Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Sueño entre canguros y tiburones

Texto y fotografía Eva Álvarez de Eulate

Desde hace cinco años Eva Álvarez de Eulate [Quim 05] vive en Perth (Australia). Investigadora del Departamento de Química de la Universidad de Curtin, el suyo ha sido un viaje sin billete de vuelta.


Perth [Australia]. Tras más de veinte horas de vuelo, por fin oteaba Australia, esa tierra tan lejana y desconocida. Mi primera impresión desde el aire fue impactante: era exactamente esa gran masa de desierto árido y rojizo que uno se imagina por lo que ha leído o visto en documentales. Sin embargo, la realidad superó todas las expectativas. Después de kilómetros y kilómetros sin atisbar ningún tipo de vida humana, ahí estaba Perth. Un oasis en ese mar de arena. La ciudad más aislada del mundo —Adelaida, la población más cercana, se encuentra a 2 100 kilómetros—.

Superada la impresión de la imagen aérea grabada en mis retinas, debía pasar el control de aduanas. En todo el proceso, que puede durar horas, no dejé de pensar ni un solo minuto si se me había olvidado declarar algún producto de madera, comida, semillas... Finalmente, todo estaba bien en mi equipaje. Y así desembarqué hace más de cinco años en Perth, la ciudad que se ha convertido en mi hogar.

Viajé a este país para realizar mis estudios de doctorado con una beca australiana para alumnos extranjeros. Mi idea inicial era regresar a España a los tres años, una vez conseguido mi objetivo. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces.

La primera fase del proceso de adaptación a la vida en Perth consistió en habituarme a las largas distancias. Y no solo para moverse por la ciudad. ¡El viaje hasta Melbourne o Sídney son cuatro horas de avión! Lo que antes era impensable ahora es algo normal. Como conducir tres horas al norte de la ciudad para ver un desierto con rocas (Pinnacles), sacar un par de fotos y volver en el mismo día. O una semana de vacaciones para recorrer 3 500 kilométros de costa y desierto de Perth a Adelaida. De hecho, cada vez que vuelvo de visita a Pamplona me parece todo tan cercano y tan fácil, que no puedo evitar sonreír si alguien se queja del tiempo que tarda en llegar al trabajo. 

A pesar de su gran extensión, existe carril bici por toda la ciudad y tengo la suerte de poder ir todos los días a trabajar en bicicleta disfrutando del panorama. En el trayecto se pueden llegar a ver delfines, pelícanos, cisnes negros y cacatúas de colores, algo que nunca dejará de sorprenderme. Es una ciudad preparada para cualquier actividad al aire libre por varias razones: su clima cálido durante todo el año, sus múltiples zonas de ejercicio —tanto parques como playas kilométricas de arena blanca—, los carriles bici... Además, en el río Swan o en el mar, se pueden practicar deportes acuáticos, como surf, kitesurf y windsurf.

El segundo paso en mi proceso de integración fue comprarme una tabla de surf. Después llegó la jerga. Mate (amigos), arvo (esta tarde) y todas esas abreviaciones que aún hoy sigo descubriendo, ya que a los australianos les encanta acortar palabras y frases. El footy (fútbol australiano) ha sido otra gran revelación. Considerado deporte nacional, los partidos resultan espectaculares, de impacto, dinámicos... Un plan genial para ir con los amigos. Las barbacoas al aire libre son el «deporte» estrella y cualquier excusa es válida para salir con los mates a tomar una cerveza. Hay barbacoas eléctricas gratis en los parques y las playas. 

Una experiencia con guion de película

 La última etapa de mi particular «metamorfosis» ha sido aceptar que la mitad de los animales e insectos de Australia te pueden paralizar, intoxicar, mutilar o liquidar. Con frecuencia un canguro se cruza en la carretera. Pero, sin duda, el momento más estereotípico vivido aquí se presentó en la playa mientras surfeaba con mi hermano, que estaba de visita por Navidad. Después de un buen rato intentando coger unas olas, sonaron las alarmas de evacuación. Exactamente como en la película Tiburón, habían avistado un escualo en el agua a apenas unos metros de distancia de nosotros. Un tiburón tigre se había acercado a la costa para comer un cetáceo muerto. Este es el tipo de situaciones que pueden suceder a este lado del mundo. 

En el plano laboral la adaptación tuvo un carácter cultural. En Australia convive gente de diferente nacionalidad, religión y cultura. Solamente en mi grupo de investigación —Electroquímica y sensores— en el Departamento de Química de la Universidad de Curtin, colaboran personas procedentes de Singapur, China, Irlanda, Inglaterra, Pakistán, Malasia y Filipinas. Sin embargo, hay poca presencia aborigen, ya que constituyen un reducido porcentaje de la población. 

El idioma oficial es el inglés y se estima que, debido a la diversidad cultural del país, se hablan más de doscientas lenguas. A pesar de ser una comunidad multiétnica y pluricultural, Australia posee una ley migratoria muy estricta. Con la experiencia de haber vivido en Irlanda, uno se acostumbra a la libre circulación en Europa y por primera vez en mi vida me he sentido inmigrante. Puedo decir que durante el último año de doctorado me especialicé en visados y otros requisitos. Tras conocer a mi pareja australiana, el plan inicial de tres años se estaba convirtiendo en un viaje más largo. 

Por encima del marco legal, el hecho de no ser ciudadana australiana no me ha impedido conseguir reconocimientos profesionales. Gracias a una oferta de trabajo como investigadora postdoctoral obtuve un visado de trabajo con el que permanezco en Australia. Además fui seleccionada por la Academia de las Ciencias para asistir al encuentro de jóvenes talentos con Premios Nobel en Lindau (Alemania), una reunión que desde 1951 persigue el intercambio intercultural e intergeneracional de conocimientos y experiencias.

El día a día en Australia es bastante laid-back (relajado). La jornada de trabajo de 8 a 17 h permite conciliar la vida laboral y familiar. En el tiempo de ocio, el mejor lugar para perderse son las playas de arena blanca y aguas turquesas. Y si nos alejamos un poquito de la ciudad podemos contemplar la vía láctea en su esplendor. La estrella del sur, representada en la bandera australiana, en otros tiempos se localizaba en el norte. Una paradoja, ya que una pamplonica localizada en el sur anhela regresar algún día al norte, de donde un día partió. 

Yo ya siempre perteneceré a dos mundos. Australia es mi hogar adoptivo y aquí seguiré viviendo mi sueño al ritmo de la banda sonora de esta aventura. Como dice la canción «Release» de Pearl Jam, «‘I’ll ride the wave where it takes me».


CARTA DESDE



Categorías: Cine, Alumni