Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

María Iraburu: «Es propio de la universidad ser contracultural»

Texto: Teo Peñarroja Canós [Fia Com 19]. Fotografía: Manuel Castells [Com 87]

María Iraburu tomó posesión como rectora de la Universidad de Navarra el 10 de enero de 2022. El rector saliente, Alfonso Sánchez-Tabernero, la definió como una persona «a la que le brillan los ojos». En estas primeras semanas de gobierno, la niña que quería trepar a las rocas para observar a las águilas reales ha dejado claro que la sostenibilidad es lo suyo y también que una universidad de inspiración cristiana ha de tomarse en serio su identidad y ofrecer al mundo una aportación propia.


Está de pie en el umbral de su despacho y su figura se alarga, reflejada sobre el mármol del Rectorado. A su alrededor se han congregado unas cuantas personas, pero ella dispersa la reunión espontánea con un gesto y una sonrisa amable. María Iraburu Elizalde (Pamplona, 1964) [Bio 87 PhD 92 PADE IESE 19] tiene una agenda muy apretada porque hace menos de un mes que tomó posesión como rectora de la Universidad de Navarra. La semana pasada, con ocasión de la inauguración del nuevo edificio del IESE en Madrid, estuvo reunida con el rey, y confirma que sí, que es tan alto como parece en televisión. Conversa con Nuestro Tiempo en el despacho que hasta hace poco ocupaba Alfonso Sánchez-Tabernero, con quien ha colaborado más de tres lustros. «Algo ha cambiado, si te fijas», comenta Iraburu. Se refiere a una réplica en miniatura del estadio Santiago Bernabéu que el antiguo rector mostraba orgulloso en la cómoda junto a la ventana. Ya no está.

CAMBIO DE CARTERAS

 

 

El acto de toma de posesión se celebró, por la situación sanitaria y contra la costumbre —que impone que tenga lugar en el Salón de Grados— en el patio del edificio Central, junto a la estatua de san Josemaría, fundador de la Universidad de Navarra. El rector saliente, Alfonso Sánchez-Tabernero, se definió como «telonero» de un evento en el que salieron a relucir anécdotas como la del día de 2005 en que ambos entraron a formar parte del equipo rectoral presidido por Ángel J. Gómez Montoro. Sánchez-Tabernero casi no conocía a Iraburu, y sin embargo aquel día coincidieron en una sesión de fotos. Se preguntó cómo sería la nueva miembro del Rectorado y pronto descubrió «que deseaba salvar el planeta», y también «que poseía las tres condiciones necesarias para cualquier líder: criterio, determinación y empatía». Al tomar la palabra, la rectora agradeció el trabajo de Sánchez-Tabernero, destacando el «poder transformador de las personas cuando trabajan con profesionalidad y compromiso». Y, en una terna muy propia del anterior rector, Iraburu resumió lo aprendido de él en los conceptos de «optimismo imbatible, mentalidad estratégica y confianza en las personas». 

 

Es la primera navarra en ocupar el máximo cargo de la Universidad, además de la primera mujer, una observación que acepta como hecho pero no como halago, ya que piensa que las pioneras fueron otras. También estudió en la institución que ahora dirige, y tiene para los alumni un par de ases en la manga que irán tomando forma de programas de lifelong learning y de colaboración en proyectos universitarios. Con los antiguos alumnos, de hecho, mantuvo uno de sus primeros encuentros, apenas un mes después de la toma de posesión. Bióloga y doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Navarra, realizó una estancia posdoctoral en Nueva York y lleva dieciséis años de vicerrectora de la Universidad, donde ha ocupado antes otros cargos de responsabilidad. Sin embargo, lo suyo son las aulas. «Un profesor no aspira a ser rector; un profesor aspira a ser profesor», declaró a un periódico local. Quizá por eso sus nuevas funciones no la han apartado de la pizarra y la tiza —sigue dando clase a alumnos de primero y tercero— y eligió como escenario de su primer mensaje público un aula de la Facultad de Ciencias, en la que ella estudió. 


La rectora se puso la bata para impartir su primera clase después del nombramiento.

¿Qué es lo mejor de la actividad docente?

El momento mágico en el que se hace la luz en la cabeza del alumno y se da esa sensación de descubrimiento compartido. El eureka

¿Cómo recuerda su etapa de alumna?

Recuerdo sobre todo las explicaciones de fantásticos profesores: a mi directora de tesis, María Jesús López Zabalza, a Pilar Sesma con la Histología, las clases perfectas del profesor Palop, que te mostraba toda la coherencia de la química, el fascinante mundo de la Fisiología Comparada con el doctor Jordana... Recuerdo esos segundos en los que [chasquea los dedos] se hace la chispa y entiendes. Y también recuerdo las excursiones para coger plantas, que eran muy divertidas, con María Luisa López, su pasión, su poesía...

¿Su poesía?

María Luisa López recurría, por ejemplo, a pequeños poemas gallegos para que memorizásemos el nombre de las plantas y sus características. Nos decía: «La raíz del tejo verde es difícil de arrancar,/ los amores primeros son difíciles de olvidar». En gallego, eso sí, pero no voy a intentarlo. Y con eso se te quedaba para siempre que el tejo —Taxus baccata— tiene raíz leñosa. Un poco friki, lo reconozco, pero inolvidable.

El marco de su entrada como rectora ha sido la casi pospandemia, así que la última gestión de crisis está todavía aquí. ¿Le ha ayudado a conocer mejor o valorar de otro modo a las personas de la Universidad?

Estamos viviendo un momento revelador de cómo somos, del sentido de verdadera comunidad universitaria que se genera, de dar prioridad a nuestra misión, y todo el mundo con la mejor disposición... Las decisiones fueron cambiando con el tiempo: primero velar por la salud, luego facilitar la docencia presencial. Pero la respuesta de todos, desde los servicios más implicados hasta los profesores, que han logrado cosas prodigiosas, ha sido excelente. Fueron momentos muy significativos para ver de qué está hecha la Universidad.


Iraburu saluda a los anteriores rectores, Sánchez-Tabernero y Gómez Montoro, en la toma de posesión.

Parece que la Universidad de Navarra tiene muchos forofos. ¿Por qué?

El compromiso genera compromiso y adhesión. Transformar la vida de la gente a través de la educación, investigar para que avance el conocimiento, curar y cuidar a las personas, preparar a la juventud... ¡Tenemos unas misiones preciosas! La propia naturaleza non-profit [sin ánimo de lucro] tiene un punto de idealismo atractivo…, aunque los que hacemos la Universidad tenemos limitaciones, eh. A mí me gusta decir que aquí nadie es perfecto. 

En su toma de posesión habló de dos conceptos un poco paradójicos: la identidad y el dinamismo. Empecemos por la identidad. ¿En qué medida comparte usted los sueños de don Ismael, que vino aquí en 1952 con su maleta y buen humor?

Suelo decir que la Universidad tiene su continuidad en el mensaje, y estoy segura de que en 1952 había la misma ilusión, las mismas ganas, la misma voluntad de esforzarse para que esto madurara... La Universidad se parece a un organismo que se desarrolla, que crece. Don Ismael no podía imaginar, por ejemplo, el impacto del museo de arte, del MUN. ¡No había museos en las universidades! Lo bonito es ese juego entre lo que somos y lo que podemos ser, que tiene mucho que ver con las personas. Al final, la Universidad la sacan adelante la creatividad, el empeño y las ideas de la gente. Los que comenzaron tenían el contexto de la universidad española de los años cincuenta y una sociedad que no es la de ahora. Nuestro reto consiste en hacer realidad el mismo proyecto, la misma ilusión, el mismo mensaje, en diálogo con nuestra cultura, nuestra sociedad y nuestro momento. ¡No es poca cosa!


La rectora frente a la Cámara de Comptos, donde la Universidad empezó su andadura en 1952 con 48 alumnos y 8 profesores.

«Muchos de nosotros hemos aprendido a trabajar directamente de los pioneros de la Universidad, cuando no había programas de formación, pero sí muchas conversaciones con nuestros maestros». La frase es suya. ¿Cuáles son los pioneros que la marcaron?

Profesores como Natalia López-Moratalla, María Jesús López Zabalza, Pilar Sesma, Rafael Jordana o Ignacio Moriyón. Me llegó a dar clase Álvaro del Amo, aunque murió poco después, y ya en la época de la tesis Esteban Santiago fue una persona que nos dejó mucha huella... Pude tratar también un poco a Jesús Larralde. Esos han sido algunos de mis referentes más inmediatos, por no alargar la lista con muchos otros que me vienen a la mente y a los que estoy muy agradecida.

Esto es la identidad, pero nos queda la cuestión del dinamismo. ¿Puede profundizar un poco en esa idea?

La Universidad tiene dos riesgos. Uno consiste en convertirse en la torre de marfil en la que un grupo de personas a las que les interesan unos temas concretos se dedican a investigar pase lo que pase a su alrededor. Así no hay diálogo con la sociedad. Y luego hay otro polo: el de las instituciones únicamente pendientes de los problemas, cuestiones y mentalidades dominantes de la sociedad. En este segundo caso no hay una aportación propia, una investigación al margen de las necesidades inmediatas.

La Universidad ha de ser ante todo el lugar de búsqueda de la verdad. La verdad es un concepto en crisis en la sociedad contemporánea, ¡pero resulta esencial que la Universidad la busque! Conviene que lo haga de una manera abierta a la realidad que la rodea y en diálogo con ella... También porque tenemos que estar capacitados para que los estudiantes nos entiendan y nos acompañen. Son los de 2022, no los de 1982 ni los de 1952. No podemos ir con la forma de entender el mundo del siglo XX. Una puede estar centrada en la investigación, pero llegas al aula y tienes sentado a un alumno de veinte años que te está exigiendo un esfuerzo de transmisión, de traducción a sus categorías. 


Un encuentro con los alumni en el campus de Madrid fue uno de los primeros eventos de la nueva rectora.

Es llamativa la esperanza con la que habla de la juventud, de los que entran por esa puerta en primero de carrera. ¿Puede intentar, a vuelapluma, una radiografía del estudiante de primero?

Esto es un pensamiento de Hannah Arendt, pero creo que hay una fantástica llegada de lo nuevo en cada generación. Cada vez que aparece una persona en el mundo, aparece una sorpresa. Los estudiantes de ahora se encuentran con una vida organizada, desde un punto de vista sociológico, de manera distinta a la que nos encontramos nosotros: más intercultural, con estructuras sociales, familiares y de amistades menos estables. Eso exige un trabajo de construcción mayor del propio itinerario. Antes había caminos medio marcados: uno solo tenía que elegir en qué carril se metía. Ahora no hay carriles. Se puede ver como una amenaza —tiene que ver con la sociedad líquida— o como una oportunidad, porque el protagonismo de la persona es mayor. Por eso creo que el diálogo entre profesores y estudiantes es más importante que nunca, porque ese itinerario no puede venir dado desde fuera, no lo podemos marcar los profesores como si fuésemos los que sabemos. Lo debe construir cada uno. ¡Los estudiantes no son niños! Se trata de intercambiar ideas, planteamientos y conceptos, hacer pensar, leer juntos, debatir para que cada cual vaya descubriendo qué es ser persona, dónde está la felicidad, cómo construir el bien común. ¡Los grandes temas, las grandes preguntas! Una universidad que se cierra a las grandes preguntas está fracasando, renunciando a su esencia más íntima.

Desde el punto de vista del profesor, ¿no complica un poco esta tarea toda la burocratización de las acreditaciones de la ANECA, las evaluaciones, las especializaciones?

Hay un movimiento de legislación creciente en todos los sentidos. Has mencionado la ANECA, pero la investigación también se ha hecho mucho más compleja ahora. El tiempo que dedicas a investigar se ve mermado porque debes contar que estás investigando, reportar y convencer a quienes financian tu trabajo... La universidad ha de proporcionar cauces, modos, canales, circunstancias, eventos para que el diálogo académico y la búsqueda de la verdad suceda. Es cierto que tiene un punto contracultural, y yo creo que es propio de la universidad ser contracultural. En la Universidad de Navarra hay iniciativas en marcha, pero, al mismo tiempo, sería bueno que otras se desarrollaran de manera espontánea: seminarios, encuentros formales o no —tal vez los informales son los más interesantes— para hablar de lo divino, de lo humano, de un autor, de un libro, de un artículo... Es contracultural, sí, pero es propiamente universitario. Por eso siempre hay una tensión inherente a nuestra actividad.

Después de su nombramiento, muchos medios han titulado: «La primera mujer rectora de la Universidad de Navarra». ¿Qué tal se lleva con esa etiqueta?

Es un hecho indudable: la llevo bien. Que vaya habiendo más mujeres en puestos directivos me causa profunda alegría, porque creo que muestra una evolución positiva de la sociedad hacia la corresponsabilidad. Y con eso salimos ganando todos, hombres y mujeres. 


La entrega de las Medallas de Plata a los profesionales que han trabajado 25 años en la Universidad lo presidió Iraburu el 28 de enero.

¿Se siente pionera? ¿Cree que la mujer —como tema, como grupo de personas— sigue siendo un asunto pendiente en nuestro contexto, y en particular en la universidad?

La universidad está mejor que ámbitos como la empresa o la política, pero pioneras fueron las pioneras: las mujeres que empezaron en la universidad en los años treinta y cuarenta. Las que consiguieron el voto femenino. A veces hay posturas extremas, pero yo estoy enormemente agradecida a esas mujeres que lo tuvieron difícil y lograron avances muy significativos. En ese sentido, no me considero pionera. Soy la primera porque es un hecho constatable aquí, en la Universidad de Navarra. Pero he mencionado a las personas que me han influido y muchas de ellas eran mujeres. Yo he visto liderazgo femenino a mi alrededor desde el minuto uno en la Universidad.

Habla con frecuencia de «liderazgo femenino». ¿Piensa que hay un estilo femenino de liderar o se refiere a que existen las mujeres líderes?

Hay publicaciones al respecto que hablan de estilos de liderazgo más sensibles hacia las personas, más participativos, etcétera. A mí, la verdad, lo que me parece es que cada persona es muy distinta y está en condiciones de aportar su [recalca esta palabra] liderazgo. Hay que usar con cautela esas etiquetas: ¡qué difícil decir hasta qué punto tu personalidad es así por tu sexo! Hay algunas cuestiones que sinceramente creo que... ¿Es tradición? ¿Es educación? 

En otras entrevistas ha mencionado el cuidado y la idea de aceptar la propia limitación y el fracaso como parte de un estilo de liderar. ¿Le gustaría que se la recordara así, como una rectora empática y que cuida?

Me gustaría que este Rectorado —no solo yo como rectora— fuese fiel a lo que nos hemos propuesto: el cuidado de la persona y del entorno. El cuidado habla del aprecio hacia la vida en todas sus etapas. Se cuida especialmente la vida vulnerable, la que comienza, la que se acerca a su final... Y sí pienso que hay un reto compartido de humanización de la sociedad, que tiene muchos medios técnicos pero es pobre en fines. Corremos el riesgo de caer en lo que el papa Francisco llama «el paradigma tecnocrático»: que esos medios tecnológicos, con su lógica del corto plazo y del máximo beneficio, acaben amenazando a las personas, en especial a las más frágiles. 

Ya se la conoce por ahí como «la rectora sostenible», y hay quien la compara con Greta Thunberg. ¿Qué le parecen estas bromas?

Me hacen mucha gracia. Lo de Greta Iraburu me lo decían algunos compañeros, venía de antes. Procedo de la generación de los biólogos idealistas de los años ochenta y hay sueños de juventud que nunca se pierden. Pero el concepto de sostenibilidad va más allá de la sensibilidad con el medioambiente; es un término particularmente interesante porque aúna lo social, lo ambiental y lo económico. Y en ese sentido cuadra con la visión holística o integral propia de la Universidad. 

Por otra parte, el desarrollo sostenible se plantea pensar el mundo que van a recibir nuestros hijos y nietos. Esa mirada a largo plazo encaja con nuestra preocupación por el bien común. De fondo hay grandes principios del cristianismo y la doctrina social de la Iglesia. Tenemos la oportunidad de poner en diálogo todo un patrimonio de sabiduría con las inquietudes de estudiantes, empresas... Hacemos nuestra propia contribución como universidad y, en particular, como universidad de inspiración cristiana. Ahí tenemos la preocupación por la persona, la justicia o la caridad hecha sociedad, como han recordado las últimas encíclicas. 

Hablando de los cristianos en la cultura contemporánea, ¿cómo piensa que la Universidad de Navarra puede participar en los principales debates? ¿Es más partidaria de dar la batalla cultural, como plantean algunos sectores preocupados por la deriva contemporánea, o más bien de lo que se ha llamado el «perfil bajo», a riesgo de diluir la propia identidad?

Pues ni una cosa ni otra. A mí no me gusta el término batalla cultural, porque creo que ya plantea la posible aportación de uno en un contexto bélico, de confrontación. En todo caso, la verdad no es algo que yo posea y por eso luche. No somos poseedores: somos buscadores, servidores de la verdad. Y a ella se llega mediante el diálogo y poniéndonos en el punto de vista del otro. El trabajo de una universidad puede ser un modelo de diálogo para una sociedad muy polarizada como la nuestra. En toda postura hay un rayo de verdad. ¿Por qué no tomamos ese rayo, ese elemento de verdad, como punto de partida para el diálogo? 

Hablábamos antes del feminismo. Hay posiciones feministas que contrastan con la visión cristiana de la dignidad humana, pero otras no. Hablemos de lo que nos une y hagámoslo de forma racional, libre, respetuosa, confiando en la capacidad de la razón para que se vaya abriendo paso la verdad. La universidad, por ser un ámbito de convivencia, de estudio, de diálogo intelectual, puede ser un gran lugar de síntesis culturales en las que dialoguen realidades muy distintas.


En el primer vídeo como rectora, Iraburu habló del reto de crear sinergias para, entre todos y con la ayuda de otros, llegar a más.

La pandemia ha puesto la ciencia en el centro del ojo público, algo que no suele suceder. ¿Es una buena noticia?

Sí. Las crisis hacen que emerjan cualidades que están ahí. Una es la capacidad de la ciencia de aportar a los problemas de la sociedad. Hemos batido récords en el tiempo de secuenciación del genoma del virus y en el de generación de las vacunas, además de en el número de vacunas producidas. Ha habido un esfuerzo conjunto de científicos, empresas y gobiernos. Hemos palpado la importancia de la ciencia y que al invertir en ella no siempre ves a corto plazo los resultados, pero en un momento de crisis te saca del problema. Nos hemos dado cuenta también de que la ciencia sola no basta. Hacen falta comunicación, gestión política y liderazgo ético. Creo que ha sido bueno constatar que la ciencia tiene un impacto social y que necesita financiación. ¡La ciencia es cara! Y sin apoyo público no sale. Para los científicos, que siempre estamos deseosos de que haya una apuesta más decidida de las instituciones públicas—porque dependemos en gran medida de la financiación—, es una buena noticia porque podemos recordarles que es evidente que compensa. 

Durante la pandemia, los mayores avances en la creación y producción de vacunas se han dado en China, Estados Unidos y Rusia. ¿Europa, y en particular España, se quedan a la zaga de la carrera científica?

Los españoles somos muy buenos en generar conocimiento e innovación, siempre lo hemos sido y tenemos mucho prestigio internacional en áreas como las mías, la bioquímica y la biología molecular. Pero también es verdad que desde que tienes un hallazgo o un invento hasta que se da su explotación se requiere una inversión económica muy elevada. Hoy por hoy, mucho de ese capital no está en España. Es todo un reto que excede el ámbito científico porque tiene que ver con el engarce entre la ciencia y la empresa, y es muy difícil competir con las grandes compañías. 

Usted ha dicho que los recursos económicos de la Universidad de Navarra son insuficientes. Que lo diga una persona que dirige una institución que factura más de quinientos millones de euros al año Habrá quien levante una ceja. ¿Necesitamos todavía más cultura de la donación, nuevos modelos de financión? ¿Qué nos falta?

El volumen de la Universidad es considerable. Tenemos una estructura que separa la investigación y los proyectos de los gastos de docencia y personal. Los gastos de personal son los más grandes y así debe ser. Una universidad es una gran concentración de talento: de los profesores, de los investigadores y del personal de administración y servicios, así que el gasto de personal es importante. En nuestro modelo económico las matrículas cubren los gastos de la actividad docente. La investigación y los proyectos tienen financiación externa. Los investigadores, en gran medida, consiguen salir adelante por convocatorias competitivas, pero la investigación es un centro de costes: tú metes dinero y te salen artículos, no dinero. Si metes mucho dinero, saldrán muchos artículos. Si metes poco dinero, saldrán pocos artículos [sonríe]. Eso significa que investigaremos más y mejor si tenemos mayores inyecciones económicas. Y la investigación es muy cara. 

Así que para proyectos hace falta financiación externa pública, privada y de donantes... Tal y como nos organizamos, los nuevos proyectos son posibles gracias a las donaciones de una red de amigos increíble. Ahora, con el BIOMA, pensamos que podemos sumar a muchas personas porque tiene que ver con investigación en sostenibilidad, con dar voz a los expertos para que intervengan en el debate con la solidez de la ciencia y no con una opinión voluble. Y por eso estamos siempre pidiendo dinero.

En octubre, el gran canciller de la Universidad, monseñor Fernando Ocáriz, le comunicó en Roma su deseo de que usted dirigiera la Universidad de Navarra. ¿Le dio algún consejo para su nuevo cargo?

Me dijo tres cosas. En primer lugar que, ante las dificultades, acudiésemos a san Josemaría, que tiene verdadero cariño a esta Universidad y nos va a ayudar mucho. Luego añadió que hay que contar con que siempre habrá problemas; que eso es normal. Y en tercer lugar me aconsejó afrontar todo —también el trabajo ordinario— con optimismo y con alegría


 

LAS DIEZ DE… MARÍA IRABURU

 

1. ¿Cuál es el mejor consejo que ha recibido? 

Ante los problemas, busca tender puentes. 

 

2. ¿Qué es lo primero que piensa cuando se levanta?

Repaso el día que tengo por delante.

 

3. Un libro y una película: El señor de los anillos, de

J. R. R. Tolkien y Dersu Uzala, de Akira Kurosawa.

 

4. ¿Qué rincón del campus le gusta más?

La vista desde la terraza del Museo.

 

 5. ¿A qué personaje histórico le gustaría haber conocido?

A Jesucristo.

 

6. ¿Quién fue la primera persona que conoció al llegar a la Universidad? 

Natalia López-Moratalla. Fue la primera profesora con la que hablé de tú a tú. Me orientó con la carrera. 

 

7. ¿Qué noticia le ha conmovido recientemente?

Me está preocupando mucho la guerra en Ucrania.

 

8. ¿Qué personaje de ficción le atrae? 

Iron Man. Es un tipo muy divertido, un superhéroe irónico, poco superhéroe, un poco mala gente... Me hace mucha gracia. 

 

9. ¿Qué quería ser de pequeña?

De niña quería ser bióloga de esas que trepan por las rocas para ver cómo anida el águila real.

 

10. ¿Cuál es el regalo que más ilusión le ha hecho? 

Los libros me encantan, aunque me hubiera hecho más ilusión un perro, que nunca me regalaron [con cierto tono resignado]. Pero tiene uno mi hermano y algo es algo.

 

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