Ahora bien
Si yo dirigiese un departamento de una facultad de Sociología, encargaría a mis doctorandos más concienzudos una investigación pormenorizada sobre el sesgo ideológico de la enseñanza pública. Se presupone que no lo tiene, pero del presupuesto al supuesto hay mucho trecho.
El estudio partiría de la comprensión de que la neutralidad es imposible en educación. Esta implica una visión del mundo en la que los conocimientos van encajando como piezas de un puzle. Sin una previa estructura intelectual, las piezas se amontonan, y la enseñanza no existe. Puede quedar, desde luego, un adiestramiento en procesos estancos y habilidades técnicas, pero la pública no se limita a eso, como es lógico.
Ayuda a disimular su sesgo la ausencia de este trabajo de investigación soñado y que, además, su ideología dispone del camuflaje perfecto. Es la de gran parte de la población, la de la mayoría de los medios y la de todos los discursos políticos en boga. Como la carta de Poe, puede esconderse a la vista. Va con la corriente social, y, en vertiginoso círculo vicioso, la fortalece. Cierto izquierdismo satisfecho de su superioridad moral campa a sus anchas. Puede percibirse echando un rápido vistazo a los murales de casi cualquier instituto.
Esa primera impresión la tendría que demostrar científicamente nuestro trabajo, detectando tal tendencia en los libros de texto, en las explicaciones de aula y en el ambiente de los centros. Para animar a los sobrepasados doctorandos, dos hechos más evidentes y de los que ya se ha escrito. El primero: la clase de Religión católica, elegida por la mayoría de los alumnos y sus familias, suele hallarse aislada de la marcha del centro. ¿El motivo? Es cuña de otra madera, irremediablemente.
El segundo hecho: la mentalidad predominante entre el profesorado. Tratándose en su mayoría de funcionarios, una gran parte acepta como verdad de fe los postulados socialdemócratas, por la cuenta que les trae. Como ha estudiado Peter L. Berger, se preocupan primordialmente por sus derechos (y, de paso, como cobertura o simbiosis, de los de los demás), abominan —en defensa propia— del liberalismo y exigen siempre más y más presupuesto. A veces, casi confunden la calidad educativa con su calidad de vida como educadores y al mercado con un sistema errático porque (Robert Nozick lo explicó) no valora en su justiprecio sus inapelables méritos intelectuales. No digo, entiéndaseme, que demandar mejoras en el salario y el reconocimiento de la dignidad del profesor sea una postura equivocada. Todo lo contrario. Ahora bien, y para lo que aquí importa, que una posición de izquierdas resulte muchísimo más frecuente entre el profesorado que en la sociedad en general implica un desequilibrio ideológico que termina produciendo, por una relación causa-efecto, la decantación de unos concretos posicionamientos filosóficos y vitales, que, sin voluntad o, en todo caso, sin mala voluntad, se vuelcan sobre el alumnado.
El problema podría no ser grave, si se quisiera. Los mecanismos correctores (más autocrítica, más libertad, más ámbito de decisión de los padres…) son bien sencillos.En la educación, igual que en la vida, formular hipótesis y comprobarlas después no son ataques, sino oportunidades. La enseñanza pública, tan excelente en tantas cosas, tan necesaria, con tan estupendos profesionales, con padres comprometidos y con muy valiosos alumnos, no merece menos.
Esta hipotética investigación permitiría detectar el problema, asumirlo y, tal vez, incluso remediarlo. En el peor de los casos, acabaría, al menos, con la extendida falacia de que la educación pública es ideológicamente neutral y que son las demás las que añaden un sesgo dogmático y que, por tanto, ni el Estado tiene que apoyar ninguna desviación del grado cero de la aséptica instrucción pública ni ningún padre tiene por qué quejarse de las dificultades de buscar otra enseñanza más acorde con sus principios. Para el debate honesto sobre los distintos modelos de enseñanza —público, concertado, privado— es el punto de partida insoslayable.
Enrique García-Máiquez [Der 92] es poeta y ensayista.
@EGMaiquez