El invitado
Nos gustan los libros que dicen que las cosas van mal. En Francia es súperventas ¡Indignaos!, de un ex diplomático de 93 años, Stéphane Hessel. En España lleva varias ediciones Algo va mal, del historiador británico Tony Judt. También en España acaba de salir La civilización del espectáculo, del premio Nobel Mario Vargas Llosa, que dice cosas así: “La cultura dentro de la que nos movemos se ha ido frivolizando y banalizando hasta convertirse en algunos casos en un pálido remedo de lo que nuestros padres y abuelos entendían por esa palabra”. Hessel y Judt hablan de política; Vargas Llosa se centra en la cultura. Hessel dice: “La última década del siglo xx fue prometedora, cayó el muro de Berlín, creció la sensibilidad humanitaria y ecológica. Pero los diez primeros años del siglo xxi son de signo contrario: insolidaridad, crisis, abismo entre los más ricos y los más pobres”. Es curioso que en solo diez años se tuerza todo el progreso. Judt tiene alguna frase parecida: “Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy”. Los tres autores se refieren en el fondo a problemas distintos. Hago un poco de trampa al ponerlos juntos aquí. Pero me parece lícito. La conclusión es la misma para todos: el mundo va mal. Los tres repiten la misma serenata con letra distinta. Hay argumentos para defender que el mundo va mal. Los periódicos se encargan de contarlos cada día: la crisis, el hambre, el terrorismo. Es innegable. Pero este punto de vista tiene dos defectos.
Primero, el mundo no va tan mal. No ha habido mejor época para vivir que la nuestra. Hay menos guerras, y las que hay no duran cien años ni muere tanta gente (unas 20.000 personas, diez veces menos que en 1980). Hay menos pobreza, en África se ha reducido un 30 por ciento desde 1995, aunque es quizá el mayor problema hoy en el mundo. Hay menos dictaduras –en 2007 hubo cinco golpes de Estado–, y las que hay viven más rodeadas de democracias. Cada persona vive más años que sus antepasados –hemos pasado de una esperanza de vida de 47 años a 62. ¿El caos está a la vuelta de la esquina por culpa de desafíos nuevos como el cambio climático o de una guerra nuclear? Siempre será así, nada es perfecto. Pero hay motivos para tener más esperanzas que temores. Segundo, los lamentos nos dejan tranquilos, pero no arreglan las dificultades. No soy psicólogo ni antropólogo. No sé por qué a los humanos nos reconforta pensar que todo va mal. Soy periodista. Sé que es más fácil hablar de generalidades y defender que algo va mal que buscar las causas e imaginar soluciones reales.
A pesar de todo esto, sí que hay dos factores que quizá nos hacen ver que empeoramos: somos más y nos enteramos mejor de lo que ocurre. Gracias a los avances científicos el mundo cada vez tiene más habitantes. Aunque, por ejemplo, en números relativos la pobreza descienda, en números absolutos crece. En 1950, éramos 2.500 millones de personas; en 2050 seremos casi 10.000 millones. No hay que asustarse: año tras año, se crece más despacio; un día quizá retroceda. Las consecuencias son aún desconocidas, pero pueden hacernos ver los problemas de hoy más grandes. También sabemos mejor lo que pasa. Uno puede pensar que antes –hace un siglo– no había tantos asesinatos. Esa comparación es imposible, no hay cifras precisas. Pero saber más del mundo no significa conocerlo mejor. Los medios son especialistas en contar noticias. Una noticia es mejor cuando da más que hablar. Las catástrofes o los hechos sorprendentes son grandes noticias. Sabemos que hay piratas en Somalia y problemas religiosos en Nigeria, pero somos incapaces de decir qué país africano –excepto Sudáfrica– es el que va mejor y por qué. Estamos mejor informados de las desgracias. El valor y el genio para denunciar los errores son imprescindibles. Hay que saber qué va mal para afrontarlo. Pero estas críticas a nuestro mundo a cambio de alabanzas a una sociedad perfecta son inútiles. Tan lejos queremos ir en nuestros sueños que al final quedan sin definir cuáles son los pasos para solventar las trabas. Las soluciones teóricas deben esforzarse en ser sensatas. Los cánticos intelectuales tienen su papel, pero no es quejarse de todo. Los problemas concretos siguen a la espera.
Jordi Pérez Colomé es director adjunto de la
revista El Ciervo y autor del blog Obamaworld