Vagón-bar
Escribo en las estribaciones de 2024, justo cuando doy una última vuelta a los textos de los alumnos de primero para decidir su nota final. Disfruto mucho con las clases, quizá con lo que más. En este curso, después de un año de abstinencia por discutibles cuestiones médicas, el goce ha sido mayor. Aunque también habrá influido que el número de estudiantes fuera menor e indeciblemente amable. Esto, claro está, no me ha privado de algunos sustos, como ocurre en cualquier aventura que se precie.
Por ejemplo, he descubierto que mis problemas de explicaderas van en aumento, pese a que todavía les gustan mis clases. Lo que realmente les interesa no es lo esencial, sino lo accesorio: las anécdotas con las que ilustro lo importante, las partes narrativas de la sesión más que las explicativas. Como esto me ocurre desde hace años, cocino con particular esmero esas guarniciones e intento presentarlas de un modo apetecible: no siempre recuerdan a cuento de qué traje a colación determinada historia pero, si se les queda, aumentan las posibilidades de que se les quede también el conocimiento asociado que pretendía transmitir.
Llego a las primeras clases con miedo: ¿y si este año fuera el de la ruptura?, ¿y si ya no logro entenderme con ellos? Pero hay un lenguaje que siempre comprenden —nunca falla—, un idioma que no se puede simular. En una ocasión me dijeron algo muy doloroso que me cuesta confesar por primera vez ahora: «Es que para ti no somos un estorbo». Sentirse un estorbo en la vida de los otros tiene que resultar durísimo. Supongo que les darán ganas de quitarse de en medio. Y muchos, cada vez más, lo hacen. Terrible. Una sensación mucho peor que la de sentirse prescindible y que se ha convertido ya en plaga. No solo en las aulas.
Cuando percibo que les costará entender una palabra, la digo de todos modos. Me paro y les pregunto qué significa. Con frecuencia, nadie lo sabe y empieza una carrera por buscar el término en la aplicación del móvil (algunos no pueden descargársela porque llevan el móvil atestado de imágenes y música: no les cabe un bit y no quieren borrar). Los vagos y los lanzados empiezan a aventurar propuestas sin consultar nada. Por fin alguien lee en voz alta la entrada de la Real Academia, que, por cierto, suele sorprenderles. A menudo incluso la rechazan. Pasa lo mismo con referencias históricas o con noticias del día. Pregunto si sabían aquello. Responden que no y se extrañan. Miran en Google y se escandalizan: hay tantísimos miles de puestos de trabajo sin cubrir en España… Dicen que no puede ser.
Uno que provenía de la América española y escribe mejor en inglés que en castellano me contó que en su país las iglesias católicas tienen cárceles y calabozos en los sótanos. Me reí, pero él siguió tan serio. No lo decía de broma. Tampoco pretendía elaborar una imagen o un juego de palabras. Me asusté un poco. Le pregunté si había visitado alguna. Dijo que no, pero que le constaba que existían. Le dije que quizá en algún fuerte español el calabozo coincidía debajo de la capilla… El chaval ni estaba ideologizado ni cabía considerarlo obtuso. Era un desheredado, como diría François-Xavier Bellamy, alguien a quien no entregaron la herencia cultural que le pertenecía y, al robársela, le privaron de un capital enorme. La culpa no es suya.
Digo todo esto porque cada vez me cuesta más saber lo que saben, que es el punto de partida básico de cualquier comunicación: qué sabe el otro y qué ignora. Lo primero resulta imprescindible para no aburrir y lo segundo para hacerse entender. Un día arriesgué con un chaval que no habla y rara vez sonríe: «Pareces salido de un manga». Es flacucho y llevaba el flequillo sobre los ojos. Le gustó y contestó rápido, como si ya lo hubiera pensado antes: «Y tú hoy vas vestido como Flanders. Él también es muy católico». Fui a ver: no sabía que era un personaje de Los Simpson. Y efectivamente, aquel día yo llevaba un pantalón beis y un jersey verde. Eso sí, Ned Flanders es muy evangélico, pero nada católico.
Paco Sánchez [Com 81 PhD 87] es periodista y profesor titular de la Universidade da Coruña.