Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Luis Piedrahita: «Siempre busco un humor cercano a la poesía, un humor desde la ternura»

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Creció leyendo los chistes de Sempé y se ilusionó con la magia viendo a Tamariz. Hoy es él quien llena las salas con sus monólogos y cautiva al público con sus propios trucos.


El largo flequillo lacio le cae sobre la frente, casi hasta la nariz. Sus ojos oscuros se esconden detrás de las gafas de pasta. Levanta la barbilla mirando al fondo, sale de detrás de la barra de la cafetería y sonríe. Eso siempre. Es lo suyo. Despierta simpatía. Hasta los hoyuelos de la cara le ayudan a eso. Queda poco más de media hora para que empiece el espectáculo en La Chocita del Loro, en la Gran Vía de Madrid, donde casi todos los viernes y sábados hay monólogos de El rey de las cosas pequeñas. La conversación se interrumpe en varias ocasiones: le saludan, le piden autógrafos y le proponen hacerse fotos. Para todos tiene un gesto de agradecimiento. Y eso sin dejar de responder las preguntas con soltura. Luis Piedrahita cumple 34 años en febrero y lleva once subido a los escenarios. Ha trabajado de guionista en televisión, en El Club de la Comedia y en Cruz y Raya, ha escrito y dirigido junto con Rodrigo Sopeña [Com 99] el largometraje La habitación de Fermat, actualmente es colaborador y guionista del programa El Hormiguero y acaba de escribir el último de sus cinco libros: ¿Por qué los mayores construyen los columpios siempre encima de un charco?

 

¿Cambia el artista al bajarse del escenario?

Un poco. En el escenario hago una versión muy estudiada, memorizada y practicada de mí mismo. Abajo soy más tranquilo, menos intenso. 

 

¿Tiene respuestas para todo?

No. Tengo más preguntas que respuestas. El mundo y el universo están llenos de respuestas que están buscando la pregunta que las incite a aparecer. 

 

Para eso hay que escuchar mucho…

Sí.

 

Y cuando está en el escenario pendiente de la actuación, ¿le resulta fácil?

Sí. Es proponérselo. Lo esencial en esta vida para hacer algo medianamente bien es la seguridad. Y eso lo dan la experiencia y el haberlo hecho bien con anterioridad. Si la primera vez que se hace una gracia te sale mal, no lo vuelves a hacer; pero si te sale más o menos bien, cada vez te va saliendo mejor, porque tienes más seguridad y eres más incontestable.

 

¿Cómo se consigue la fidelidad del público?

Teniendo el menor número posible de errores. Ahora deberíamos hablar de qué es un fallo. Para mí es una traición a la calidad de los contenidos. Intento no hacer chistes de un tipo determinado de humor, no hacer un humor fácil. Siempre busco un humor más cercano a la poesía, un humor desde la ternura, un humor más blanco. Nunca haría un chiste sobre algo escatológico, o algo sexual explícito, o incluso sobre personajes famosos de la tele. Este tipo de humor no me interesa. Carece de estímulos, no tiene desafíos. Es como pescar en una piscina.

 

Dicen que es fácil hacer llorar, pero muy difícil arrancar una sonrisa…

Eso implica un problema: hay una sobrevaloración de la risa. La risa y el humor a veces van juntos, pero no son lo mismo, y una identificación no sería acertada. La risa es más bien una respuesta a algo. Si yo te emborracho o te doy el gas de la risa, o te hago cosquillas, te ríes. El humor tiene que ver con otra cosa mucho más seria. El humorista que persigue la risa normalmente cae en el humor fácil, porque la risa es fácil de conseguir. Igual que es fácil el llanto. Puedes llorar con una película buena y emocionante y también con un culebrón. Lo difícil es la calidad.

 

¿Y cómo se consigue la calidad?

Trabajando mucho. Juan Tamariz hace un experimento muy divertido. Dice: «Dime lo contrario de frío», y tú le contestas: «Caliente». «Lo contrario de alto», y tú dices: «Bajo». Y añade: «¿Lo contrario de arte? Pues no lo sé, pero seguramente, algo que no es arte es lo fácil. Si algo es fácil, es muy difícil que sea arte. Si algo no cuesta nada y todo el mundo lo puede hacer, eso no es arte». ¿Cómo se consigue lo bueno? Cuando algo no es fácil de conseguir, cuando te cuesta, cuando no es la primera idea, sino que hay que darle una vuelta y otra y otra.

 

¿Cuáles son los ingredientes de un buen monólogo?

Primero, que sea verdad: que no te engañes a ti mismo para conseguir un chiste. Segundo, que esté bien contado. Y una tercerca condición: que haya una coherencia entre la persona que lo cuenta y lo que cuenta. 

 

¿Podría intercambiar un monólogo con otros humoristas?

No. Por ejemplo, si a un mago feo le preguntan si liga con la magia y responde: «Perdona, pero yo con estos ojos no necesito la magia para ligar». Resulta un chiste graciosísimo. Imagínate un mago guapo, elegante y fino y le preguntan si es necesaria la magia para ligar y dice que con sus ojos no necesita la magia… Ya no sería un chiste. Ese tío sería ridículo, patético. 

 

¿Hay tradición de contar chistes de otros?

Entre los cómicos buenos no lo haría nadie, pero entre los «no buenos» sí. Yo prefiero ser el copiado que el copiador. Nadie que aspire a hacer algo bien debería copiar de otros, porque está perdiendo el cartucho de la originalidad. 

 

¿Qué inspira a Luis Piedrahita?

Trabajar con inspiración es casi un capricho. La gente se imagina al artista enfrentándose a un folio en blanco y de repente hace fum y llega la idea. Eso no es así. Yo, por lo menos, funciono con fechas de entrega. Intento nutrirme leyendo, viendo todo el cine posible y hablando con la gente. Me gusta estar siempre con los ojillos inquietos pensando qué puede ser lo siguiente, y pensando en la magia. Vas buscando ideas y metiéndolas en el cuerpo. Cuando tienes fechas de entrega no sabes por qué ni cómo, pero mágicamente van saliendo cosas. El talento consiste en que siempre salga algo medianamente bueno, y la cuestión es tener siempre el listón lo más alto posible.

 

¿Cómo lo pasa mejor: representando un monólogo o escribiéndolo…?

Representándolo se pasa muy bien, pero el placer de la creación es lo más grande que hay. Recuerdo algunos momentos concretos en los que se me ocurrieron determinados chistes. Cuando estoy escribiendo y pienso: «Esto es muy bueno», me entran ganas de subir al escenario y contarlo.

 

 

 

¿Los monólogos y la magia son una vía para canalizar el ingenio que Luis Piedrahita tiene dentro? ¿Por qué no otra disciplina?

Yo creo que es algo más parecido a una pasión. Una pasión es algo que te mueve y que te lleva a practicar. Yo tengo una pasión por esto, al igual que un padre la puede tener por su hijo. ¿Por qué no la tiene por otro niño distinto? Mi pasión es esto.

 

¿Y por qué empezó a hacer monólogos y magia?

Cada vez que lo hacía, disfrutaba. Lo había visto en la tele y recuerdo que pensaba: «Quiero ver esto todo el rato». Me encantaba no tanto el hacerlo como el que me sorprendieran constantemente. De repente me di cuenta de que había visto toda la magia que se podía ver en España. Iba aprendiendo cosas y practicando y, poco a poco, fui conociendo a otra gente. Por entonces debía de tener catorce o quince años. Y llegó un momento en el que hacía más magia y ya era mago. Y luego, con el humor y los monólogos, parecido. 

 

¿El humor se parece a la magia?

Tienen mucho que ver porque ambos juegan con lo inesperado. Y el humor siempre me había gustado. El humor del bueno, los chistes de Sempé o El Roto. Solía leer los fascículos de La Codorniz, de Tono, de Mihura, estas revistas que tenía mi abuelo en casa. Me quedaba pegado. Me fascinaba y empecé a ver los mecanismos que utilizaban y a ejecutarlos.

 

Suele decir que el humor es una actitud ante la vida. ¿Cómo lo consigue?

Creo que tiene mucho de querer tratar al otro como te gustaría que te trataran. Es decir: ¿Tú quieres ser feliz? Pues trata de hacer lo posible para que el mundo sea mejor. Yo creo que el gruñón no tiene eso de tratar al otro como le gustaría ser tratado a él. Al gruñón no le gusta que le gruñan.

 

Teniendo esa actitud ante la vida ¿Es fácil que la gente le tome en serio?

Para mí lo serio no es algo bueno, no es una virtud. Cuando dicen: «Este es un señor muy serio», para mí no tiene ningún interés. En España se cree que es algo de calidad, respetable, digno de tener en cuenta. Se ha producido una metástasis semántica, y que te tomen en serio es que te tengan en cuenta. Esto segundo sí me interesa. Para mí lo serio es una cáscara hueca. Detrás de la solemnidad se esconden muchas mentiras y muchas majaderías. En cualquier país del mundo sucede al revés: ser una persona ingeniosa y divertida es lo mejor que se puede ser. Por ejemplo, ¿cómo son las entregas de los Óscar? La gente va con una frase brillante, un chiste que hace reír a todos. En España nadie quiere reírse de sí mismo. El humorista se dedica a quitarles el bastón a esas bobadas.

 

¿Esto es por carácter?

Creo que es una inseguridad. Pienso que es algo también cultural e histórico porque tuvimos cuarenta años de seriedad y algo ha quedado. De hecho esa expresión de tomárselo en serio, o de ser alguien serio, viene de allí. 

 

¿Qué papel juega en el artista la opinión del público? ¿Influye?

Puede influir, pero no puedes tener en cuenta la opinión de todo el mundo porque también hay que valorar la formación, el criterio y el conocimiento de cada opinador. Yo tengo varias personas con las que me guío y pienso: «Si este me lo dice, es que tiene razón». Cuando me dan su opinión y es una crítica, me lo creo y digo: «Tiene razón: es por lo que me dice». 

 

Y cuando alguien descubre algún error… ¿le molesta?

En estos casos, me hace un favor grandísimo. Es como cuando vas en coche y alguien te hace señas para avisarte de que llevas las luces encendidas. Dices: «Muchas gracias» y las apagas. Es un aviso que te viene muy bien. A principios de noviembre estuvieron en Madrid algunos de los mejores magos del mundo. Aproveché para hacerles los próximos juegos de magia que tengo preparados para televisión. Cuando magos como Helder Guimaraes, Derek Del Gaudio, Dani Daortiz o Miguel Ángel Gea me ven y dicen: «Yo esto lo haría mejor así», me hacen un favor enorme. De repente ves que estos tíos, que tienen criterio, que tienen conocimiento y experiencia, tienen razón. Es entonces cuando lo que yo hago hace fum y sube diez puntos. 

 

¿Qué mago sería referente para usted?

Juan Tamariz. La gente no es consciente de lo absolutamente brillante y genial que es. Es un referente en todo el mundo para la magia. Estos magos mejores del mundo, que han venido en noviembre, lo han hecho únicamente para pasar un fin de semana hablando con él. La conversación constante que teníamos entre nosotros era: «Qué afortunados somos de coincidir en espacio y tiempo con Juan Tamariz». Es como tener la posibilidad de ver pintar a Picasso. Yo ya me lo perdí, pero hubo gente que vivió en su misma época, y que lo vio pintar en directo. 

 

¿Es fácil sorprender a un mago?

Sí, claro. El mago, además, disfruta mucho con la magia externa. El mago es un profesional de hacer unas rutinas donde le regala al espectador la experiencia de algo imposible. Pero si su madre le hace una tarta un día que no se lo espera, también le va a sorprender, porque el mago es un señor normal, una persona que ha ensayado unas cosas, como un músico. El mago también puede ser sorprendido por otro mago, siendo experto en la materia. Y eso es muy interesante porque además es todavía más sorprendido. Por eso, cuando estoy con magos, cuando me hacen magia y consiguen engañarme, es maravilloso. ¡Es tan brutal! Te hace la cabeza boom, porque dices: «No entiendo nada, y yo de esto entiendo mucho».

 

¿Y eso se consigue muchas veces?

Sí. Y es fantástico. Cuando a un mago le sorprenden con magia, le sorprenden mucho más que a un profano.

 

En una entrevista en 2007 dijo que no se dedicaría nunca profesionalmente a la magia… ¿Qué ha pasado?

Tenía la idea de que era como prostituir la magia. Para mí, el guión era mi profesión, y la magia, mi afición. Sin embargo, para poder hacer bien la magia es necesario experimentarla. No sólo con tus amigos, porque llega un día en que les estás torturando con el mismo truco, y tu techo artístico está limitado. Cuando empecé a hacerlo profesionalmente, me di cuenta de que mi techo profesional crecía y crecía y dije: «Qué equivocado estaba. ¡Qué error!».

 

¿Con qué cosas le gustaría hacer magia y que se pudiera cumplir de verdad?

Eso está en el campo de los deseos y no quiero responder con los tópicos: «Que se acabe el hambre en el mundo y que no haya guerra». Decir eso y no decir nada es lo mismo. Me gustaría conseguir que la gente fuera muy honesta, no sólo con otras personas sino también consigo misma. Que nadie intentara colar algo que no es cierto a otra persona, o a sí misma. Eso me parecería una cosa bonita.

 

AÑOS FANTÁSTICOS

Cuando Luis Piedrahita terminó Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra en 1999 aún no se habían generalizado los móviles e Internet. Ni siquiera existían los euros. Y así se lo recordó a los alumnos de la Facultad el pasado 20 de octubre cuando volvió a la Universidad para impartir una sesión a los alumnos del Máster de Guión Audiovisual. Aprovechando su visita también mantuvo una tertulia abierta con los alumnos de FCOM. «¿Qué hay que hacer para llegar donde estás?» fue una de las primeras preguntas que le hicieron. «He cogido el tren y he venido», respondió. Entre bromas contestó a todas las preguntas que le formularon y aconsejó a sus oyentes que cuando terminen la carrera se planteen qué quieren hacer y lo lleven a término: «Nunca deis pasos que traicionen el camino que os lleva a ello», les dijo. 

Luis Piedrahita guarda unos recuerdos «fantásticos» de sus años en la Universidad: de los profesores, de sus compañeros de clase, del corto que rodó en cuarto e incluso de la primera exposición de arte escultural abstracto que se hizo en el Edificio de Ciencias Sociales: «Puede que fuera en el año 97. Viendo aquello Borja EchevarríaRodrigo Sopeña –mis compañeros de piso– y yo debatimos acerca de qué cosas podían ser consideradas arte y qué cosas no. Nuestra conclusión fue que todo aquello susceptible de ser expuesto en un museo podría ser considerado arte. Así que decidimos ser artistas ese día. Nuestro reto era colocar una ‘aportación’ en aquella muestra y observar cuánto tiempo aguantaba antes de ser considerada una intrusa. Cogimos un espantoso jarrón de barro que había en el piso –un regalo del día de la madre que era propiedad de nuestra casera–, le diseñamos una tarjetita con el título de la obra: Concepto de amanecer, y lo incluimos en la exposición para que todo el mundo pudiera disfrutarlo. La operación fue un éxito. Aquella aberración de la alfarería fue considerada arte durante casi una semana».