Movistar+ (original BBC), 2023
Creadores: M. Baynton, S. Farnaby, M. Howe-Douglas, J. Howick, L. Rickard y B. Willbond
5 temporadas
«Quiero decir, ¿qué clase de idiota cree en fantasmas?», se pregunta el cáustico parlamentario que siempre aparece a medio vestir. Cuando Alison le recuerda que, de hecho, él es un fantasma, replica: «Bueno, sí, ya sabes, antes de convertirme en uno, ¡no me habrías pillado creyendo en este tipo de tonterías!». En esta deliciosa contradicción autoconsciente se mueve Fantasmas, una comedia pequeña, sin grandes aspiraciones, que ha ido ganándose un hueco en el corazón de los espectadores. Tras cinco temporadas, dice ahora adiós con un especial de Navidad, esa tradición de la televisión británica. Y se despide con el aroma de haberse convertido en un clásico contemporáneo: irónico, divertido, entrañable.
La premisa de esta serie de la BBC no resulta especialmente rompedora: Alison y su marido, Mike, se mudan a una vieja y destartalada mansión que han heredado. Su idea es renovarla para convertirla en un hotel cuqui, de esos con encanto. La gracia del asunto –y la explicación del título– es que Alison, tras un accidente, es capaz de interactuar con los espíritus que moran por Button House. La primera temporada es la del descubrimiento de este poder, con sus choques imprevisibles y sus inéditos trasvases entre vivos y muertos. A partir de ahí, una vez lograda la complicidad emocional y risueña del espectador, la serie crece abonando lo chocante de las situaciones y ampliando el pasado de todas las ánimas que pueblan el relato.
Porque el elenco espectral es muy variado y rumbero: desde un primitivo hombre de las cavernas hasta una noble ingenua de origen jamaicano, desde un arrobado poeta de la Era de la Regencia hasta una señorona eduardiana de pose afectada, desde un Tudor sin cabeza hasta un jefe de los boy scouts que murió enseñando tiro con arco… En lo pintoresco de este grupo descansa buena parte del éxito de Fantasmas. Los guionistas hacen doblete como actores y eso se nota: hay una mezcla de ternura hacia los personajes y confabulación en las interacciones que acrecienta la familiaridad de la audiencia con una tropa tan heterogénea. Como si, a pesar de las diferencias en calamidades personales y periodos históricos, todos anduvieran empeñados en generar hogar. Incluso tú, que les estás contemplando.
En ese equilibrio tan difícil triunfa Fantasmas: bajo la corteza de situaciones tontorronas logra que emerjan conflictos humanos que demandan empatía y compasión, como en el episodio de la segunda temporada donde revisitamos –al estilo Rashomon– la tragedia amorosa del romántico Thomas; tras el velo de un humor físico y vengativo descubrimos los lazos afectivos irrompibles que los personajes han forjado (es tronchante el episodio de las inocentadas que abre la última entrega).
La emoción y la carcajada, lo actual y lo histórico, lo doméstico y lo extravagante, el enfado y la reconciliación. Fantasmas sabe aunar opuestos con una facilidad asombrosa, logrando que una premisa alucinada y ridícula llegue al espectador engrasada con la eficacia narrativa y dramática de las mejores sitcoms. Y además lo hace —salvando ciertos dobles sentidos— proponiendo un humor asequible para todos los públicos. Así es lógico que se les coja tanto cariño a estos personajes, tan únicos y tan humanos a pesar de todo.
John Henry Newman escribió en su Apologia pro vita sua que «aquel que ha visto un espíritu ya no podría estar como si nunca lo hubiera visto»; Fantasmas nos sirve para actualizar la frase del cardenal canonizado mientras reímos, reconfortados, paseando con este grupo de amigos por los pasillos y jardines de Button House.