Cultura de la vida Nº 721 Música
Memoria pop contra el terrorismo
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Cultura de la vida Nº 721 Música
El guitarrista Pablo Benegas revela en su libro Memoria cómo el terrorismo de ETA unió a La Oreja de Van Gogh antes incluso que la música. Sus canciones de amor nacieron en una ciudad con el miedo como ruido de fondo.
En una cafetería de su ciudad natal, Pablo Benegas (San Sebastián, 1976) desenreda los hilos de una memoria dolorosa. El guitarrista de La Oreja de Van Gogh guarda un relato que vive más acá de la historia oficial del grupo: el de unos amigos unidos primero por el miedo y la resistencia pacífica contra ETA, y solo después por la música. Esa historia ha estado tres décadas en un cajón, hasta la publicación de Memoria (Plaza y Janés, 2024).
El volumen revela la historia más sincera, íntima e inédita de la vida del guitarrista y del nacimiento de la banda donostiarra. Sí se sabía que, en 1995, estos cinco compañeros de la Universidad del País Vasco —Benegas, Álvaro Fuentes, Xabi San Martín y Haritz Garde— se juntaron para tocar versiones de U2, Pearl Jam o Nirvana…. Pero empezar la historia por ahí es saltarse capítulos. Antes del estrellato con su primer disco, Dile al sol (1998), su amistad se consolidó en organizaciones pacifistas como Gesto por la Paz o ¡Basta Ya!
Pablo creció en una familia marcada por la política. Su padre, José María Benegas Txiki, fue diputado socialista desde 1977 y dedicó su vida a la búsqueda de la paz en el País Vasco. En el San Sebastián de esa época, ser hijo de un político que anhelaba la convivencia significaba vivir bajo la amenaza y el terror. La aparente normalidad —clicks de Playmobil, muñecos de G.I. Joe, juegos infantiles— la sostenía su madre. «Para aquella generación de políticos que se jugaron la vida, la lucha contra ETA era su proyecto», cuenta Benegas. «Para las mujeres que estaban a su lado no era una elección, pero soportaban el mismo miedo». El 23 de febrero de 1984, la brutalidad golpeó al pequeño Pablo. Enrique Casas, senador socialista e íntimo de la familia, fue asesinado a tres días de unas elecciones en las que Txiki Benegas aspiraba a lehendakari. Con solo siete años, el futuro guitarrista empezó a entender el turbulento mundo en el que vivía.
El colegio había sido un refugio temporal. En el instituto todo cambió: Ikasle Abertzaleak, una organización estudiantil vinculada a Herri Batasuna, marcaba el ritmo. Benegas se enfrentó entonces a las primeras amenazas y a la hostilidad de compañeros de pupitre que simpatizaban abiertamente con ETA. «Mi historia es común a la de muchos hijos de políticos, de policías, de guardias civiles…», reflexiona. «Todos sentimos ese odio en la calle. Yo solo tengo el altavoz para contarlo». Y luego llegó la universidad: años de sangre. Uno de los asesinos de Enrique Leiva era compañero de estudios del grupo. También en esa época ETA mató a Gregorio Ordóñez [Com 81] y a Miguel Ángel Blanco, y secuestró a José María Aldaya.
En medio de tanta oscuridad, la música empezó a iluminar otro camino. Los primeros conciertos, aún titubeantes. La llegada en 1996 de Amaia Montero, cuya voz completó el puzle. La elección del nombre y las primeras canciones propias. «La música nos permitía escapar, sentir otras emociones», recuerda el músico. «Durante los ensayos cerrábamos la puerta a todo lo que nos dolía. En medio de la violencia y la tristeza, cantábamos a las pequeñas cosas: la amistad, el amor, coger un autobús...». Fueron los meses apasionantes de las maquetas caseras, los concursos de grupos noveles y, finalmente, el contrato con Sony Music, que lo cambió todo. Habían enviado un CD con cuatro temas —todo su repertorio— a la discográfica. La compañía se interesó y les preguntó cuántas canciones tenían. Dijeron que veinticinco y en el verano del 97 se pusieron a componer como locos para poder llegar a presentar su primer disco.
En la misma ciudad y la misma época, grupos como Family, Duncan Dhu o La Buena Vida concibieron algunas de las melodías más icónicas del país. «No es casualidad que en nuestra ciudad cantáramos a la esperanza», dice el guitarrista. «Era nuestra respuesta a la música más ideologizada que dominaba la provincia. Siempre creímos que se puede protestar sin hacer canciones protesta». La crítica les tachó de naíf y edulcorados. Pero él y sus compañeros no tenían «ningún complejo» de cantar a la nostalgia en lugar de a la ira. Su protesta estaba en otro lugar: en las calles, en las manifestaciones pacíficas, en la resistencia silenciosa. Sus canciones de amor, aparentemente ingenuas, nacieron como un acto de rebeldía contra el horror cotidiano.
En «Soñaré», uno de sus temas más emblemáticos, el grupo fantaseaba con ver San Sebastián desde una nave espacial en el siglo XXVI. La realidad ha sido más generosa que la ficción: en 2011 ETA anunció su cese definitivo, cerrando un capítulo de dolor que marcó profundamente la trayectoria musical del grupo. Como cantaban en «Pesadilla», el miedo era un manto negro que arrastraba sin compasión, y en «Un mundo mejor» los niños se preguntaban si la libertad podría ser así. Pablo Benegas no ha necesitado viajar tan lejos en el tiempo para ver su ciudad liberada del miedo. Hoy, mientras pasea por las mismas calles donde una vez resonaban las bombas, observa a una nueva generación de niños que, finalmente, pueden vivir y crecer en libertad.
La primera actuación pública de Leire Martínez tras su salida de La Oreja de Van Gogh fue precisamente en Pamplona, en la décima gala de Niños contra el Cáncer de la Clínica Universidad de Navarra. Su actuación el 7 de noviembre en el Navarra Arena marcó el inicio de una nueva etapa para la cantante, que acaba de fichar por Must! Producciones y prepara ya su carrera en solitario. Ha trascendido que sacará un single y después un disco. El evento benéfico, que contó con el apoyo de más de cien empresas, busca recaudar fondos para la investigación en cáncer infantil en el Cima y facilitar el acceso a tratamientos especializados.
POR QUÉ ESCRIBIR
Tres motivaciones llevaron a Pablo Benegas a publicar Memoria: preservar el recuerdo de lo sucedido «por la dignidad de las víctimas», procesar sus propias vivencias como hijo de un político amenazado («el libro ha sido muy terapéutico»), y homenajear a esos héroes anónimos que completaban las listas electorales a pesar de las amenazas. «Esto para mí es de una valentía, un amor y unas convicciones por la democracia que falta por contarse», reflexiona el guitarrista, consciente de que la velocidad de nuestro tiempo tiende a difuminar la memoria histórica.
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