Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Alessandra Borghese: "La fe tiene que mirar a la política porque la política toma decisiones que nos afectan"

Texto Chus Cantalapiedra [Com 02] Fotografía Manuel Castells [Com 87]

Con motivo de la imposición de Becas y celebración del 50 aniversario del Colegio Mayor Goimendi, la princesa Alessandra Borghese visitó la Universidad de Navarra.


Su familia ha participado en la construcción de la cultura de Italia, ¿esta herencia le impone alguna responsabilidad especial?

Sí. El nombre del Papa Borghese está escrito en la fachada de San Pedro del Vaticano. Cuando voy a misa, si alguien me pregunta quién soy, yo le digo: “Me llamo Alessandra Borghese y soy la misma de la familia que ha construido la fachada, y por lo menos todavía tengo fe y voy a la iglesia”. 

¿Qué se espera hoy de una mujer con título de princesa y antecedentes como los de la familia Borghese?

No lo sé. Una princesa sin reino es una persona normal. Lo único que puede tener de más es una tradición en la educación familiar un poquito más sofisticada. Nunca he pensado qué es lo que otros piensan de mí. Siempre he tratado de pensar lo que yo tengo que hacer o ser, que es diferente.

¿Y qué es lo que cree que tiene que ser?

Muchas cosas. Cuando tengo que estudiar, trato de estudiar mucho; cuando trabajo, intento hacer el trabajo de la mejor manera posible; cuando juego al tenis, intento ganar el partido… Depende de lo que tenga que hacer en cada momento.

En su libro Con ojos nuevos, en el que relata su conversión, cuenta que cuando era joven, en concreto cuando se fue a trabajar a Nueva York nada más terminar la carrera, se centró en la diversión y en el trabajo. Dice: “Era vividora y disciplinada”. ¿Cree que Dios hubiese tenido cabida en la vida que llevaba entonces?

No lo sé. Dios está siempre listo y dispuesto para esperar a cada persona. Somos nosotros quienes no estamos disponibles para él. Cada persona es hija de Dios y amada por Dios. Sólo tenemos que comprenderlo. No es tan sencillo. Hay personas que lo comprenden inmediatamente, de pequeños; hay personas que lo comprenden cuando son mayores; y hay quien no lo comprende nunca. Pero todos son hijos de Dios igualmente. 

Desde su conversión, hace ya diez años, ¿ha cambiado su forma de ver el mundo?

La conversión es algo que pasa en el corazón, no es una cosa que ha acontecido hace diez años y ya está. Es una manera de vivir cada día: con empatía, con diálogo, estando en sintonía con las personas y las cosas cercanas. Intento no tener prejuicio o decir inmediatamente no me interesa, y mostrarme siempre abierta. 

¿Cómo es un día de Alessandra Borghese?

Me levanto siempre como a las ocho, hago mis oraciones, leo los periódicos y comienzo a trabajar: escribir, reuniones, encuentros… Procuro practicar un poco de deporte, ver a los amigos, a mi madre…  Muchas veces viajo y visito a mis familiares y amigos. Es una vida normal dentro de que es una vida poco corriente. 

Teniendo en cuenta que ser cristiano implica vivir virtudes como la humildad y la austeridad, ¿cómo consigue esto viviendo en un ambiente de alta sociedad?

Ser cristiano no quiere decir haber renunciado a todo. El catolicismo es una fe alegre, es la fe de la encarnación, donde todo predispone a estar bien. No es para estar mal ni sufrir. La salvación se encuentra a través del sufrimiento, pero no es la fe del sufrimiento, es la fe de la alegría, del encuentro con Dios. Cualquier persona, en el ámbito que sea, puede ser un óptimo cristiano y llegar a ser santo. No tiene que haber prejuicios. Lo importante es fijarse siempre en los santos. Todos debemos intentar ser como ellos, aunque pensemos que no podemos igualarles. Tenemos que admirar a personas como Juan Pablo II o la Madre Teresa.

Dice en su libro que la fe católica se ha expresado durante siglos en un arte bellísimo, muy admirado incluso por los no creyentes. Y dice: “Las iglesias eran el polo central de los diversos estilos que se han sucedido a lo largo de los siglos: paleocristiano, románico, gótico… Ahora ya no ocurre lo mismo, por desgracia”. ¿Por qué considera que sucede esto?

He hablado mucho de este asunto con el cardenal Paul Poupard, que fue ministro de Cultura del Vaticano. Poupard me dijo: “El problema es que no hay más artistas que tengan fe”. Caravaggio, Michelangelo, Bernini…, los grandes, tenían una gran fe. Y trabajaban también para la Iglesia porque creían en sus valores, cada uno en su especialidad. Había una colaboración muy estrecha entre la Iglesia y los artistas. Hoy puede ser que haya artistas creyentes, pero no son grandes artistas. Hay una carencia enorme en este sentido. En algunos casos las nuevas iglesias no parece que sean iglesias. Todo el arte sacro es muy modesto.

¿Cree que el arte contemporáneo se ha alejado de Dios?

No creo que el arte contemporáneo se aleje de Dios. Normalmente el arte representa el sentimiento de la sociedad y muchas veces lo precede. En estos momentos, la sociedad no está muy cerca de Dios, y el arte contemporáneo tampoco. 

En alguna ocasión ha dicho: “Vivimos en un momento mediocre y confuso”. ¿Qué quiere decir?

Lo que dice también el Santo Padre cuando habla del relativismo. Vivimos en una sociedad donde se intenta poner todas las verdades al mismo nivel. De ahí que no haya una verdad absoluta por la que valga la pena vivir. Eso es la mediocridad. Es importante elegir lo que quieres, creer en la verdad y buscarla. 

¿Qué cree que nos falta a los cristianos para defender a fondo nuestra religión como sí lo hacen otros credos?

Tenemos que tener las ganas, la fuerza, el espíritu y la energía de llevar nuestra fe allí donde nos encontremos: en el trabajo, en la escuela, con los niños, con la familia, en la universidad, con los amigos… No tenemos que tener miedo de ser cristianos, porque es algo de más, no de menos. Puede ser que en un primer momento alguien se ría, pero luego pensará: “Esta persona tiene algo más”. De esto estoy segura, aunque no lo diga inmediatamente.

Está acostumbrada a trabajar en el Vaticano, ha conocido a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, pasea a diario por Roma… Algo que mucha gente sólo puede anhelar, usted lo disfruta a diario. ¿Ha llegado a acostumbrarse?

Los romanos están muy acostumbrados al Papa porque han tenido la suerte de tenerlo siempre en la ciudad. Les resulta muy familiar. Pero no te puedes nunca acostumbrar a tener al Santo Padre cerca. Es siempre una maravilla, una gracia y una gran alegría saber que está ahí. Uno no debe acostumbrarse a las cosas grandes.

Ha trabajado de cronista de los viajes papales, lo que le ha permitido tener especial cercanía con ellos. ¿Qué destacaría de Juan Pablo II y de Benedicto XVI?

De Juan Pablo II se sabe todo. Todo, todo, todo… Gobernó durante muchos años y era muy comunicador. Siempre me impresionó su mirada. En sus ojos estaba la Verdad, el amor de Dios. Tenía una mirada tan profunda, que era impresionante encontrarla. Benedicto XVI es una persona más reservada, y eso le hace parecer más distante. Lo más destacable de él es su gentileza: siempre dice gracias, por favor… Su forma de ser es tan dulce, que habla por él. 

En 2008 lideró la lista de la Unión de Demócratas Cristianos y de Centro Demócratas del Senado, en las elecciones del distrito Lazio. ¿Cree que los cristianos deberían apostar más por implicarse en la política?

Sí, pero es muy difícil. Puedo hablar más por Italia, que es lo que conozco, y no tanto por España. Los políticos de carrera tienen que comprender que la política es un trabajo, pero sobre todo es un servicio. Si la gente que hace política no se da cuenta de que hace un servicio, no se puede hacer nada. 

¿Por qué lo hizo?

Porque me lo pidieron. Quería mostrar que se puede hacer política como servicio, sin pedir nada a cambio.

¿Cree que la política y la religión deben ir separadas?

Sí. Absolutamente. Eso no quiere decir que la Iglesia no tenga que hablar de la los asuntos importantes de la sociedad. La Iglesia no tiene que hacer política, pero tiene que interesarse por lo que hace la gente. No son dos cosas totalmente distintas.

¿Considera grave que un Gobierno se declare agnóstico?

Si un Gobierno se declara agnóstico, es como si se declara católico. Es una cuestión de posición. 

¿La política es un lugar donde la fe hay que dejarla fuera y no tiene consecuencias?

La fe tiene que mirar a la política porque la política toma decisiones que nos afectan. El divorcio, el aborto, la separación, la eutanasia… Todo eso son cuestiones políticas que implican íntimamente la vida de cada persona. Por eso, la Iglesia tiene que participar en ese debate, para poner también su moral y sus objetivos para defender al hombre. Porque lo único que interesa a la Iglesia es cuidar del ser humano.