Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

El premio más merecido y el más doloroso

Texto: Miguel Ángel Iriarte [Com 97 PhD 16]. Fotografía: Manuel Castells [Com 87] y 93metros

Con la entrega del XVI Premio Luka Brajnovic, la Facultad de Comunicación reconoció la trayectoria del periodista navarro David Beriain [Com 99], asesinado por guerrilleros islamistas en 2021 en Burkina Faso junto con dos compañeros. Varios actos pusieron de relieve la entereza de su figura, una referencia para futuras generaciones de comunicadores.


Las concesiones de premios a título póstumo suelen resultar agridulces. En el caso de alguien joven, y más si su fallecimiento se ha dado en un contexto violento, tienen todavía más visos de volverse melancólicas o tristes. Sin embargo, el 17 de febrero la Facultad de Comunicación vivió un acto lleno de emoción, sano orgullo y agradecimiento al homenajeado. Con una brevedad densa, en apenas treinta y cinco minutos repletos de palabras muy pensadas, aplausos entusiastas y gafas empañadas por el efecto de las mascarillas y las lágrimas, los familiares del periodista David Beriain recogieron el Brajnovic de la Comunicación 2021. Los discursos de Marc Marginedas [Com 90], corresponsal de El Periódico en Moscú; Rosaura Romero, viuda de David; y Charo Sádaba, decana de la facultad, ayudaron a acercar la figura de este apasionado por el buen periodismo y la defensa de la libertad, cuyo precio pagó con su propia vida. 

En Marc Marginedas coincidían varios factores que le trajeron a Pamplona desde Rusia a pesar de la inestabilidad de las vísperas de la invasión de Ucrania. Por un lado, fue uno de los mejores amigos de David en el mundo periodístico tras coincidir en situaciones extremas como las guerras de Irak, Libia y Afganistán. Además, como último premiado con el Brajnovic (2019), con su presencia pasaba el testigo a un profesional cuya memoria perdurará: «David fue, es y será —explicó Marginedas—. Lo fue, porque gracias a su desbordante talento y su carisma, sacudió hasta sus cimientos las bases del periodismo internacional en España, sacándolo de un relativo anquilosamiento y diría que hasta provincianismo. Es, porque precisamente estamos aquí reunidos para rememorar su figura y examinar su obra. Y no me cabe ningún género de duda de que será, porque su nombre en el futuro reverberará junto a los grandes de este ámbito de la profesión».


—Orgullo.Rosaura recibe el premio mientras los presentes se ponen de pie entre aplausos y lágrimas.

Al acto acudieron Angelines Amatriain y Javier Beriain, los padres de David, así como su hermano Eduardo y su familia (esposa y dos hijos) y amigos de su pueblo, Artajona, localidad de unos mil seiscientos habitantes donde vivió David hasta los dieciocho años. La decana, Charo Sádaba, entregó la estatuilla conmemorativa a Rosaura. «Como esposa, lo repetiría todo. He sido una afortunada al tener a David como marido, y si soy fuerte y sigo adelante es porque pienso que es lo que él querría», afirmó con fuerza en su discurso de agradecimiento. «Este premio —señaló— va de aquellos valores que David hizo suyos y defendió a capa y espada: libertad, honestidad, dignidad. De eso, de haber ejercido el periodismo, sabiendo que lo más importante es el respeto por el otro sin importar quién sea».

En su intervención final, Charo Sádaba describió algunos contrastes que mostraban el estado de ánimo general de los días que rodearon la entrega del premio: «Lo justo y lo injusto. Nuestra vida está llena de paradojas [...] que David asumió con naturalidad desde el inicio de su carrera profesional: las raíces bien profundas para volar muy alto. La libertad de saberse querido y al mismo tiempo aceptar que un día sus seres queridos podrían recibir una llamada definitiva y muy dolorosa. […] El pueblo y el mundo. La familia, la cuadrilla, los colegas y amigos, y la audiencia millonaria a la que mostrar esos mundos desconocidos». Y abordó «la última y definitiva paradoja»: «Quienes habéis tenido la oportunidad de conocerle y tratarle como hijo, marido, amigo, socio, colega... nos mostráis a un David extraordinariamente ordinario: alguien que adoraba a su abuela, que añoraba y buscaba volver al pueblo a comer con su cuadrilla, bromista, muy navarro, y que aspiraba a enseñar en el futuro. Alguien que no se dejó llevar por el brillo que a veces te da la exposición pública de esta profesión».


—Los más pequeños. Aimar y Mikel, sobrinos de David Beriain, se acercan a tomar el Brajnovic.

Tras una ovación que los asistentes se resistían a interrumpir, terminó el evento central de esos días. Además se organizaron varios actos en Pamplona y Artajona: entre ellos, una mesa redonda en la Facultad de Comunicación y un encuentro informal en el pueblo. Como comentó su esposa, Rosaura, se produjo un «maratón emocional difícil de manejar», cuyo efecto positivo perdura meses después.

 

MUERTE TRÁGICA, VIDA EXCEPCIONAL

Burkina Faso encaja en el triste estereotipo de nación africana marcado por la inestabilidad, estancado en lo social y arruinado en lo económico. A ese país pozo había viajado David Beriain para preparar un documental sobre uno de los negocios turbios que alimentan la economía burkinesa: la caza furtiva. Le acompañaban el cámara Roberto Fraile, nacido en Baracaldo en 1974, y el activista defensor de la naturaleza Rory Young, irlandés de 48 años. Según contó El País, los tres entraron el 25 de abril de 2021 en el parque nacional de Arli, un territorio dominado por Al Qaeda, y poco después unos terroristas les cortaron el paso y abrieron fuego contra su convoy. Uno de los soldados locales que estaban con ellos afirmó que durante el tiroteo Beriain, Fraile y Young se escondieron en el bosque. Más tarde se supo que Roberto había sido herido de gravedad y que David y Rory se quedaron con él en vez de intentar escapar.​

Los cuerpos de los tres llegaron el 30 de abril a la base aérea de Torrejón de Ardoz. David fue trasladado a Artajona, donde se organizaron un entierro íntimo y un funeral multitudinario. El dolor y el duelo que su muerte trajo se extendieron con rapidez. Varios compañeros publicaron artículos llenos de reconocimiento y cariño en los que destacaba la aceptación de un hecho trágico pero no del todo imprevisible, pues David había decidido frecuentar los márgenes de la civilización en busca de historias olvidadas aunque para rescatar aquellos testimonios tuviera que hacer equilibrios entre la vida y la muerte.

De todos modos, sería un error centrar la atención en el fallecimiento de este hombre joven, por valiente, generoso y desgraciado que resultara, ya que, como explicó la periodista de El País Natalia Junquera en la mesa redonda de febrero, «David no fue excepcional por cómo murió sino por cómo vivió».

 

RAÍCES PROFUNDAS

David Beriain nació en Pamplona en 1977. Vivió en Mendigorría y después en Artajona. «Ese fue mi mundo hasta los dieciocho años —declaró David en un medio pamplonés en 2020—. En cierta forma lo sigue siendo porque es una referencia fundamental en mi vida; me ha hecho como soy». Sus padres, Angelines y Javier, y su abuela Juanita, especialmente querida por su nieto, vieron crecer a una persona inquieta, interesada por todo: política, sociología, historia, filosofía, psicología, antropología... Al final, a sugerencia de su padre, optó por estudiar Periodismo porque «era la carrera que menos cosas dejaba fuera y, además, me gustaba escribir». Así llegó a las aulas, como recordó otro invitado a la mesa redonda, Paco Sánchez, asesor de David en la Universidad, un «chicarrón de pueblo, que parecía serio, hablaba con fuerza y resultaba la persona más tierna». «Se sentaba en las tres primeras filas y exigía mucho a los profesores porque siempre repreguntaba», señaló otro participante en el acto, su compañero de piso y de pupitre Rafael Cores.


—Con la cara descubierta. Beriain tenía claro que parte del buen periodismo es saber escuchar a todos, sin separar «héroes de villanos».

Durante los veranos de la carrera hizo prácticas en el diario argentino El Liberal, donde se orientó hacia el reporterismo de investigación. Como publicó El País en abril de 2022, «fue la primera vez que su periodismo valiente y necesario le convirtió en objetivo. Algunos protagonistas de sus artículos le siguieron y le amenazaron y volvió a España». A partir de 2002 trabajó para La Voz de Galicia en La Coruña; desde allí cubrió algunos de los grandes conflictos del momento, como las guerras de Irak y Afganistán.

Su crecimiento como periodista en aquella etapa resulta evidente para quienes coincidieron con él. Marc Marginedas, durante la entrega del Premio Brajnovic, recordó una aportación decisiva de Beriain a su profesión. En 2005, David cubría la guerra de Afganistán y, tras un esfuerzo enorme, logró entrevistar a varios líderes talibanes: «Aquello —subrayó Marginedas— marcaba un hito en la historia del periodismo internacional en España: un medio español hablaba por vez primera con el así llamado “enemigo”». Según el corresponsal catalán, «David tenía una idea fija, que se convirtió en el leitmotiv de toda su trayectoria. Quería acceder a “los otros”, a aquellos de los que los medios no hablan y dejan de lado, ya se trate de milicias armadas enemigas de nuestros gobiernos, insurgentes calificados de asesinos, sicarios a sueldo o grupos responsables de secuestros. Él buscaba conocerlos, desentrañar su verdad, entender las razones que les habían empujado a hacer lo que hacían».

Después volvió a Afganistán e Irak doce veces. Allí se curtió como en un curso intensivo de supervivencia y periodismo de alto riesgo, del cual hacía, con un tono socarrón muy suyo, el siguiente balance en una entrevista de 2020: «La verdad es que fui muy afortunado. Bueno..., y muy pesado. Cogí fama de navarro cabezón». Esta tenacidad fue uno de los rasgos que destacó Rosaura en la entrega del Brajnovic: «Entendió que su éxito no dependía de lo motivado que se sintiera, sino del trabajo, la mística y la dedicación con la que se implicara en su día a día. ¡Dependía de ser constante! Sus propios miedos e inseguridades hicieron que tuviese una energía inagotable, una cabeza privilegiada que no paraba hasta que lo hacía, y entonces disfrutaba, bailaba y reía con la misma intensidad».

 

 

SALTO AL MUNDO AUDIOVISUAL

En 2008 pasó al ámbito audiovisual, en el que se movió hasta su fallecimiento. La puerta de entrada fue un reportaje en Colombia, donde logró introducir una cámara en los campamentos de las FARC. De allí salió Diez días con las FARC, documental por el que recibió el Premio José Manuel Porquet de periodismo digital y fue finalista en el Bayeux-Calvados Normandy, el más prestigioso del mundo para corresponsales de guerra. En los siguientes años varios conflictos y desastres naturales atrajeron a David como un imán: Venezuela, Congo, Japón, Kenia... y Burkina Faso.

Entrevistó a hombres y mujeres ausentes en los medios: sicarios, encarcelados antes de enfilar el corredor de la muerte, contrabandistas y mucha gente sin escrúpulos que descubría a una persona realmente interesada en conocer sus porqués. Profundizó en su visión del periodismo, algo que recogió con lucidez Natalia Junquera poco después de su muerte: «Su forma de estar en el mundo era contarlo y, en una profesión de egos y de firmas, supo siempre que su oficio consiste en compartir. Como los buenos periodistas —nunca he conocido uno mejor—, él quería entender, y para eso hay que escuchar». «De hecho —afirmó Junquera en la mesa redonda celebrada en Pamplona—, David habría entrevistado a su propio asesino para tratar de comprenderle».

Beriain había conocido a su esposa, Rosaura Romero, en Venezuela en 2007.  Ella, nacida en ese país, se dedicaba a la comunicación, y coincidieron en un encuentro de periodistas. Se casaron en Artajona en 2012. Ese mismo año, David y Adriano Morán fundaron la productora 93 Metros, especializada en grandes formatos audiovisuales; Rosaura se sumó en 2015. Allí  vieron la luz cerca de sesenta documentales, que le valieron una nominación a los Goya y varios premios más, como el Iris por la serie Clandestino (2016), una nominación a los Emmy por Latinos en el corredor de la muerte (2018), dos Realscreen Awards por La Colombia de las FARC (2016) y El negocio del secuestro en Venezuela (2019), y otros a título póstumo como la Medalla al Mérito Civil concedida por el Gobierno de España. El jurado de los premios Ortega y Gasset, que reconoció conjuntamente a David Beriain y a Roberto Fraile, resumió así los motivos de su decisión: «Ennoblecían una profesión hermosa. […] Para las generaciones futuras de periodistas y para todos nosotros serán siempre un ejemplo, el mejor recordatorio de por qué y para qué nos dedicamos a esto. Para el público, una ventana a otros lugares y personas, una mirada honesta y un trabajo imperecedero porque puso siempre el foco en lo humano más que en lo coyuntural».

 

VALIÓ LA PENA

Bonitas y justas palabras pero, ante trayectorias como la de David Beriain, surge con frecuencia la pregunta: ¿valió la pena? Una carrera brillante y una contribución, por significativa que sea, ¿compensa el dolor de una familia que pierde a un hijo, a un marido, a un hermano?

Aquí está quizá otra clave para entender la grandeza que quienes mejor le conocieron atribuyen a David: comprobar la categoría de sus familiares; la de unos padres que, con los ojos empañados, dicen que querían a su hijo tanto que lo querían volando alto; la de una viuda joven que afirma que, si la vida volviera atrás, repetiría todo. No deseaban tenerle siempre cerca; preferían que fuera él mismo y supieron que David, por buscar la verdad y defender la dignidad de las personas, podía acabar como acabó.

En su discurso de cierre de la entrega del Brajnovic 2021, la decana de Comunicación, Charo Sádaba, destacó otro valor que, en su opinión, explica comportamientos como los de Beriain: el aprecio por la libertad: «La libertad nos da la fuerza para cumplir con aquello que hemos elegido y da sentido, incluso, a la propia muerte. Solo entendiendo esto podemos pensar que David murió libremente: porque quiso estar allá, porque no quiso abandonar a Roberto, porque sabía que su trabajo entrañaba riesgos radicales. Porque su familia sabía que quererlo libre era estar dispuestos a perderlo. Y que, al perderlo, lo han ganado para siempre: en su legado, en sus amigos, en su voz, en su trabajo. En su figura, que trascenderá los límites de su biografía temporal». 


—Aforo completo. El aula 6 de FCOM acogió a la familia Beriain, amigos, profesores y futuros comunicadores durante la entrega del premio.

En un acto homenaje a don Luka Brajnovic en el centenario de su nacimiento, en 2019, la profesora Mercedes Montero, antigua alumna suya, pronunció unas palabras también aplicables al último ganador del premio que lleva el nombre de aquel profesor y periodista croata, encarcelado varias veces y separado de su familia durante años: «Don Luka te interrogaba cada vez que contaba su historia. Parecía que no, pero sí. Y la interrogación hace que te sientas incómoda porque araña por dentro». Hay, pues, personas que desafían, que retan, que dicen con su mirada un sencillo pero directo «¿Cómo estás?, ¿qué tal vas?, ¿no podrías atreverte a más?». A la memoria de aquellos que han tenido una vida plena no conviene meterla en vitrinas o mirarla como quien ve  las estrellas y sabe que, por los años luz de distancia, está contemplando el pasado. No. Así, cuando futuros estudiantes, periodistas y profesionales de todo tipo piensen en David Beriain, no verán su figura como «otro corresponsal de guerra asesinado» sino como alguien capaz de sacudir, de interpelar a fondo a quien le observe sin prisa y le escuche incluso con la mitad de atención que él ponía en quien tenía enfrente.