Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Voluntariado en India

Texto Miriam Moneo [Psicop 04]

Las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa acogen en sus casas de la India a cientos de voluntarios que dedican días, semanas o meses a echar una mano a su labor.


 

Calcuta [India]. ¡Quién me iba a decir que dejaría este país antes de tiempo!

Casi sin darme cuenta he recibido de su gente su gran corazón, su amor y su sentido común. Así que después de cinco meses viviendo en la India y amando su cultura, la única posibilidad que se me presentaba era la de escapar. Nunca hubiese imaginado que tanto amor podría hacerme correr en dirección opuesta. 

Bajo un antifaz que solo deja ver pobreza, impasibilidad e incluso egoísmo, se oculta un país, una forma de vida, muy alejado de esos rasgos. Hay que quitar el antifaz para descubrir el profundo sentido del humanismo que realmente habita en ellos. 

A las seis y media de la mañana Calcuta empieza a desperezarse. Camino hacia Mother House (La Casa Madre de las Misioneras de la Caridad) con todo un día por delante. Un día para disfrutar de su gente, y de la cantidad de voluntarios que viene a dar lo mejor de sí. 

Nos reunimos a las siete de la mañana en Casa Madre para desayunar, y de ahí nos repartimos por cada uno de los muchos centros que las misioneras tienen abiertos por toda Calcuta. Las labores son diversas, en función del tipo de pacientes acogidos en cada centro y de sus necesidades. Los trabajos van desde lavar ropa hasta hacer curas, acompañarles en su día a día... El centro donde yo trabajo se llama Pren Dam, está a media hora a pie desde Casa Madre, tiene cabida para 180 hombres y 180 mujeres y normalmente trabajan allí unas pocas monjas, unas pocas indias y los voluntarios que vayamos. Las mujeres acogidas en ese centro suelen estar enfermas, y permanecen allí hasta que se recuperan un poco y pueden volver a la calle. Dedicamos entre cuatro y seis horas al voluntariado, un tiempo que se queda corto comparado con lo que recibimos a cambio. Pero el día es largo, y los voluntarios seguimos compartiendo nuestras impresiones, inquietudes y experiencias. Al cabo del día no solo queda la vivencia y los sentimientos que genera, porque percibes que, sin darte cuenta, has hecho tuyos sentimientos que pertenecían a tus compañeros. Hace unos días nos juntamos para cenar unos diez voluntarios que trabajamos en el mismo centro. Uno a uno íbamos contando qué suponía para nosotros Calcuta. Y después del testimonio de Chi (una voluntaria vietnamita) sobre por qué había venido a esta ciudad por tercera vez, no creo que hubiese nadie a quien no se le escapase una lagrimilla.

El movimiento de voluntarios aquí en Calcuta es increíble. Se cuentan por miles los que, a lo largo del año, vienen a ayudar en lo que sea que las hermanas necesiten. Hay grupos organizados que vienen para tres días, amigos que han destinado su mes de vacaciones para dedicarlo a los demás, e incluso gente que ha dejado su trabajo para vivir una experiencia completamente nueva en su biografía. 

La aportación quizá es mínima en comparación con las necesidades que hay aquí. Sin embargo, como dijo Madre Teresa: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”. El ambiente entre los cooperantes es una gozada, solo con las Hermanas de la Caridad estamos unos 150 voluntarios, a los que se suman los que están colaborando con otras ong en Calcuta. Casi todos vivimos en la misma calle, así que es fácil sentirse como en casa; en cuanto te encuentras mal tienes un montón de gente interesándose por ti y tratando de ayudar. 

¡Qué miradas tan curiosas, tan despiertas, llenas de preguntas con ansia de respuesta! Miradas infantiles rebosantes de inocencia. ¡Qué poco tienen para ofrecerte y, sin embargo, qué plena te sientes al final del día! Llega a ser tanto lo que uno recibe, que se necesita tiempo y distancia para ordenar todo ese amor que gracias a ellos ahora forma parte de ti. El voluntariado no es lo único que enriquece (que lo hace, y mucho), es que además se une todo lo que aporta la diversidad cultural y religiosa de los voluntarios. Todos tenemos un único y común objetivo, pero la diversidad hace comprender que un mismo prisma se puede ver desde distintos ángulos. 

Además de trabajar como voluntaria, también he tenido ocasión de viajar por esta zona del mundo. Como mi visado caducaba, tuve que salir del país para renovarlo, así que decidí hacer un treking en Nepal. Fueron cinco días en el Anapurna, al principio tenía muchas dudas de que pudiera terminarlo, pero no resultó ser muy duro, y lo completé sin problemas. Era una zona restringida al tráfico motorizado, así que no se escuchaba ni una bocina. ¡Increíble! Lo malo es que no había muchas opciones en caso de urgencia: un chico se hizo un esguince en el tercer día, y las opciones eran pagar un helicóptero... o un burro. Se decidió por el burro, y tardó dos días en bajar. Todo es bastante caro por ahí arriba (sobre todo en comparación con el resto del país), ya que las provisiones de comida y butano llegan a esos pueblos por medio de helicópteros, burros o sherpas.

No son unas vacaciones en la playa donde poder descansar y disfrutar del puro ocio, pero, sin ninguna duda, no cambiaría esta experiencia por la mejor playa del Caribe. Puede que vuelva a Pamplona derrotada físicamente, pero ha sido una lección de vida que pervivirá en mí para siempre.

Me gustaría acabar con una sugerencia: os animo a vivir esta experiencia. Nunca os arrepentiréis.