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Francisco: el legado del papa del pueblo

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El papa Francisco, primer pontífice latinoamericano de la historia y artífice de una profunda renovación eclesial durante sus doce años de pontificado (2013-2025), ha fallecido este lunes de Pascua dejando un legado imborrable de misericordia, cercanía con los más pobres y defensa de una Iglesia sinodal.
Francisco, el primer papa hispanoamericano, ha fallecido a las 7:35 de hoy, lunes de Pascua. En estos doce años de pontificado (2013-2025), hemos sido testigos de un cambio de época en la historia de la Iglesia. La Iglesia Católica, por fin, tuvo como vicario de Cristo a un hombre venido de las tierras evangelizadas por los españoles hace quinientos años. Europa dejaba de ser la expresión hegemónica de la fe católica. Era el momento de que nuevas aguas de los ríos de América llegaran al Tíber. Las primeras aguas corrieron desde el Río de la Plata.
En efecto, el papa Francisco ha representado para la Iglesia una oportunidad de reformarse de cara a los nuevos e impetuosos tiempos. Su carisma, espiritualidad, gestos y discursos provocaron una revolución. Los pontífices del siglo XX, todos europeos, ya habían liderado un camino de renovación que tuvo su cumbre en el Concilio Vaticano II. El impulso del largo pontificado de Juan Pablo II permitió que la Iglesia estuviera preparada para el terremoto que supuso el primer papa venido del fin del mundo.
Jorge Mario Bergoglio fue un sacerdote singular, formado como jesuita en los años sesenta. Entre sus principales raíces intelectuales destacan los literatos Fiódor Dostoievski y Jorge Luis Borges y el filósofo y teólogo Romano Guardini. Su pensamiento teológico recibió la influencia de la Nouvelle théologie de Yves Congar y Henri de Lubac, y del Vaticano II. Bergoglio extrajo del Concilio la sensibilidad pastoral de la «lectura de los signos de los tiempos» y la autoconciencia de la Iglesia como pueblo de Dios.
En el ambiente argentino y latinoamericano, Bergoglio fue cercano a los teólogos del pueblo, en especial a los sacerdotes Lucio Gera y Juan Carlos Scannone, este último jesuita como él. Ambos propusieron una escuela de teología que se distingue por la utilización de pueblo como categoría cultural en el análisis pastoral. Bergoglio no ha sido un teólogo del pueblo en sentido estricto, pero las ideas de esta escuela aparecen en sus discursos y escritos. Se ve con claridad, por ejemplo, en la exhortación apostólica Christus vivit (2019): «Cuando hablamos de pueblo no debe entenderse las estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que no caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad de todos y para todos, que no puede dejar que los más pobres y débiles se queden atrás».
Este lenguaje resulta próximo a la escuela de teología del pueblo argentina, y ha motivado que muchos estudiosos y críticos lo clasificaran como teólogo de la liberación. Sin embargo, la teología del pueblo está lejos de ser una teología de la liberación por tres razones. La primera es que el objeto principal de la teología del pueblo no es la liberación, sino el mismo pueblo. En segundo término, el análisis de la realidad se realiza a partir del método histórico-cultural, y no del socio-estructural, que lleva a la lucha de clases. Y, por último, porque la teología del pueblo promueve una religiosidad popular (expresión de la fe encarnada del pueblo), mientras que las teologías de la liberación persiguen la secularización de la fe en favor de un mayor compromiso social. Clasificar a Bergoglio como teólogo de la liberación es, en consecuencia, injusto y reduccionista.
Para los más curiosos, reseñamos dos artículos publicados en la revista teológica Strómata en 1983 y 1984, en que queda reflejado su pensamiento eclesiológico: «Actitudes conflictivas y pertenencia eclesial; a propósito de tres publicaciones», y «Sobre pluralismo teológico y eclesiología latinoamericana».
Francisco se ordenó sacerdote en 1969. En Argentina fue profesor de Teología y ejerció diversas tareas directivas en la Compañía en medio de los graves conflictos políticos del país durante esa época, marcada por una profunda inestabilidad, gobiernos militares, violencia guerrillera y estatal, y una sociedad fuertemente polarizada. Sus inquietudes intelectuales lo llevaron a Alemania en 1985 y 1986 para escribir una tesis doctoral sobre Romano Guardini. No terminó su investigación y regresó a Argentina, pero, en esos años, desarrolló cuatro principios a partir de tensiones bipolares que marcaron su pensamiento y expuso de forma sistemática en Evangelii gaudium: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece al conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte. En Córdoba, entre varias actividades, leyó los 35 tomos de la Historia de los Papas (1305-1774) de Ludwig Pastor. Él mismo reconoció que esta lectura le ayudó cuando lo nombraron pontífice.
En 1992, fue ordenado obispo y destinado como auxiliar de Buenos Aires. Para su lema episcopal escogió unas palabras extraídas del comentario de Beda el Venerable sobre la vocación de san Mateo: «Miserando atque eligendo» («Lo miró con misericordia y lo eligió»). La experiencia del amor de Dios acompañó su camino en lo que podemos considerar una espiritualidad y pastoral de la misericordia. En su primera etapa de obispo se mostró cercano a los curas villeros y a las realidades de sufrimiento y exclusión en Buenos Aires. Bergoglio resultó un obispo particular: viajaba en subte (el metro bonaerense) y huía de todo lujo y gloria. Quería alcanzar las periferias (tanto locales como existenciales), siendo uno con el pueblo, un «pastor con olor a oveja», como le gustaba decir. Este rasgo lo llevó a convocar un Jubileo extraordinario de la Misericordia entre 2015 y 2016.
En 1998, san Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Buenos Aires. Tres años más tarde, fue creado cardenal. Su labor episcopal siguió el camino marcado tanto por la teología del pueblo como por la espiritualidad de la misericordia. Estos aspectos lo señalaron como papable en el cónclave de 2005. En 2007, el cardenal Bergoglio participó como presidente de la comisión redactora del documento final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil. Un texto clave para entender el proceso de evangelización propuesto desde la teología del pueblo a la Iglesia y al mundo. El lema del encuentro sintetiza esta influencia: «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida». En muchas ocasiones, Francisco citó Aparecida en sus escritos y magisterio y recomendó su lectura, porque consideraba vigente esa enseñanza.
La renuncia de Benedicto XVI trajo consigo una nueva cita en Roma para el segundo cónclave de Bergoglio. A partir del 13 de marzo de 2013 se quedó en el Vaticano como el sucesor número 266 de san Pedro. En el momento de la elección del nombre, el cardenal de 76 años eligió Francisco. Cuando se anunció su nombre desde el balcón central de la basílica causó conmoción. El primer papa en la historia de la Iglesia que se llamaba como el poverello de Asís, el primer jesuita y el primer americano. Escogió ese apelativo por un recuerdo de los pobres que le hizo el cardenal brasileño Cláudio Hummes. Los necesitados formaban parte de la experiencia del papa y de su interés intelectual y espiritual.
En realidad, la cercanía a ellos viene de la teología y pastoral latinoamericanas. Otra vez pueden entrar las sospechas de que el papa Francisco era un teólogo de la liberación, un ideólogo de izquierdas. No es infrecuente hablar sin conocer… y equivocarse. El papa argentino fue un cristiano consciente de su deber de encontrar en el pobre al sacramento de Cristo. El llamado a la evangelización y atención a los necesitados no surge de las teologías de la liberación marxistas, que la Iglesia ya había corregido en su momento. Francisco vino de un país pobre, con un estilo pobre, a recordarle a la Iglesia que Cristo se hizo pobre y que quiere una «Iglesia pobre para los pobres». De hecho, el término anawin —los pobres o preferidos de Yahvé— se utiliza con frecuencia en la Sagrada Escritura.
Por otro lado, en su primera bendición urbi et orbi, Francisco dijo que los cardenales debían «darle un obispo a Roma». Estas palabras tienen un profundo componente teológico-pastoral. Parten de la realidad de que el papa es, en efecto, obispo de Roma: su diócesis es la ciudad eterna. Además, recuerdan que Francisco es un pastor universal que preside en la caridad a la ecúmene de las iglesias, tal y como señaló san Ignacio de Antioquía. Esa primera intervención anunciaba que, en la mente del papa, la Iglesia debía pensar en la relación en clave de comunión que debe existir entre la Santa Sede y las demás iglesias particulares. La senda que marcó esta relación comunitaria fue la de la descentralización de la curia romana. Por ello, el papa hizo muchas reformas para que los obispos y las conferencias episcopales tuvieran más independencia. También continuó el camino ya trazado por Juan Pablo II y Benedicto XVI en los lazos ecuménicos con otras iglesias históricas y el diálogo con otras religiones.
De igual modo, el gesto de bendición que acompañó sus primeras palabras también reveló un cambio. Francisco pidió que «el pueblo rezara por su obispo». Con una expresión tan significativa y toda su actividad durante los años siguientes evidenció que el pastor acompaña y se deja acompañar por el pueblo de Dios, cosa que dejó escrita en Lumen gentium. Esto se aplica a nivel pastoral y doctrinal, pues —según escribe en Evangelii gaudium—, el pueblo de Dios es infalible in credendo: «Esto significa que cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe».
La Iglesia como communio fidelium (comunión de los fieles) y el sensus fidei (sentido de la fe) son la base sobre la que se fundamenta su apuesta por la sinodalidad (del griego sínodo: caminar juntos). En sus palabras durante el cincuenta aniversario del Sínodo de los Obispos, en octubre de 2015, expresó: «La sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Este periplo empezó con el Sínodo de la Sinodalidad, celebrado en los últimos meses de su pontificado. En un contexto de participación, comunión y misión, pidió a toda la Iglesia hacerse responsable de la tarea evangelizadora. Por esta razón, el papa nos legó un sistema en el que se debe hacer participar a toda la Iglesia en la toma de decisiones.
El pontificado de Francisco trató aspectos sensibles e intrincados tanto ad intra como ad extra. El tema de los abusos sexuales y de poder fue y sigue siendo un drama. Además, Francisco recordó que la mujer debe tener espacios dentro de la Iglesia, en particular en los centros de poder. Él mismo acompañó al mundo en momentos difíciles y complejos: las innumerables guerras, el Covid, las crisis económicas, de migrantes… Sin olvidar su llamamiento al cuidado de «la casa común».
Francisco, al ser el papa del pueblo sencillo y fiel, explicitó que vivimos un cambio de época en la Iglesia. En un discurso a la curia romana, en 2019, advirtió de que «no estamos más en la cristiandad […] la fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común». En esa misma intervención, Francisco invitó a la Iglesia a no temer las transformaciones, sino a encarnarse en la historia como lo hizo Cristo. Una idea también anunciada en la teología del pueblo argentina, que promueve la evangelización de la cultura en clave encarnatoria.
Francisco se despide de nosotros y se dirige al encuentro con Dios. Ha hecho su trabajo con una humanidad singular y una personalidad vibrante, tenaz, sin miedo al qué dirán y sabiendo reconocer sus errores cuando los cometió. Fue un hombre especial y un regalo para la Iglesia. Su legado perdurará por décadas. ¡Gracias, padre Jorge Mario, gracias papa Francisco!
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