FX-Hulu. Emisión en España: Disney + (10 episodios)
Creadores: Rachel Kondo y Justin Marks
Esta primavera seriéfila ha florecido hablando japonés. Literalmente. Shōgun se ha convertido en una de las propuestas más estimulantes y aplaudidas del año con el empleo de los subtítulos por decreto. Este obligar al espectador tiene mucho sentido: se trata de incrementar la sensación de choque cultural del protagonista, el marino inglés John Blackthorne.
Este llega con su navío a las costas de un Japón feudal y guerrero, donde los jesuitas portugueses son los únicos que lideran la legión extranjera en torno al año 1600. El conflicto de Shōgun triangula tradiciones milenarias, inéditos intereses sociopolíticos y religiones en expansión, y configura así un ambicioso retrato que escala con maestría la épica y la intimidad, la brutalidad de la batalla y la sutileza de una mirada.
El producto es una serie vibrante, que atiza intrigas, venganzas y amores a fuego lento, y donde los matices de los personajes se redondean, sin que suenen artificiales, con nobles palabras antiguas como honor, deber y lealtad. En frío cuesta imaginarlo, pero gracias a una ambientación fetén y una edificación dramática que va subiendo el envite sin forzar nunca el órdago, Shōgun logra hasta que el seppuku —ese ritual de suicidio que consiste en rajarse el vientre— alcance una punzante intensidad poética en varios momentos. Porque, sí, a pesar de ser una serie elegante y sutil, también resulta puntualmente explícita en sangre y, en mucha menor medida, en sensualidad concubina; esto no es Juego de tronos.
Con un acabado formal exquisito (armaduras, barcos, jardines, trajes) y una fotografía grisácea que multiplica la extraña melancolía que atenaza a muchos personajes, esta muy recomendable Shōgun nos transporta a un tiempo salvaje, repleto de heroísmos y vilezas, capaz de conjugar el poder de la espada y el de la cruz. Un universo de códigos eternos y facciones políticas que nosotros, como el Blackthorne protagonista, hemos de aprender a manejar con soltura. Porque, como él, somos peces fuera del agua que progresivamente vamos amando la belleza nipona, con todo su esplendor, sí, pero también con su ruido y su furia.