Revista cultural y de cuestiones actuales
Número 719

Lo que nunca he visto de ti

Texto:  Blanca Rodríguez Gómez-Guillamón [His Com 15]. Fotografía: Lupe de la Vallina

En la fotografía de Lupe de la Vallina (Madrid, 1983) asoman misterios. A través de la cámara, Lupe va aproximándose a la intimidad. Vibra con los viajes y el retrato, especialmente cuando «está ocurriendo algo», esa magia capaz de hacernos «conscientes de nuestra auténtica necesidad». Entre otras publicaciones, ha trabajado con Jot Down MagazineTelvaYo Dona El País Semanal. Su mirada y su propuesta artística la convierten en una de las fotógrafas más relevantes de la cultura contemporánea nacional.


Su autorretrato

 

«Hay un poder en los autorretratos. Úsalo», firmaba Lupe en Instagram bajo esta imagen, en 2019. En 2021, publicó una serie de autorretratos similares. Con el lema «Cry It Out», hablaba de su experiencia en terapia, donde había sido capaz de «afrontar, acoger y llorar mis sufrimientos más profundos para poder procesarlos». «Las lágrimas significan que estoy más sana», escribía.

 

Al primer reportaje fotográfico que le encargaron en su vida, Lupe de la Vallina acudió con su primer hijo en el vientre. Calcula la fecha por el embarazo: «Tuvo que ser en octubre de 2011, porque mi hijo nació en abril de 2012». La entrevista era al periodista especializado en ajedrez Leontxo García.

Jot Down Magazine le había confirmado que las fotografías serían en blanco y negro y cercanas, un poco durante la entrevista, un poco posadas. Con eso empezó. 

Observó cómo Leontxo movía las manos, cómo la luz le brillaba en los ojos y en los dientes, cómo las sombras le acentuaban las arrugas de la frente, del ceño, de la sonrisa. Todo su cuerpo y su mente analizando cada poro y cada gesto. Y mientras reflejaba aquel encuentro, supo —clic— que aquello era lo que había estado buscando. Ahí estaba su alma, el cien por cien de Lupe.

 

¿Cómo lo reconociste?

Es como si alguien nace con aletas en mitad del campo y un día se hunde en el mar y dice: «Madre mía, claro, ahora sé por qué me costaba tanto andar». Cuando me hicieron el primer encargo, yo no era fotógrafa, pero sabía que quería trabajar en algo creativo. El día que me pidieron un retrato aprendí a hacerlo. Me descubrí sabiendo y gozando infinito. Además, me pagaban por ello, y eso es muy importante, porque tú lanzas una propuesta a la realidad, pero la realidad tiene que responder.

¿Qué define tu fotografía?

Alguna vez han dicho, y me encanta, que en mis imágenes late una especie de calma; que será la calma que busco, porque desde luego no es la que tengo. También exploro la conciencia de que hay un misterio en las personas.

¿Te gusta experimentar con el arte?

¡Muchísimo! A la hora de trabajar un proyecto personal, aprendí a preguntarme por dos cuestiones: qué quería decir y cuál era mi lenguaje. Así fue como descubrí que bebo de la pintura, sobre todo de los prerrafaelitas, los neoclásicos, de Sargent, de Alma-Tadema… Existen un montón de referencias, de composiciones que estaban pensadas para durar cientos de años, como las modelos hiperlaxas de Klimt, que generan una tensión muy interesante. Hay que tener en cuenta que la fotografía es novedosa en la historia del arte y se fija en la pintura, ya sea para pelearse o para aproximarse a ella.

Dices que te suele gustar trabajar desde la herida, ¿por qué?

Uno puede engañarse en las alegrías y en el glamour, pero en la herida, tanto en qué la causa como en qué la consuela, es imposible. Para mí, hacer fotografía es una búsqueda constante de consolar esa herida que yo tengo y que resulta que también tienen los demás. Creo que es algo que nos une a todos, porque es una forma muy directa de hablarnos.

Sin embargo, la solemos esconder. 

Por eso es tan fascinante. Mi fotografía consiste en ir desenterrando la intimidad, que normalmente no enseñamos. Que en ese vértigo alguien que no conoces te muestre dónde palpita esa herida que intuyes… me parece increíble.

 

Nadia de Santiago | FOTO: Lupe de la Vallina

¿Tememos mostrarnos tal cual somos?

Lo que la mayoría sentimos delante de una cámara es miedo. La vergüenza también es miedo; por ejemplo, a que nos juzguen. Intento mostrar la verdad del encuentro que ha ocurrido entre esa persona y yo. Me ha pasado que, cuando repetimos un año después, las fotografías son distintas, porque el encuentro también lo es. De todas formas, trabajar desde la herida es el ideal, pero no siempre se consigue, porque, aunque las dos partes lo pretendan, hay un punto de magia y de regalo.

Después de diez años retratando a personas tan diferentes, ¿detectas puntos comunes a la hora de contar historias?

Menos cuando esas personas han sido entrenadas para ello, como actores o bailarinas, observo que hay mucho conflicto con la propia imagen. La mayoría me asegura que no sabe posar y cuando digo que es lo que responde todo el mundo, lo reitera: «No, pero yo de verdad no sé posar». Para el retratado supone ceder el control para que otro le cuente. Es una relación y no se puede huir de la subjetividad. Cada fotógrafo verá algo diferente, porque en la historia hay un narrador. Saber esto me ha ayudado a tomar decisiones. Al principio, me agobiaba pensando qué le interesaría al espectador. Luego me he dado cuenta de que la pregunta está mal planteada, porque se trata de lo que me interesa a mí, pero no por egocentrismo, sino porque es el modo de ser lo más honesta posible con el encuentro que estoy viviendo.

Rosalía | FOTO: Lupe de la Vallina

Hiciste un máster en Humanidades. ¿Cómo enriquecen estas disciplinas tu fotografía?

En cualquier acto creativo, la pregunta esencial es qué quieres contar, y las humanidades me ayudaron a descubrirlo. Me parece una tragedia que se estén dejando de lado, porque es una falacia pensar que las ciencias se dan en estado puro. Saber de historia, de lógica, de epistemología, un poco de metafísica… es básico para constituirse como una persona completa y un buen ciudadano. Cuando estudias humanidades, te das cuenta del poder transformador que tienen el arte y la imagen hoy en día, que se trata más de un discurso que de una técnica.

¿Quizá nos cuesta frenarnos para mirar hacia dentro?

Sí. Creo que el hecho de detenernos cala bastante en la sociedad, pero el problema es que todo nos invita a que no lo hagamos. Las redes sociales, a las que estoy completamente enganchada, están diseñadas para que, en ese momento en que te entra el gusanillo existencial, tengas donde volcarte para que te olvides. Nos falta un método para mirarnos dentro.

¿Qué aconsejas?

Es una recomendación que a mí me cuesta mucho, pero diría que tomarnos en serio a nosotros mismos. Es decir, que miremos el propio malestar y la alegría sin reducirlos a una mera reacción. Nuestro interior está continuamente intentando expresarse a través de cualquier emoción fuerte que nos despierte la realidad y hay que seguir ese hilo como al conejo blanco. El método puede ser religioso o laico. También es importante encontrar un maestro y compañía, personas que te entiendan y te apoyen en ese «tomarte en serio».

 

LA INTIMIDAD

La sesión de fotografías más breve que ha disparado Lupe de la Vallina fue con Pau Gasol. En la sala, junto al periodista que lanzaba preguntas, el deportista que las respondía y la fotógrafa que los rodeaba en una danza apresurada, una mujer atendía escrupulosamente al cronómetro. Les había concedido siete minutos para la entrevista. «Casi me da un ictus», recuerda Lupe.

Porque lo habitual es que sus reportajes sean de dos o tres horas. «A veces puede haber hasta cuatro cambios de vestuario y cinco personas alrededor; no es tanto tiempo para construir una relación», puntualiza. Sueña con veinticuatro o cuarenta y ocho horas acompañando, cámara en ristre, al protagonista. 

 

Pau Gasol | FOTO: Lupe de la Vallina

Has fotografiado a actores, cantantes, políticos, personas que, por lo general, no son alcanzables. Sin embargo, consigues trazar puentes y las aproximas al espectador. 

Tengo muchas ganas de conocer a fondo a cualquier persona con quien comparta más de cinco minutos, de modo que me acerco a ellas desde la curiosidad. Me pregunto ¿quién eres?, ¿qué es lo que nunca he visto de ti?, ¿qué es lo que ha quedado oculto hasta ahora? En numerosas ocasiones me ha sorprendido la fragilidad con la que se muestran, su generosidad, y entonces lo que ocurre es que resulta difícil elegir. A veces me voy de la sesión pensando que hay tantos caminos que podría haber recorrido que me he quedado bastante a medias.

Y cuando la persona a la que retratas no está habituada a las cámaras, ¿cómo generas esa intimidad?

Es un proceso subconsciente, pero intento leer lo más rápido posible cómo se encuentra: si está nerviosa, distraída, preocupada… Quiero que sepa que puede confiar y descansar en mí. Que entienda que no tengo miedo en su miedo. Hay a quienes necesito animar e involucrar y a quienes debo proteger del entorno y demostrarles que pueden ser vulnerables conmigo, porque yo también lo soy. Los retratos suponen un ida y vuelta continuo de leer, mandar mensajes, proyectar, tranquilizar… y, al mismo tiempo, debo pensar qué fotografías quiero hacer y corregir, además de plantear el siguiente paso. Todo ello sin que el retratado lo note, porque no quiero que en ningún momento se sienta como un objeto.

¿Hay alguna fotografía que te haya removido especialmente?

De viajes, Nueva York, porque había tal energía por las calles que quería retratar a todo el mundo. Cada uno protagonizaba su propia película. Resultaba maravilloso. Le pedí hacerle fotos a un adolescente que iba en el metro con su bicicleta y, al terminar, me dijo: «Tú vas a llegar lejos». Y yo: «¡Pero qué majos sois!». Allí sentí que todo era posible.

 

Un joven en el metro de Nueva York | FOTO: Lupe de la Vallina

¿Y un retratado?

Muchos. Por ejemplo, los retratos que hice en el Lázaro Galdiano a modelos semidesnudas con armaduras originales del museo y que evidenciaban su vulnerabilidad al mostrar que no hay armaduras para el cuerpo de la mujer. Se las tenían que poner a medias y eso dejaba todavía más al descubierto su fragilidad. La verdad es que los retratos que más me han emocionado son aquellos en los que está ocurriendo algo. No siempre tiene uno el privilegio de estar ahí. En una ocasión, con Nadia de Santiago lo estábamos viviendo tanto que en mitad de la sesión rompió a llorar. Se le caían unas lágrimas… Eso me parece absolutamente impresionante. Me siento tan afortunada por ser testigo de estas cosas, que personas tan increíbles me dejen entrar en ellas, que luego las siento mías, ¿sabes? Como Rosalía cuando empezó. Estaba maquillándose en el backstage con su amiga, éramos cuatro personas y no cabíamos y veías que iba a ser una estrella descomunal. Todo tan pequeñito y sabías que dos horas después iba a explotar. Eso es un regalo.

 

En el camerino de Rosalía | FOTO: Lupe de la Vallina

EL ASOMBRO

Pezones de ballena, tecleó Lupe en Wikipedia. ¿Qué estaba buscando?, se preguntó sorprendida antes de echarse a reír. Sus dos hijos querían saber cómo amamantan los cetáceos más grandes del océano: «Mamá, ¿cómo van a tener ubres las ballenas?». Lupe razonó que así debía ser, porque eran mamíferos. «¿Y dónde las tienen?».

La admiración en los ojos de unos niños y en los de su madre, que es consciente de que, si no atiende sus inquietudes, «tampoco aprenden». Lupe habla del asombro como materia prima del arte, de la ciencia, de la innovación o de la educación.

 

En una visita a la Universidad (TEDx, 2014), pusiste el acento en dejarse llevar por el asombro. ¿Por qué?

Porque es la única forma humana de vivir. Lo estamos buscando todo el rato. Precisamente lo que pretendemos es algo que nos sacuda y nos deje boquiabiertos. Tengo unos amigos que durante sus vacaciones quedaban a las seis para ver el amanecer.  Luego volvían a la cama. Y es una actividad comprensible. ¡Uno quiere esos amigos! Si no hay algo que te descoloque para bien todos los días, que te dé hambre, ¿cómo se puede vivir?

En una sociedad desbordada de estímulos, ¿qué nos detiene frente a una obra de arte?

El misterio con M mayúscula manifestándose y parándose en mí. Por eso creo que los artistas son profetas, porque muestran el fondo de la realidad, que solo se puede expresar con poesía. Cuando digo poesía, me refiero a un lenguaje no literal. No puedes mirar directamente la esencia, sino que tienes que señalarla y eso es el arte. Con la actuación de Ay mamá de Rigoberta Bandini, se me saltan las lágrimas por un montón de cosas. Y te digo Rigoberta como puede ser Rothko o Beethoven. No tiene por qué ser algo que requiera dos horas de meditación. Cuando el arte nos detiene, puede tratarse de una belleza que otros consideran muy banal.

¿De qué modo transforma al espectador?

Te hace consciente de tu necesidad auténtica, de para qué estás hecho, de que no te bastan tus quehaceres diarios, tus rutinas, los proyectos… De pronto llega como un rayo y te dice: «Ya, pero esto no es todo». Ser consciente del alcance de la propia necesidad es la única tarea que tiene el hombre, porque le permite reconocer su cumplimiento si se digna a presentarse. 

¿Crees que entre nosotros nos miramos suficiente?

Poco. Recuerdo cuándo aprendí a mirar a la gente. Fue antes de ser fotógrafa. Decidí mirar a los ojos y noté un cambio enorme en la actitud de las personas, para bien y para mal. Uno de los privilegios de la fotografía es que te saltas la norma social de no observar fijamente. Tendríamos que hacerlo con detenimiento y atención plena, porque en el modo de mirarnos está el cómo nos tratamos y nos amamos. 

TikTok, Twitch, Twitter, Instagram… ¿Las redes sociales nos acercan a la verdad o la distorsionan?

Habría que estudiar Humanidades para usarlas de la forma menos dañina posible. En mi caso, me han acercado a la verdad. Cuando hablamos de la burbuja de las redes sociales, del algoritmo, lo decimos como si fuera de ellas viviésemos relaciones con personas totalmente diferentes. Antes de tener perfiles digitales, me parecía que lo que pensaba era de sentido común porque la gente de mi entorno lo compartía. Pero cuando comencé en las redes sociales me encontré con que, al dar mi opinión, había profesionales de esos temas que me dijeron: «Esto no es así». Por eso es importante la educación, para que nos interese más la verdad que tener razón.

 

EL DESEO

A comienzo de año, el 7 de enero, Lupe de la Vallina publicó un tuit con cinco guiones. Escribió: «TDAH, Cantar de los Cantares, religión feat cultura pop, Tuiter, defensa del intrusismo en la fotografía». Eran cinco temas en los que se sentía cómoda conversando, sobre los que, como marcaban otros tuiteros, podría hablar media hora sin preparación. Lupe lo corrobora al preguntarle por su proyecto sobre el Cantar de los Cantares. Se le enciende la mirada y ríe. Es una risa cristalina y espontánea. «Podría estar diez horas hablando del Cantar, porque es completamente de otro mundo».

 

¿Qué te llamó la atención?

El Cantar de los Cantares me fascina porque es precioso, gigante, milenario. Un conjunto de brindis de las bodas de Israel. Un poema erótico en mitad de la Biblia. ¿Por qué no sabemos esto? Deberíamos estar todos alucinando, porque resulta muy explícito. ¿Por qué está si no se refiere a Dios en todo el poema? Porque solo la dinámica del deseo habla de Él. Supone la celebración del cuerpo del amado y de la amada. La dinámica que describe es la que habitualmente tenemos con el misterio y otras cuestiones importantes de la vida: te busco y, cuando te encuentro, me das miedo y me alejo. Luego me doy cuenta de que te he perdido y te vuelvo a buscar. Eso desvela que no estamos mal hechos, sino que somos así desde el comienzo de los tiempos. La verdad no es estática, sino un constante ir y venir.

¿Cómo surgió la idea del proyecto?

De la duda. Después del Concilio Vaticano II se ha explicado que el sexo es algo bueno, maravilloso, y que Dios lo ha querido para la unión del hombre y la mujer. Sin embargo, cuando salía un beso, nos tapaban los ojos. Nunca lo he entendido. Hasta hace cien o cincuenta años el imaginario erótico lo configuraba cada uno como podía, porque veías a los chicos lavándose en el lago o lo que fuera. Ahora ese imaginario se ha transformado en pornográfico, aunque no hayas abierto una página de porno en tu vida. Esa es la imagen que transmiten la publicidad o las series, y está generando monstruos. Los chavales no saben comprender su deseo, la espera… Lo abordan desde la performance, y eso me parece una tragedia. Desde el punto de vista social y religioso, tenemos que aprender a mirar otra vez el cuerpo y el deseo. Obviamente, me tiemblan las semillas, porque me estoy metiendo en un campo fino, pero me parece tan esencial… 

¿Nos da miedo hablar sobre el deseo?

Benedicto XVI  decía que el amor de Dios se ha interpretado muchas veces como agapé pero que también hace una entrega de eros hacia la humanidad. En ocasiones hemos idealizado el amor absoluto como desencarnado, como un puro dar, pero el deseo es parte fundamental de ese amor. El deseo nos da miedo porque es necesidad y siempre va a estar insatisfecho. Eso lo deberíamos revisar sin miedo también en el camino espiritual.

¿Qué veremos en tu obra?

Voy a hacer una versión de mi vivencia, de lo que el Cantar de los Cantares significa para mí. Creo que quienes trabajamos la fe desde la iconografía tendríamos que poder lanzarnos libremente a la piscina y que sea lo que Dios quiera.

¿Es complicado representar a Dios en la fotografía?

No aspiro a ello, porque ya escribió Bécquer sobre Él en sus Leyendas y le salió mal. Pero sí hago dos cosas en ese sentido. Lo primero: intento apuntar hacia el misterio, que al final es Dios, pero no de un modo cerrado. Para mí la fotografía implica un proceso de abrir ventanas y hacer preguntas. Puedo asomarme años después y ver algo distinto, porque vamos evolucionando y entendiendo más cosas, o menos. Es muy importante disponer de libertad interior: eso es lo que más he necesitado aprender. Por otra parte, tengo la grandísima suerte de que el lenguaje para expresar a Dios cuenta en Europa con una tradición histórica y tremendamente rica y dispone de un lenguaje universal. 


 

Retos actuales del catolicismo

 

La belleza, el arte y Dios también se entrecruzaron en la presentación del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea de la Universidad el 8 de febrero. En el campus de Madrid, donde en septiembre se estrenará el nuevo programa, Lupe de la Vallina y los filósofos Gregorio Luri y Ricardo Piñero reflexionaron sobre su influencia en la sociedad actual.

 

 

 

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