Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Donde se encuentran el dar y el recibir

Texto Fátima Rosell [His Com 19] Fotografía Manuel Castells [Com 87] y Fátima Rosell [His Com 19]

Una beca puede cambiar una vida. Así lo demuestra la experiencia de alumnos que, como Marina, Inés, Andrea o Simón, cursaron los estudios universitarios que más les atraían gracias a la ayuda del Programa de Becas Alumni. La iniciativa cumple quince años y es solo el principio de una larga cadena de generosidad


Marina Ruiz de Galarreta [bio 08 bqm 09 PhD 15] trabaja en un reconocido centro científico de Nueva York. Hace quince años ella y su madre entraban en el edificio Central con la esperanza de conseguir una ayuda para poder estudiar en la Universidad de Navarra. Esa misma semana, se hacían las primeras entrevistas a los candidatos para el recién nacido Programa de Becas Alumni. Poco después, Marina pasó a formar parte de la primera promoción de becarios Alumni.

En el sótano del edificio Central, al final del conocido como «pasillo Alumni», hay un camarote de barco trasladado y reconstruido allí en 1983 gracias a las gestiones de un antiguo alumno de Periodismo. Ya no se balancea, pero conserva a la perfección todos los instrumentos de un capitán. Intactos permanecen ahí también los recuerdos y los papeles de Iñaki Nava, el primer director del Programa de Becas Alumni, entre 2003 y 2013. «Aquí empezó todo», afirma palpando el sofá en el que está sentado. Era el año 2003 cuando, gracias a la generosidad de un buen grupo de antiguos alumnos, diecinueve personas comenzaron la carrera. 

Marina Ruiz de Galarreta, pamplonesa, era una de ellas. Ya conocía la Universidad y quería estudiar Biología. «Cuando decide algo, es rotunda», cuenta su madre, Ana María. Su padre había caído enfermo el año anterior tras un accidente y estaba de baja. «Era el momento más complicado de nuestra vida, pero la vi tan segura, tan ilusionada, que le dije: “Vamos a preguntar”», recuerda.  

Aunque el proyecto de dotación de becas para estudiantes de la Universidad se materializó en 2003, había visto la luz mucho antes, en febrero de 1992. José Antonio Fernández, JAF, el entonces director de la Agrupación de Antiguos Alumnos de la Universidad, se había dedicado desde ese año a recoger experiencias similares en instituciones anglosajonas, donde hay una gran tradición de colaboración con el centro donde se cursaron los estudios universitarios. «Queríamos hacer algo así en Pamplona: un programa de becas grande por su dimensión y trascendencia», explica JAF

Pero el proyecto empezó con lo que había: una idea, entusiasmo y no más de veinte donantes. Todavía sin resultados que mostrar, notas medias que lucir ni alumnos que enseñaran con su ejemplo lo que significaba ser un becario Alumni. 

Marina y su madre fueron una de las primeras entrevistas que realizó Iñaki. Dos días después de aquella conversación la llamaron para comunicarle su aceptación en el programa. «Cuando vas a un sitio a solicitar una beca, sales con la esperanza de que te la den, aunque las posibilidades no sean demasiadas», comenta Ana María, aún agradecida por la oportunidad que tuvo su hija. Quince años después, Marina trabaja en uno de los centros de investigación más prestigiosos del mundo, el ICAN School of Medicine at Mount Sinai, en Nueva York, y no ha perdido ni un ápice de la ilusión que la caracterizaba como estudiante. «Cuando llevaba once años en el campus, entre la carrera y el doctorado —cuenta su madre—, le pregunté: “Hija mía, ¿no te aburres de hacer siempre el mismo camino?”. Pensé que me diría que sí que estaba un poco harta, pero me contestó: “¡Para nada!”. Así de feliz y convencida la veo hoy también. El día en que supimos que existían estas becas se abrió ante nosotras un camino que no imaginábamos».

 

La ilusión por estudiar

La experiencia de Inés Niyubahwe [Med 13] fue parecida. Había empezado Medicina en la Universidad de Ngozi, en la tercera ciudad más importante de su país, Burundi, y un amigo de su familia, que en ese momento vivía en Madrid, le habló de la Universidad de Navarra. Su pasión por la medicina,  combinada con el reconocimiento de esa institución, podían dar un buen resultado, pero no tenía cómo solventar económicamente los gastos de la carrera. A pesar de eso, llegó de Burundi a Pamplona en 2007 con veinte años y tras haberse planteado la misma pregunta que se hizo Ana María al ver a su hija entusiasmada con lo que quería estudiar: «¿Por qué no intentarlo?».

Dio así con las Becas Alumni. Inmediatamente después de ser admitida, fue consciente de que tenía que «dar la talla». El sentimiento de gratitud era profundo y ejerció en ella una cierta presión que le llevó a la autoexigencia y al esfuerzo.  Inés está terminando en Bruselas la especialidad en Pediatría y sueña con volver a Burundi para volcar todo lo aprendido, porque tiene claro que «la mejor forma de devolver ese apoyo es revertir el conocimiento en trabajar para una sociedad mejor». 

En el curso 2007-08, cuando Inés recibió la beca, el programa contaba ya con 156 alumnos de distintas carreras y procedencias. El programa creció rápido gracias a la contribución de muchas personas que materializaron una idea ya presente en la Universidad desde sus comienzos: facilitar ayudas económicas para que, en la medida de lo posible, las familias interesadas tengan la oportunidad de matricular a sus hijos. «Queremos formar estudiantes con un auténtico espíritu de servicio. Para esto, qué mejor que experimentar en la propia vida que uno ha podido crecer gracias a la generosidad de otras personas», explica Alfonso Sánchez-Tabernero, rector de la Universidad.

El proyecto, que empezó respaldado por unos pocos que confiaron en él, hoy cuenta con más de ocho mil donantes, entre los que figuran tanto antiguos alumnos como empresas y particulares. De todas formas, el esfuerzo por parte de los becarios y sus familias es primordial. 

Así lo cuenta Andrea Ayestarán, natural de Rentería, Gipuzkoa, alumna de 2.º de ISSA. «No solo estoy agradecida por la apuesta que hace por mí la Universidad al darme la beca, sino que soy testigo del esfuerzo que realizan mis padres, mi abuela y mi tío para que pueda seguir aquí», comenta  recordando también que acaba de enviar los impresos para la renovación de la beca que le concede el Gobierno Vasco. 

Cuando Andrea se planteó estudiar Asistencia de dirección - Management Assistant en ISSA, pensó que conseguir la Beca Alumni sería imposible. «Ahora veo que, si realmente quieres, al final se nota. Mi carrera me apasiona y pongo cada vez más empeño, porque realmente deseo seguir aquí», asegura. 

 

Más allá de las calificaciones

Desde el principio, el programa no se dirigió a personas solo con un buen expediente, «sino también a alumnos con inquietudes, que fuesen líderes ahí donde estuviesen», cuenta JAF. Para conseguir esto, no solo se pide la excelencia académica como requisito, sino que se busca facilitar a los becarios una formación integral, que los convierta en protagonistas activos de la mejora de la sociedad. «Por esto, es clave la figura del mentor que los acompaña en el desarrollo de sus capacidades», explica Natalia Couto, actual directora del Programa de Becas Alumni. 

Cada becario cuenta con un profesor de su facultad que hace el papel de guía a lo largo de la carrera. La propia Natalia es una persona de referencia para los becarios que pasan cada día por su oficina del edificio Central buscando apoyo y consejo. Su despacho ya no es el antiguo camarote, y las carpetas se han cambiado por aplicaciones informáticas que recogen los datos de los becarios. Pero las historias y el trato personal siguen siendo los mismos. 

Raquel Cascales [Fia 11], profesora del departamento de Teoría, Proyectos y Urbanismo de la Escuela de Arquitectura,  asesora a cinco becarios. Tiene un rasgo peculiar: ella misma fue becaria Alumni cuando cursó Filosofía. «Mi mentora me ayudó mucho a ir más allá de las clases. Podría haberme dicho que me centrara solo en estudiar para llegar a la media necesaria para renovar la beca, lo cual me habría empequeñecido. En cambio, nuestras conversaciones siempre me abrían la mente a nuevos horizontes». Como mentora, ve que cada uno de sus asesorados tiene su propio recorrido a lo largo del grado y que es necesario exigirles según el punto en el que se encuentren. «En primero hay que ayudarles a vencer la presión, a organizar bien su horario. A medida que van avanzando y gestionando eso, procuras enseñarles a ver que lo más importante es hacer espacio para aprovechar y disfrutar de la universidad estudiando. Hacia tercero, es conveniente ir viendo temas del perfil profesional», explica haciendo un breve repaso por las distintas etapas.

«Los becarios llegan con un mínimo de 8.5 en el bachillerato», comenta Natalia. Pero conforme los va conociendo ve que cada uno es «un mundo diferente», aunque comparten algunos rasgos comunes: personas jóvenes, con ilusión, ganas de aprender y de comerse el mundo, y conscientes de los aspectos en los que tienen que crecer. Junto a esa emoción están la incertidumbre y el sentido de responsabilidad que les imprime la beca. A veces puede parecer un peso pero, año tras año, Natalia recibe el mismo comentario: «Gracias; aquí y así es como quiero estar».

«No me imagino sin la beca Alumni», reconoce Andrea. Para ella, no implica solo poder estudiar lo que más le gusta, sino también el orgullo de saber que se la está ganando. «Es una mezcla entre quienes apuestan por ti y te dan ese apoyo económico que te falta y el hecho de que valoren y pongan toda la confianza en el esfuerzo que tú haces», recalca. Además de disfrutar de la carrera está viviendo experiencias muy variadas en la Universidad gracias al blog que lleva de la Facultad: «Mi blog de ISSA». Andrea es de las que está en todo. Ahora mismo colabora con la organización del UNMUN (Universidad de Navarra Model United Nations), ha participado en las jornadas de puertas abiertas y ha apoyado a su Facultad en los exámenes de ingreso y al servicio de Admisión en su convención anual, entre otras actividades. Todas estas experiencias tienen su respectiva entrada en el blog. 

Una cadena de esfuerzo y generosidad

En este curso, 2018-19, los alumnos con beca Alumni son 380 y suman ya más de mil los que han podido formarse en la Universidad desde que se inició el Programa hace tres lustros. «Soñamos con tener el dinero suficiente para que vengan más personas que quizá nunca se habrían planteado poder estudiar en la Universidad de Navarra», afirma Natalia

Simón Ortiz era una de esas personas. Ahora cursa 5.º de Derecho y ADE pero hace cinco años ni siquiera sabía que existía la Universidad de Navarra. Vivía en un barrio cercano a Las Tres Mil Viviendas, un barrio no oficial de Sevilla. No era precisamente un alumno destacado pero, tras superar una época familiar muy difícil, empezó a obtener buenas notas. En ese momento, el director del colegio le animó a salir de su ciudad e intentar hacer una buena carrera, porque le veía capaz de lograrlo. Fue él quien le propuso entonces la idea de ir a Pamplona, a la Universidad de Navarra. «Nada más llegar a casa, busqué información y vi que para mi situación familiar eso era imposible por motivos económicos, así que cerré la puerta», recuerda.

Lo que no se esperaba era una segunda oportunidad, pues la delegada de la Universidad en Sevilla insistió y le invitó a una reunión para estudiantes de 2.º de bachillerato. «“Buscamos talento y tú lo tienes”, me dijo ella. Así que hicimos un pacto: yo daba todo de mí y ellos cubrían la parte económica que me faltaba». No era el único que tendría que esforzarse: aunque se mostró reticente al principio, su padre, Rafael Ortiz, es una pieza fundamental en la historia. «Cuando le hablé sobre la posibilidad de venir a Navarra me dijo que estaba loco, que probablemente, si aceptaba, acabaríamos endeudándonos», rememora Simón. Vista la incredulidad de su padre, empezó a trabajar de camarero y fotógrafo para ahorrar y viajar a Pamplona para hacer los exámenes previos. Así consiguió parte del dinero y Rafael, viendo lo que su hijo había hecho, no pudo negarse a completar lo que restaba y acompañarle a Pamplona.

Conocer la Universidad en primera persona y en directo lo cambió todo. «Mi padre salió convencido de que era el lugar en el que yo tenía que estar, costase lo que costase», cuenta Simón, con orgullo de hijo. «Mi padre lo da todo, hasta el límite; y donde ya no llegamos, llega la beca —dice agradecido—. Sin todo ese apoyo sería imposible para mí estar aquí».  Esta actitud se repite en todos los becarios: el agradecimiento. «Sabemos que vale la pena apostar por los alumnos. Además, luego son ellos los mejores embajadores de la Universidad», afirma Natalia. La beca Alumni no solo impacta en la vida de una persona y la cambia considerablemente, sino que se convierte en el estímulo de muchos para sumarse a la cadena de generosidad donde todos dan y todos reciben.