Ahora bien
Entre las excelencias de Nuestro Tiempo que cantamos con la celebración del número 700, se nos olvidó una pequeña pero inmensa. El empeño de la revista por abrir un hueco a la poesía casi siempre, a pesar de los malos tiempos que corren para la lírica. Es algo que agradezco por partida doble, mejor dicho, por interés doble: el profesional, claro, y el interés personal, sobre todo.
Porque la poesía, aunque tantos se la pierdan, enriquece nuestra vida con su juego de espejos y luces. Acabo de leer «Sed fugit interea», este poema estupendo de Alejandro Martín Navarro: «Cuando yo era niño, el cometa Halley pasó junto a la Tierra./ Mis padres me llamaron al jardín y yo seguí jugando/ porque hice mis cálculos y pensé:/ “Podré volverlo a ver cuando sea viejo”./ Hoy he leído que cuando vuelva a visitarnos/ será en el año 2061 y muy probablemente estaré muerto./ Ahora siento esta sed, la angustia del pasado,/ y deseo con furia, antes de regresar/ al polvo y a la nada, contemplar con mis ojos/ la roca milenaria que surca los espacios./ Que la mano invisible que gobierna las cosas/ me dé vida hasta entonces para al fin poder verlo».
La poesía, como el cometa, trae una cola luminosa de emociones. He recordado que Dante lo vio en Florencia, antes de saber que era el Halley y ni un cometa siquiera. Aquella gran luz en el cielo le despertó los peores augurios políticos que, siendo políticos y peores, se cumplieron, lógicamente.
Y he recordado sobre todo el poema «El caballo de fuego», del brasileño Mario Quintana: «Mi remoto primer recuerdo/ solo mucho después llegué a saber que era un cometa/—precisamente el cometa Halley./ Maravilloso caballo celestial/ con una larga cola bermeja, atravesando, ondulante, de lado a lado/ —justo en medio del mundo—/ la noche misteriosa de mi patio…/ Yo jamás olvidé aquella aparición/ porque/ en aquel tiempo de sombras y de asombros/ el cometa Halley no se conformaba con parecer un caballo:/ ¡el cometa Halley era un caballo!».
La mezcla de ambos poemas me acompleja, porque en 1986, la vez que no lo vio Martín Navarro, lo vi, y en el patio de casa, como Quintana, llamado por mi padre, como Martín Navarro; pero yo ni hice esos cálculos mentales (y eso que ya era un preadolescente) ni tampoco alcé al vuelo una metáfora tan redonda como la del poeta brasileño, aunque en su ocasión (1910) él tenía apenas cuatro o cinco años. Más obediente, me asomé, y estuvimos comentándolo mi padre y yo un rato en prosa.
Lo tengo más difícil que el joven Martín Navarro para disfrutar de una segunda oportunidad en el año 61, siquiera sea porque tendré la vista cansadísima, en el mejor de los casos. Pero para eso está la poesía: para recordarme contemplándolo, recién duchado, una noche calurosa, con mi padre; y también para revivir, con la ayuda de otros, la emoción del cometa que es un caballo galopando y también el deseo del pasado y el misterio del futuro, representados en su órbita misteriosa.
La poesía viene a revelarte la realidad. ¿O acaso no es hermosísimo que el cometa Halley proceda de la nube de Oort, y que vuelva como un bumerán cada 75 años, de promedio, porque su periodo orbital puede oscilar entre 74 y 79 años? ¿No resulta pura mitología que la atracción de Júpiter y la de Saturno puedan ser responsables de esos retrasos? ¿Qué hacer sino admirar que, aunque debería ser un cometa de ciclo largo, la fuerza gravitatoria de los gigantes gaseosos (parece el Quijote: «gigantes gaseosos») lo haya reconvertido al ciclo corto? Yo, tan reaccionario, me emociono al saber que su órbita es retrógrada, pues va en dirección contraria a los planetas (y por eso, quizá, resulte tan poético). Y es, de paso, paradójico: se le ve muy brillante y blanco, y es un cuerpo negro, aunque, cuando el sol calienta su superficie, conoce «la sublimación de su materia», nada menos.
El cometa Halley hace bien su trabajo (un trabajo que encantaría al profesor John Senior): nos levanta la mirada y nos asombra cada 75 años. La poesía le ayuda para que ese estremecimiento, cruzado de recuerdos familiares y de pensamientos metafísicos, pueda pasar ante nuestros ojos deslumbrados si lo leemos en una página. Cuando vuelva en 2061, lo saludaremos diciendo: «¡Cuánto nos hemos acordado de ti estos años!».
Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista.