PERFIL VER Y LEER Literatura Nº 723
Leyendo desde dentro

Eduardo Jordá ha convertido sus lecturas en material literario propio.
PERFIL VER Y LEER Literatura Nº 723

Eduardo Jordá ha convertido sus lecturas en material literario propio.
Grandes autores —Nabokov, Borges, Vargas Llosa...— dejaron constancia de sus impresiones tras leer grandes libros. Su clarividencia ensancha el panorama a quienes nos acercamos a los clásicos después. Un escritor maduro, Eduardo Jordá, reunió en Lo que tiene alas (Fundación José Manuel Lara, 2014) sus agudos comentarios en torno a docena y media de cuentos o novelas cortas excelentes. En torno a torbellinos, a misterios. A milagros.
Quizá por mi dedicación docente, siempre he creído oportunas —necesarias— las notas a pie de página. Un ejemplo augusto y superconocido: las primeras líneas del Quijote. «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo...». Lugar no se refiere ahí a sitio o paraje sino a localidad. Más aún: a una «población pequeña» (menor que villa y mayor que aldea). Aunque no se emplee hoy mucho, lugareño se relaciona con ese significado cervantino. Cabalmente, la expresión «no quiero acordarme» tiene poco que ver con la mala índole del narrador; más bien refleja su desmemoria, y debe entenderse como un «no me acuerdo ahora mismo». Es decir, con un matiz que los lingüistas denominan incoativo, de empezar una acción, como cuando alguien mira un cielo de verano ennegreciéndose y pronostica: «Parece que quiere llover». Lo aprendimos de don Francisco Rico y, antes, nosotros, en las aulas de la Universidad de Navarra, del profesor González Ollé.
Otro talento gigante, don Martín de Riquer, explicó, además, que en su inicio inolvidable Cervantes satiriza recursos frecuentes en ese género novelístico: «El primer palmetazo a los libros de caballerías, que solían iniciarse con pompa y solemnidad y situando la imaginaria acción en tierras lejanas y extrañas y en imperios exóticos fabulosos».
El último traductor de la gran novela policiaca de Dürrenmatt La promesa —burla y desafío de esa especie narrativa— anota varios sitios y nombres. Tal vez no haría falta saber que Kasernenstrasse significa «calle de barracones o cuarteles» porque se infiere párrafos después. Sí que redondeamos más el temperamento de un inspector de policía, un tal Henzi, con prisas por ascender, a quien se le retrata así: «Henzi era de Berna, ambicioso, pero los agentes lo apreciaban. Se había casado con una Hottinger, se había pasado del partido socialista a los liberales y llevaba camino de hacer carrera». Hottinger, señala Xandru Fernández, era, y es, el apellido de una poderosa familia de la banca suiza. En el penúltimo capítulo regresa este personaje. Con su desenlace particular en apenas dos líneas. Secundarias, posteriores, pero donde se apoya el arte de la caracterización.
Las interpretaciones de expertos nos ayudan con su luz. Puede comprobarse de nuevo en un título sugerente que acabo de localizar: Lo que tiene alas. Que… «está fuera del alcance de las leyes», según el sensato Joubert. Agrupa comentarios de un escritor mallorquín afincado en Sevilla, Eduardo Jordá, sobre obras que desmenuzó con sus alumnos en un taller de escritura creativa. Obras artísticas. Aclara desde el principio cuál considera la mejor manera de leer: buscar en las páginas lo que «dicen de forma evidente aunque a menudo nadie haya sabido reparar en ello». Primero, las palabras. Captar qué transmiten, qué sugieren. Y vivirlas. A pesar de que, como escribió Borges, «en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo», silabear en un restaurante tonnarelli cacio e pepe o paella mixta dice menos que tenerlos sobre el mantel. El sabor de la verdad está en experimentar con la inteligencia de los sentidos y con la compañía. Leer con otros desemboca en leer mejor. En el misterio de descubrir. Ingredientes, sabores, texturas. Y el milagro de compartir.
Por ejemplo: quiénes le roban de verdad «El abrigo» a Akaki Akakiévic en ese cuento de Gógol. O que en la silenciosa historia de «Bartleby, el escribiente», releída por Jordá en un terco invierno austral en Chile, el narrador no sea este copista recóndito sino el abogado mediocre de Wall Street que contrata a ese segundo y solitario empleado. «Una buena novela o un buen relato no necesitan un manual de instrucciones» que exponga cómo deben leerse o interpretarse. Repite, con Nabokov, las cuatro características imprescindibles de quien se adentra bien por los libros: «Tener imaginación, memoria, un buen diccionario y cierto sentido artístico». Y ser perseverante: que vuelva a recorrer varias veces ese mismo texto que va a seguir creciendo.
Le basta con el caso de una esquela para demostrar que «El secreto de Tolstoi es que todo lo que cuenta está impregnado de vida, todo es real o parece real. Y todo es reconocible». Porque Jordá trasciende la página y sitúa al lector en las coordenadas del narrador.
Magistral la vivisección de las dos versiones del cuento «Veía hasta las cosas más minúsculas» de Carver: la que el editor Gordon Lish redujo a la mitad, tras eliminar sentimientos y desolación, y la que su autor había tecleado. Lish deja en una sola mención a la narradora, Nancy, a la que Carver había mencionado siete veces. Milagros de saber leer por dentro.
Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956), narrador —ha publicado las novelas La fiebre de Siam y Pregúntale a la noche— y poeta —las contracubiertas destacan de su poesía la «emoción, inteligencia y música, por este orden»—, articulista en Mercurio y ABC Cultural, traductor y profesor de Escritura Creativa en la Universidad Internacional de Valencia, fue recopilando los comentarios que surgían de un taller donde instruía en los mecanismos compositivos de innegables artistas de la narrativa breve y en los contenidos y sugerencias, en lo velado, de varios cuentos y novelas cortas de acreditado relieve. No desmenuza: agranda.
Se detiene en «Casa tomada» de Cortázar, «La buena gente del campo» de Flannery O’Connor, «El nadador» de John Cheever; «El violín de Rothschild», «El hombre enfundado», «El obispo», «Sobre el amor» de Chéjov, en «Un cœur simple» de Flaubert. Incluso en El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, La vuelta de tuerca de H. James. «Mendel, el de los libros» de Zweig... Hasta con el epílogo y los agradecimientos conquista el testimonio de Jordá.
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