Vida buena Alumni Crítica cultural nº 722 Cine
Historia de un guionista

Vida buena Alumni Crítica cultural nº 722 Cine
La tarde del 17 de diciembre de 2024, el corto de ficción París 70 se incrustó por sorpresa en la lista de cintas preseleccionadas para la gala de los Óscar. Su guionista, Nach Solís (Ávila, 1989), había escrito esa historia cinco años atrás, en sus horas libres como oncólogo radioterápico en una clínica de Valladolid. Dirigido por Daniel Feixas y galardonado en más de 150 festivales, el cortometraje no consiguió terminar acomodado en las butacas de Hollywood, pero no parece que a su escritor le preocupe demasiado.
Nach Solís [Med 13] tenía ocho años cuando el cine le atrapó para siempre. Fue en una sala del «mítico» Tomás Luis de Victoria, en Ávila. Sus padres llevaron a sus tres hijos a ver El abuelo (1998), de José Luis Garci. Al rato de empezar la película, Solís notó que sus hermanos mayores cabeceaban, anunciando una siesta inminente. «Era la sesión de la noche», apunta. Sin embargo, él no podía separar los ojos de la pantalla. Le gustaban las películas desde que tenía memoria, «pero esto… esto era algo distinto. Me fascinó». Los fotogramas se sucedían y llegó el clímax. El pequeño Nach lo supo, al menos en parte. «Solo era un niño, no tenía muy claro qué acababa de sentir, pero estaba convencido de que quería hacer eso mismo», afirma.
Solís no puede evitar reírse tras contar la anécdota de su infancia. Han sido tantas las entrevistas en los últimos meses, tantos los discursos de agradecimiento y tantos los repasos de su vida después de alcanzar una fama considerable gracias a París 70 «que, en vez del cortometraje —asegura—, parece que estoy promocionando el cine de Garci». Durante una charla en un colegio, tras poner algunas escenas de El abuelo para analizarlas con los estudiantes, cayó en la cuenta: «Madre mía, vamos por la mitad de la sesión y aún no he hablado de mi corto». Lo ha repetido en repetidas ocasiones, «pero es que ahí empezó mi obsesión», remacha.
Verlo todo, él quería verlo todo. Esa fue su primera escuela. De niño vigilaba los estrenos en los periódicos, esperaba toda la semana para, el viernes, por fin, llamar a los cines y preguntar por la cartelera. «Era mi ilusión», asegura. Anotaba con rapidez, cribaba, hacía horarios. Aun siendo sus padres unos cinéfilos, Nach era el programador de la familia.
Además de en las salas de proyección, encontraba cobijo en las bibliotecas públicas y los videoclubs. Primero devoró las cintas gordas de VHS, después, los DVD, ya como adolescente. «Yo no le hacía ascos a ningún género», dice. Insaciable, Solís destaca una predilección por el cine español. «Tal vez por motivos culturales —explica—, pero siento las historias más cercanas».
Aunque no se considera un mitómano, comparte algunos de sus referentes. Almodóvar, por ejemplo: «Te puede gustar más o menos —defiende—, pero sus películas han significado una contribución enorme a la cultura y panorama internacionales». También, por supuesto, José Luis Garci, al que considera uno de los mayores retratistas de la Transición española en la gran pantalla. De Vicente Aranda recuerda con cariño esa mezcla entre costumbrismo y «astracanada», con sus historias locas y pasiones imposibles.
De su etapa escolar habla con orgullo de grandes amigos y días de felicidad plena: «Tuve la suerte de estudiar junto a compañeros que también disfrutaban mucho con el cine». Con ellos recorría los videoclubs de Ávila —Solís era socio de todos—, esperaba a los viernes para ir a las salas y disfrutar de los productos mainstream de la época. Después, él por su cuenta o a veces con una amiga que sí conseguía seguirle el ritmo, veían cintas gourmet y las comentaban.
En compañía de estos colegas experimentó sus primeros contactos con la otra cara de las películas. Para proyectos de clase o en las noches de Halloween, cogían la cámara vieja de su padre. Les encantaba, sobre todo, recrear escenas de terror, por ejemplo de El exorcista y El silencio de los corderos. También montaban sus propios metrajes, para los que se disfrazaban de zombis o de entes inclasificables. Gracias a esas vivencias, Nach Solís comenzó a experimentar con la producción, a entablar una relación de carácter material con el cine: cámara, vestuario, montaje… y guion. Durante los años de adolescencia, y aunque a él no le gusta ese título, sus amigos decían que era el mayor experto en el cine español de terror de las décadas de los 90 y los 2000.
Aunque el cine andaba al acecho, paciente, en el instituto, al comprobar que las asignaturas científicas no se le atragantaban, creció su interés por las profesiones sanitarias. A mediados de los 2000, tuvo mucha popularidad la serie de televisión Hospital Central, un drama que cautivó por completo a Nach. Del reparto, fue la doctora Valverde, interpretada por Rosa Mariscal, quien marcó la diferencia. «Valiente, chula, no se callaba ante nadie… Quería ser como ella», recuerda. Este personaje avivó su deseo de ser médico. Nunca se planteó estudiar una carrera relacionada con lo audiovisual, pero intuía que «al cine le llegaría su momento, tarde o temprano».
Solís llegó a la Facultad de Medicina en 2007. En Pamplona no solo empezó a cumplir su sueño, también logró dar rienda suelta a su otra obsesión. Dejó atrás aquel «cine con dos salas» de su adolescencia en Ávila y expandió horizontes: cuatro cines, uno de ellos con versiones originales, muchas películas, cintas internacionales y, por supuesto, la posibilidad de asistir al Festival de San Sebastián. «Me volví loco», se ríe. Encontró, además, amigos con los que compartir esos momentos. Como Miguel Pérez, al que conoció en el Colegio Mayor Belagua, donde Nach vivió sus dos primeros años de carrera.
El desarrollo de internet y de las redes sociales le permitieron romper fronteras y generar su propio contenido. Se lanzó a hacer críticas de películas en Facebook. Así hasta que uno de sus amigos de piso —ya había dejado Belagua—, José Mongil [ADE 12], le dio un toque cariñoso de atención: «Eres un brasas, Nach, ¿por qué no te abres un blog?». Y así nació en 2011 La industria del cine, donde publicó más de seiscientas críticas a lo largo de nueve años. Esta fue su segunda escuela. Entonces no solo consumía cine, sino que también lo escribía y lo pensaba. Pero aún no había llegado la hora.
La carrera de Medicina le enseñó a Solís que lo que de verdad le gustaba era probar. Y eso hizo: probar y descartar, con lo que llegó al final de sus estudios sabiendo de sobra qué ramas no le atraían —la psiquiatría y la oftalmología, por ejemplo—. A la hora de enfocar el MIR, resultó clave la mentoría del doctor Javier Aristu, oncólogo radioterápico de la Clínica Universidad de Navarra. «No es la especialidad más conocida, pero a mí me llegó a fascinar», afirma.
Tras examinarse del MIR, Solís hizo su residencia en Albacete, donde empezó a aplicar sus conocimientos para el tratamiento de enfermedades oncológicas. Una vez conseguida la especialidad, Nach Solís se dedicó durante ocho años a la oncología radioterápica en los centros de Albacete y Valladolid.
Su labor médica no impidió que Solís siguiera escribiendo sobre cine. «Está genial comentar el trabajo de otros —confiesa—, pero yo deseaba empezar a contar mis propias historias. Quería hacer mi cine». Dio la casualidad de que, mientras trabajaba en Albacete, el Instituto de Cine de Madrid ofertó una diplomatura online. «Era perfecto, de otra forma no habría podido compatibilizarlo con mis guardias», explica. Entonces Nach consiguió una beca y pudo matricularse. Lo que en principio parecía un salvavidas para su ilusión con el cine, terminaría siendo un órdago, un fin de ciclo.
—¿Dónde está tu padre, Nach? —le pregunta su madre.
—Ya lo sabes: papá está muerto —contesta él.
—¿Muerto?
—Sí, muerto, ¿lo has olvidado?
—¿Dónde está tu padre, Nach? —repite su madre, pasados unos instantes.
«En bucle, la pregunta se repetía una y otra vez…, pero solo fue una pesadilla», comenta Solís, incidiendo en que su padre está vivo. Aún recuerda la angustia que sintió al despertar. «¿Cómo se puede olvidar algo así?», se preguntaba entonces. Sin duda, lo que más le dolía era la idea de tener que revivir una desgracia de manera constante. Y con estas imágenes, en parte, nació París 70, su corto de ficción. «Pero no hay que confundir —advierte— las historias con las anécdotas». Había que transformar aquel fogonazo repentino y difuso, darle un conflicto, unos personajes claros, convertir la pesadilla en otra cosa.
Se puso a escribir enseguida. A estas imágenes de la vigilia les sumó su conocimiento y experiencia médicos. Con los ingredientes sobre la mesa, montó una oda al cuidado: un hijo —Alain Hernández— cuida a su madre —Luisa Gavasa—, que padece alzhéimer y ha de enterarse cada mañana de que su marido ha muerto. El dúo está mediado por una médica —Neus Asensi— que, en silencio, es testigo de un pequeño milagro.
París 70 se escribió en 2019, durante los viajes de 180 minutos de ida y otros tantos de vuelta entre Madrid y Valladolid que Solís realizaba para ir y venir del trabajo a lo largo de tres años. Lograda su diplomatura en el Instituto de Cine de Madrid, se puso a escribir en todos sus momentos libres. «Salía a las cinco de la tarde de la clínica y me ponía con los guiones hasta las doce o la una de la madrugada», apunta. Médico de día y guionista de noche. «Un poco como Batman, ¿no?», bromea.
Cuando conseguía terminar un texto que le convencía, lo enviaba a concursos y lo promocionaba en sus redes sociales. Uno de estos guiones fue, claro, el de París 70. Con esta cadencia frenética y debiéndose muchas horas de sueño, Solís se rompió mental y físicamente. «La medicina ya me había dado todo lo que me tenía que dar y ese ritmo era insostenible. Había que tomar una decisión». Era la hora.
A Nach Solís le han preguntado en múltiples ocasiones si se arrepiente de haber dejado su trabajo como oncólogo para dedicarse a ser guionista de cine. «¿Has cambiado el salvar vidas por escribir historias», le han achacado. Él no lo ve para nada así: «Yo creo firmemente en el poder sanador del cine. Creo que puede cambiar vidas… A mí me la cambió».
Como las otras artes, dice, el cine te ayuda a comprender mejor el mundo y, por lo tanto, al ser humano. París 70, el corto de ficción que les llevó a él y a su equipo a los Premios Goya, los Forqué y hasta a las puertas de los Óscar, es un ejemplo clarísimo de su filosofía. «Hay heridas que son del alma», apunta.
En 2023, el director Daniel Feixas encontró el guion de Solís porque uno de los concursos a los que se había presentado hizo públicos los escritos. Rápidamente, contactó con su autor a través de las redes —«Son mi escaparate gratuito», dice Solís—. Feixas le confesaría más tarde que llevaba bastante tiempo en búsqueda de un buen guion, desechando multitud de textos, y que con el suyo lo había visto claro. Se pusieron a trabajar de inmediato.
Un asunto llamativo de París 70 es que se rodó en catalán, y tanto la traducción del guion a esa lengua como la adaptación a la pantalla no le supusieron un problema a Solís: «Es el día a día del guionista —asegura—. Son los directores los que han de comprender la historia y saber llevarla a la acción. Una vez te compran los derechos, puede pasar cualquier cosa».
En el caso de este corto, poco o nada importa el idioma. Solís ya ha contado en varias ocasiones que el guion de París 70 está escrito en gran medida con silencios. Con aquello que se muestra pero no se dice, lo que se intuye. La magia del subtexto, dice, que es, si se quiere, tan importante como un buen diálogo.
Nach Solís tiene ojos de lince para valorar el trabajo de los demás y saber hasta dónde podría llegar una cinta en el mercado. Sin embargo, para su propia labor asegura que carece de tal capacidad. «Tú sabes de esto —le consultó Luisa Gavasa, actriz principal en el corto—, ¿cómo crees que va a terminar?». «Creo que no va a funcionar», contestó Solís.
Unos meses más tarde, entre el verano de 2023 y el otoño de 2024, Daniel Feixas y su equipo obtuvieron más de 150 premios en festivales. En alguna ocasión no fueron capaces de distribuirse para asistir a todos los certámenes donde los premiaban. «Al principio no entendía nada —afirma—, pero luego pensé que tal vez nuestro trabajo tenía algo especial, algo que la gente agradeció mucho descubrir».
Vistos el panorama, el recibimiento y el cariño, Nach y su equipo probaron suerte en los grandes festivales. El 7 de noviembre de 2023 salieron nominados en los Premios Forqué. Veintitrés días más tarde, en los Goya. Y el 17 de diciembre de 2024, Hollywood hizo pública una shortlist con las cintas preseleccionadas. Entre los quince cortos de ficción elegidos, dos proyectos españoles consiguieron pasar la ingente cantidad de «requisitos, cribas y burocracia requerida»: La gran obra, de Álex Lora, y París 70. «En Estados Unidos parece que gustó mucho —cuenta Solís—. Seguramente porque no están tan acostumbrados como aquí a esa visión del cuidado. Aunque en España poco a poco también se va perdiendo…». La nominación definitiva de los Premios de la Academia, que sufrió un retraso debido a los incendios que asolaron la ciudad de Los Ángeles, se dio a conocer el 23 de enero. Ni rastro de París 70.
Nach Solís calificó ese instante de la «no nominación» como «mágico». «Cuando salga el resultado, llámame», le dijo Luisa Gavasa, que estaba en un ensayo de una obra de teatro sobre Chavela Vargas. «Así que al final me fui con unos amigos guionistas a ver las nominaciones mientras picoteábamos algo», narra Solís. Mucha gente le llamó pensando que estaría triste, derrotado, le daban el pésame. Al cabo de una semana, subió un vídeo a LinkedIn con la reacción. «Has llegado más lejos que la gran mayoría de los españoles», le consoló Borja, un colega del gremio. En LinkedIn, explica, la gente publica sus éxitos. «Yo considero esto un éxito», afirma. Además, confiesa que su mayor premio fue ganarse a Gavasa como amiga: «Eso es lo más importante que me ha dado París 70».
Desde entonces, su teléfono no ha dejado de sonar. Ha escrito el largometraje de París 70 con el título Reina de las hadas y cuenta con el apoyo de las productoras Morena y A Contracorriente Films. Ha elaborado también el guion de Piedra, papel y tijera, un cortometraje dirigido por Miguel Ángel Olivares que ya ha empezado su recorrido por los festivales. Además, participa en la segunda temporada de Respira, un título de Netflix desarrollado por la productora El Desorden Crea. «Les dije que, si hacían una segunda temporada, que me llamasen. Lo hicieron», relata Solís.
Después de todo, el cine sí le cambió la vida. El resultado de la Academia fue mágico porque la derrota se convirtió en éxito. Sabe que posiblemente nunca volverá a verse en esa situación. Pero ahora, al fin, el ruido ha cesado. Su obsesión se convirtió en trabajo; el sueño, en realidad. Entretener, distraer, descansar a la gente. Ayudarla a llevar sus vidas con las historias que escribe. «Esa es la idea».
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