherine Anne Porter o Erskine Caldwell.
Este retrato robot inicial responde a la realidad. Por ejemplo, en uno de los primeros trabajos académicos en España sobre Flannery O’Connor, la tesis doctoral El mal como momento de gracia (1984), María Isabel Montero ve elementos góticos en su escritura, como «la voz del narrador en tercera persona muy separada de la acción, el misterio y el aire fantasmagórico, las sugerencias sobrenaturales, las nubes amenazadoras y los paisajes deprimentes». Además, aunque no observa lo grotesco en una búsqueda excesiva del morbo, Montero sí recoge algunos rasgos cercanos como la tendencia a la exageración, la distorsión, la violencia y la tensión entre humor y suspense. Un dato que refuerza ese papel inesperado de la ironía es que O’Connor tuvo siempre como autor de referencia a Edgar Allan Poe. Leyó su obra completa con menos de quince años, y sus cuentos de humor, menos conocidos que los de terror, «le hicieron pensar, por primera vez en la vida, en la posibilidad de emprender la carrera de escritora y dedicarse totalmente a ella», según dijo en una entrevista de 1962 en el Atlanta Journal and Constitution.
Por otra parte, es muy difícil sobrevalorar la influencia católica en su vida. Su amplia formación intelectual, su práctica religiosa y las prioridades de sus afectos —que, sin estridencias, encabezó Dios mismo— nos sitúan ante una mujer muy culta, al día en las materias filosóficas y teológicas y amante de la piedad católica, que cultivaba y en la que encontraba fuerza para afrontar una vida que no fue fácil. Durante años procuró comenzar su día asistiendo a misa con su madre y terminarlo leyendo veinte minutos textos de santo Tomás de Aquino, su pilar teológico indiscutible. Sin embargo, a pesar de bromear diciendo que se consideraba una «persona del siglo XIII» y una «hillbilly thomist» (una «tomista rústica», de pueblo), confrontó su pensamiento con el de autores que abrían campo hacia nuevas ideas en la literatura, la filosofía y la teología. Algunos de sus favoritos fueron: escritores como Henry James, William Faulkner, Graham Greene, Samuel Beckett, Georges Bernanoso François Mauriac; filósofos como Simone Weil,Edith Stein, Léon Bloy, Jacques Maritain y Carl Jung; y teólogos como Romano Guardini y el controvertido Teilhard de Chardin, con el que sintonizó en la necesidad de un mayor diálogo entre ciencia y fe, y del que se distanció en otros postulados de ortodoxia dudosa.
En tercer lugar, el Sur es mucho más que un escenario en las obras de O’Connor: es un personaje, incluso «un estado del alma», según la expresión de Azorín, o un lugar de redención, donde encaja que O’Connor dijera que el tema de sus relatos era siempre la «acción de la gracia en un territorio poseído en su mayor parte por el diablo». En concreto, Georgia perdió la guerra civil, era profundamente racista —muchos consideran el racismo «el pecado original estadounidense» por su presencia desde el nacimiento del país hasta hoy— y esclavista, de un calor y una humedad sofocantes; un buen sitio para que aflorase lo grotesco —por ejemplo, fueron años de actividad del Ku Klux Klan—, las sectas protestantes, los animales peligrosos… Y para que personas como O’Connor tuviesen gustos poco convencionales según esquemas más cosmopolitas o urbanos: la pasión por los pavos reales y su cuidado quizá sea el caso más distinguible. Todo ello hace —como afirma el profesor José Manuel Correoso en un artículo de 2019— que en el Sur y en la obra de O’Connor se den «fronteras difusas y conexiones místicas entre lo animal, lo humano y lo divino». Ahí O’Connor, más que confusión, ve unión entre los tres ámbitos y señala el puente que aporta con audacia el catolicismo: la encarnación, «ese momento del tiempo —dice O’Connor en el prólogo de Misterio y maneras— en el que el misterio se apiada de la experiencia humana».
Así pues, los adjetivos atribuidos a Flannery O’Connor —de influencia gótica, católica y sureña— parecen bien escogidos. Sin embargo, conviene darse cuenta de que en O’Connor resulta muy difícil distinguir facetas o vertientes. En ella fe, arte y vida se entrelazan en una unidad delicada y, al mismo tiempo, rocosa. Convergen su estilo de vida georgiano, cuyo observatorio planetario fue la mecedora del porche de su granja, un genuino catolicismo y una destreza nada común como contadora de historias.
Fotografía: Gentileza de Andalusia, Casa Museo de F. O’Connor. Con un grupo de amigos y estudiantes de Mercer en el porche de Andalusia.
MISTERIO Y MANERAS DE VIVIR
Al final de sus días, siendo una escritora reconocida, Flannery O’Connor dio conferencias y discursos en distintos foros: universidades, grupos de lectura, etcétera. Perfeccionista como era, se propuso y consiguió no repetirse y prever los textos con antelación y cuidado. Gracias a ese esfuerzo contamos con una visita guiada a su taller de escritora, a su idea de la literatura: el libroMystery and Manners: Occasional Prose (1969). «La narrativa —resume— resulta de dos cualidades. Una es el sentido del misterio; la otra, el sentido de las maneras. […] Las maneras engloban las costumbres, las conductas, las tradiciones, el habla, los gestos propios de un modo de vida y los estilos de convivencia que hacen que una región o una cultura tengan una identidad precisa, en este caso la sureña».
La concepción del misterio de la autora de Georgia es la católica: todo lo contrario a «lo que se ignora», es más bien aquello en lo que siempre se puede profundizar más; frente a la oscuridad, el exceso de luz. Por eso, compañeros de viaje del misterio son la gracia y las epifanías, las revelaciones de esa gracia. Sirvámonos de un ejemplo, quizá la escena central de uno de sus relatos más memorables: Un hombre bueno no es fácil de encontrar (1955).
Hay un momento en el que la familia protagonista, en un viaje en coche, se encuentra con un prófugo conocido como «el Desequilibrado». En un diálogo inolvidable entre el fugitivo y la abuela, esta comete el error de decir: «Eres el Desequilibrado». Le ha reconocido y eso hace que el criminal se vea obligado a matarla. Se establece un diálogo denso en el que ambos personajes cambian profundamente: ella, una señora sureña, superficial, necia, pagada de su ascendencia blanca, paternalista y condescendiente hacia los que considera sus inferiores, cae en la cuenta de su error. Llega a decir: «Eres uno de mis hijos». La abuela se da cuenta de su debilidad y de que ambos son pecadores que necesitan misericordia. El convicto es consciente del momento de gracia que se le brinda y menciona a Cristo: «Jesús rompió el equilibrio de todo». Y, luego, dispara, se gira y comenta a un compañero de fuga: «Habría sido una buena mujer si hubiera habido una persona para dispararle en cada minuto de su vida». En un desenlace muy flanneriano, la autora ha llevado a sus personajes a una situación límite; ella ha aceptado la gracia, ha sabido quién es y ha alcanzado bien preparada el final de su trayecto, porque la muerte no es lo peor que puede suceder. En cambio, el Desequilibrado ha tenido una oportunidad de redimirse y no la ha aprovechado.
O’Connor desea que nadie viva amodorrado. Sabía que escribía para un público en su mayoría no creyente y —lo que le parecía peor, superficial— y, en Misterio y maneras, lo expresa claramente: «Cuando se puede partir de que el público tiene nuestras mismas creencias uno puede relajarse un poco y usar medios más normales para hablarle. Cuando hay que partir de que no las tiene, entonces hay que mostrar la propia visión a fuerza de choque: a los duros de oído se les grita y a quienes están casi ciegos se les dibujan figuras grandes y llamativas».
Es lo mismo que opina Gustavo Martín Garzo, uno de los escritores españoles actuales más reconocidos, Premio Nacional de Narrativa (1994) y Nadal (1999), lector confeso de O’Connor y prologuista de una de sus obras con más impacto en nuestro país: Cuentos completos (2005). Martín Garzo, que ha atendido la llamada de Nuestro Tiempo, subraya la necesidad de una literatura que saque al lector de sus casillas: «Flannery O’Connor dijo que nuestra época se caracterizaba por un aumento de la sensibilidad y una pérdida de la visión y eso es lo que espero de la literatura, que nos haga ver. Por eso nos ofrece en sus libros un mundo de anormalidad y revelación como raras veces nuestra literatura reciente ha sido capaz de hacer. Flannery O’Connor no busca el horror por sí mismo sino hacer real el misterio a través de la escritura. Y nunca ese misterio es más hondo y perturbador que cuando se encarna en la oscura y bella deformidad del corazón humano». «John Keats —continúa Martín Garzo— decía que el poeta debía estar con los pies en el jardín y con los dedos tocando el cielo. La literatura es un vínculo entre lo divino y lo humano, los sueños y la realidad. De esa zona intermedia habla toda la obra de Flannery O’Connor». Y añade: «Sus relatos tienen una doble cualidad: consigue que lo más extraordinario parezca natural y que lo más común se vuelva extraordinario».
Gustavo Martín Garzo cree, por otra parte, que la obra de Flannery O’Connor posee gran vigencia como medicina fuerte contra lo que denomina «lector cansado»: «Los griegos tenían un concepto muy hermoso: metaxu. Significa intermediario, puente. Nuestro tiempo ha perdido esos puentes, el entre; ahora todo es una sola cosa. El poder es definición, fijeza, cosificación, una vida entre clichés. Pero la verdad no cabe en esos clichés. El lector cansado es el que se niega a transitar por esos puentes. Solo quiere vivir entre certezas».
Por último, preguntado sobre cómo «el misterio y las maneras» muestran en O’Connor una innegable impronta católica, el autor vallisoletano aporta una visión más amplia: «El escritor se nutre de su propia vida y sin duda su vocación católica, como es lógico, debió de influir en su obra, pero solo hasta cierto punto. Una obra no se hace con creencias, sino con desafíos y apuestas íntimas que no pertenecen al orden de lo racional».
UNA VISIÓN, NO UNA LECCIÓN
Flannery O’Connor habló con frecuencia sobre cómo su condición de católica estaba en el origen de su escritura. «Uno no escribe de la manera más perfecta posible —afirma en una de sus cartas— por amor al arte sin más, sino para devolver ese talento al Dios invisible, para que Él lo utilice a su vez según o no lo vea conveniente». Con humor, asumiendo esa lógica del don, cuando le preguntaban por qué escribía, se limitaba a contestar: «Porque escribo bien». Y salía al paso de los interrogantes de quienes consideraban su fe como un freno a su actividad creativa: «Nunca me ha parecido que ser católica sea un límite a la libertad del escritor, sino lo contrario [...]. Yo siento que ser católica me ha ahorrado dos mil años a la hora de aprender a escribir».
Su catolicismo constituía su columna vertebral. Sin embargo, era muy reacia al concepto entonces en boga —y en la actualidad retomado en debates intelectuales españoles— de «literatura o novela católica». En este aspecto marcaba distancias respecto, por ejemplo, al británico Evelyn Waugh, autor de Retorno a Brideshead (1945). Según ella, Waugh «tiene una definición demasiado estricta de lo que sería una novela católica. Dice que es una novela que trata de problemas de fe; yo diría que es una mente católica que contempla cualquier cosa, ampliando suficientemente la categoría para incluirme a mí misma».
O’Connor procura abordar siempre los intereses humanos universales y, en ese sentido, aspira a aportar una dimensión moral, pero no moralista: «La moralidad para un artista significa no tanto transmitir una lección como una visión. Si el escritor tiene éxito como artista, su juicio moral coincidirá con su juicio dramático. Será inseparable del simple acto de ver». En este texto, tomado de una de sus cartas, la autora muestra su fundamento en la teología de santo Tomás de Aquino que lleva a unir lo verdadero, lo bueno y lo bello como sugerente programa para un auténtico artista. Pero su propuesta no es confesional ni cerrada; de hecho, conecta con públicos variados geográfica y culturalmente porque parte de un interés universal: la pregunta por el sentido de la vida. En una sociedad posmoderna marcada por un nihilismo más o menos sutil, O’Connor recuerda que, en mitad de las circunstancias más insospechadas, se encuentran señales de dignidad humana que justifican la esperanza. La lectura de sus historias puede dar relieve a existencias monótonas, atrapadas en lo que el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han ha denominado «el infierno de lo igual». O, como dice Gustavo Martín Garzo, arrancar de su pasividad a los «lectores cansados».
1925: El 25 de marzo nace Mary Flannery O’Connor en Savannah, Georgia, hija única de Edward F. O’Connor y Regina Cline. Dejó de emplear el «Mary» a comienzos de los años 40.
1938: A su padre le diagnostican lupus eritematoso sistémico.
1940: La familia se muda a Milledgeville, Georgia, a la granja de su madre, llamada Andalusia.
1941: Fallece el padre de Flannery con 45 años.
1942-1945: Asiste al Georgia State College for Women en Milledgeville. Se gradúa en Ciencias Sociales.
1948-1951: Vive en Yaddo, una colonia de artistas en Saratoga Springs, y luego en Nueva York y West Redding, donde se relaciona con Robert y Sally Fitzgerald, que se convirtieron en amigos íntimos y un gran apoyo en el mundo editorial.
1952: Publica su primera novela, Wise Blood. (Sangre sabia, 1963).
1955: Primera colección de cuentos, A Good Man Is Hard to Find. (Un hombre bueno es difícil de encontrar, 1963)
1958: Peregrina a Lourdes. Pasa también por Dublín, Londres, Milán, París, Barcelona, Roma, Fátima y Lisboa.
1960: Publica su segunda y última novela, The Violent Bear It Away. (Los profetas, 1965)
1963: A pesar de su salud deteriorada, continúa dictando conferencias. Dio más de sesenta. La última en Georgetown en 1963.
1964: El 3 de agosto fallece en el hospital, a los 39 años, debido a complicaciones del lupus.
1965: Colección de relatos Everything That Rises Must Converge. (Todo lo que asciende debe converger, 1966)
1969:Mystery and Manners: Occasional Prose, ensayos y conferencias. (Misterio y maneras: Prosa ocasional, 2007)
1971:The Complete Stories, colección de relatos. (Cuentos completos, 2005)
1972: Concesión del National Book Award por The Complete Stories.
1979: Epistolario The Habit of Being: Letters of Flannery O’Connor. (El hábito de ser: Cartas, 1999)
1983:The Presence of Grace and Other Book Reviews, reseñas de libros de las décadas de 1950 y 1960. (No traducido al español).
1988: Inclusión en la selecta Library of America, fundada en 1979.
1990: Muere su madre.
2003: Diario Flannery O’Connor: Spiritual Writings. (No traducido al español).
2012: Se publica Flannery O’Connor, the Cartoons. Pone de manifiesto su faceta como dibujante y viñetista. (Flannery O’Connor. Tiras cómicas, 2014)
2013: Diario espiritual de su época en Iowa: A Prayer Journal (Diario de oración, 2018)
2019: Epistolario Good Things Out of Nazareth: The Uncollected Letters of Flannery O’Connor and Friends. (Lo bueno llega de Nazaret: Cartas inéditas de Flannery O’Connor y sus amigos, 2021)
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