Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 718

Aquello de lo que uno nunca se jubila

Texto: Juan de la Borbolla Rivero [PGLA 78 PhD Der 80]

Juan de la Borbolla nació en Ciudad de México el 7 de mayo de 1952, un mes después de que el Estudio General de Navarra abriera sus puertas. Llegó al campus con 26 años y, como recuerda coincidiendo con este doble setenta aniversario, aquella etapa en Pamplona marcó su vida y la de su familia.


MADRID [ESPAÑA]. Después de toda una vida en México, no me acostumbro aún a escribir el nuevo remite de mis cartas. Aterricé aquí hace unos meses siguiendo la estela de dos de mis hijos, Juan Mariano [Med 09] y Fernando [Com 05], que han echado raíces en Barcelona y Madrid, respectivamente. Se podría decir que los campus son mi hábitat natural. En el entonces Instituto Panamericano de Humanidades me formé, en la Universidad de Navarra despegué y, de vuelta a tierras mexicanas, desarrollé mi trayectoria académica en la Universidad Panamericana durante cuatro décadas. Quizá por ese espíritu universitario que no conoce fecha de caducidad, cuando en 2018 vi la palabra emérito en el horizonte, decidí que no sería un «jubilado profesional». 

En mi primer paseo por este lado del Atlántico, visité la Universidad Abat Oliba CEU, en Barcelona, y mi deseo de volver a las aulas rejuveneció. En la actualidad, estudio Historia de la Iglesia en la Universidad de San Dámaso, en Madrid. Entre libros y cuadernos disfruto, como un alumno más, de las maravillas del Madrid de los Austrias. Aquí recibí la invitación para participar en el cincuenta aniversario del Programa de Graduados Latinoamericanos (PGLA). 

Además de la formación, el PGLA otorgaba amistades que perduran y se reencuentran en distintos lugares de Latinoamérica y España.

Solo me separaban de Pamplona trescientos kilómetros y, durante el viaje, recordé uno de nuestros últimos encuentros, el que se celebró en octubre de 2017 en el campus de Guadalajara de la Universidad Panamericana. Como anfitrión, formé parte del comité organizador junto con Georgina Walther [PGLA 78]. Apenas hacía un mes que varios terremotos habían sacudido el país y nos sentimos muy arropados por nuestros colegas. Ahora, cinco años y una pandemia después, nos hemos reunido de nuevo para recordar una de las experiencias más inolvidables de nuestras vidas. 

Fue en 1978 cuando don Francisco Gómez Antón me entrevistó como aspirante a la séptima edición del PGLA. El programa había surgido en 1972 gracias al impulso generoso del episcopado alemán a través de la Fundación Aktion Adveniat. Para salvaguardar el papel del periodismo en las sociedades libres, propiciaron que más de cuatrocientos comunicadores de trece países se formaran en Pamplona. 

Unas semanas antes de que concluyera mi posgrado, tuve la enorme suerte de charlar con don Ismael Sánchez Bella. Aquel 7 de mayo —día de mi cumpleaños— tanto el entonces vicerrector como un servidor habíamos llegado temprano a una cena de antiguos alumnos que iba a celebrarse en el edificio Central.

En lo que parecía solo un simple gesto cortés, me preguntó cómo me había ido durante esos meses, a lo que le contesté, con todo entusiasmo, que tan maravillosamente que ojalá pudiera continuar ahí. Me dijo que lo buscara el lunes a primera hora en su despacho. Y aquella entrevista dio un giro radical a mi vida, porque don Ismael, con su optimismo innato, me hizo ver que podría cumplir esa ilusión desarrollando mis estudios de doctorado.

Cuando el ciclo del PGLA llegó a su fin inició el de la tesis doctoral que finalizó en 1980.

Esa misma tarde me acerqué a la oficina de Telefónica situada enfrente de la hoy centenaria plaza de toros de Pamplona para llamar a mi novia, María Elena Morán. Tras valorar varias opciones, decidimos casarnos en Ciudad de México ese verano para poder regresar a Pamplona el 2 de octubre. Fue así como comenzó una apasionante aventura no solo matrimonial sino también académica para ambos.

Mientras yo asistía a los primeros cursos monográficos de doctorado de la Facultad de Derecho, disciplina en la que me había licenciado en México, María Elena se inscribió en diversas iniciativas del Instituto de Educación Familiar y llegó a ser adjunta de la inolvidable profesora Ana María Navarro, esposa del catedrático de Geografía Manuel Ferrer Regales

Para apoyarme económicamente en esa aventura doctoral me ofrecieron coordinar las ediciones octava y novena del PGLA a las órdenes de Francisco Gómez Antón y Aires Vaz, de quienes tanto aprendí. A pesar de sus ocupaciones, María Elena también se involucró de manera increíble y se convirtió en una auténtica amiga y confidente para algunas alumnas.

Juan y María Elena no dudaron en lanzarse a la aventura en Pamplona como recién casados para completar sus estudios y formar una familia.

Durante mis tres años en Pamplona tuve la suerte de escuchar extraordinarias lecciones —de los profesores Luka Brajnovic, Gonzalo Ortiz de Zárate, Miguel Urabayen, José Tallón, Ignacio Bel, Manuel Casado…— y de contar con grandes directores para mis dos tesis: Alfonso Nieto tuteló la del PGLA y José María Desantes mi investigación doctoral. Por otra parte, no puedo dejar de agradecer la sabiduría y la confianza que también recibí del entonces decano Carlos Soria, con el que colaboré como adjunto en la materia de Derecho a la Información. 

 

REGRESO A MÉXICO

María Elena, que tenía ascendencia española, ya había vivido un tiempo en este país. Yo estaba versado en la historia de México y de España, pero el contexto en el que formamos nuestra familia quedó para los anales. Recién instalados en Pamplona, seguimos de cerca el nacimiento de la Constitución

La democracia se abría paso resistiendo los embates del terror. Con nuestro primer hijo en brazos, a principios de octubre del 79 nos inquietamos al conocer que ETA había atacado las oficinas de la Editorial Universitaria EUNSA. Y el 12 de julio de 1980, a solo cuatro días del primer cumpleaños del pequeño Juan Mariano, otro artefacto explotó en el edificio Central. Como supe más tarde, ese año fue el más sangriento de la historia de ETA. En la Facultad de Comunicación también tuvo un gran impacto el atentado que sufrió el 22 de agosto el exprofesor y director de Diario de Navarra, José Javier Uranga, que sobrevivió a más de veinte balazos.  Con estos recuerdos impresos en la memoria, decidimos volver a México cuando me doctoré. En noviembre de 1980 inicié una nueva etapa en la Universidad Panamericana. Primero en el campus de Ciudad de México, a cargo de cuestiones académicas y de dirección en la entonces escuela —hoy facultad— de Derecho. Luego en Guadalajara, adonde María Elena y yo nos trasladamos en noviembre de 1984 con Juan Mariano, que tenía dos años, y Fernando recién nacido. En la llamada Perla de Occidente, la institución acababa de inaugurar un nuevo campus y allí desarrollé mi trayectoria profesional las siguientes décadas. Después de ejercer como subdirector general y fundador de las escuelas de Derecho y Comunicación, en 2008 me nombraron rector, cargo que desempeñé hasta 2018. 

En aquella época, tuve además el honor de presidir durante dos años FIMPES, la federación que agrupa a las ciento diez universidades privadas más importantes de México. Como broche a mi carrera, en agosto de 2018, ya viudo y jubilado, regresé a Ciudad de México, donde me confiaron dirigir la Oficina de Información del Opus Dei hasta 2020.

 

Dos de tres de sus hijos viven en España con sus familias: Juan Mariano y Fernando. 

 

Con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, he podido darme cuenta de que el PGLA constituyó la base para las cosas fundamentales que vinieron después. Y algo de esa atmósfera especial de Navarra debieron de percibir mis hijos, porque eligieron vivir esa experiencia. Juan Mariano se especializó en la Facultad de Medicina y se enamoró de Teresa Rojo [Eco 04]. Fernando estudió Comunicación y conoció a Paula Ibáñez [ADE 09]. Y María José, graduada en Derecho por la Panamericana, pasó un semestre de intercambio en Pamplona y cursó el Máster en Matrimonio y Familia en 2014. 

Durante la etapa en el campus los estudiantes florecen, pero, en nuestra familia, el paso por la Universidad de Navarra nos ha transformado en un sentido más profundo. Padres alumni, tres hijos alumni, dos nueras alumni, ocho nietos… Bueno, eso está por ver. Lo que nadie me quitará nunca de la cabeza y ni del corazón es el enorme amor y agradecimiento que le tendré hasta mi último suspiro a esta institución animada por el espíritu de san Josemaría.

 

Tómale el pulso a la vida

¿Te gusta lo que lees? Puedes recibir un artículo parecido a este cada lunes en tu bandeja de entrada. Solo tienes que suscribirte a la newsletter de Nuestro Tiempo desde aquí y sumarte a los que ya escuchan los latidos del mundo contemporáneo.