Firma invitada
La gran cicatriz del siglo XX
El último empujón al Muro de Berlín se lo dio un periodista italiano. Se llamaba Riccardo Ehrman, tenía 60 años y trabajaba para la agencia Ansa. El 9 de noviembre de 1989 acudió a una rueda de prensa convocada por el Ministerio de Asuntos Exteriores. La cita era a las 18.00 horas en un edificio oficial de Berlín, pero el veterano corresponsal tuvo problemas para aparcar y accedió a la sala cuando el acto ya había empezado: Gunter Schabowski, uno de los portavoces del régimen comunista de la RDA, concluía en ese momento sus explicaciones sobre una nueva medida que permitiría a los ciudadanos alemanes del Este viajar con más facilidad al Oeste. Ehrman era un veterano y enseguida se hizo cargo del limitado alcance de la novedad. “Señor Schabowski –preguntó–, ¿cree usted que fue un error introducir la Ley de Viajes hace unos días?”. Se refería a unos permisos de viaje aprobados poco antes que habían animado a muchos ciudadanos de la RDA a marcharse a Checoslovaquia y Hungría. Schaboswski se alteró un poco y, de forma confusa, empezó a decir que los alemanes del Este iban a poder pasar al Oeste mostrando únicamente el carnet de identidad. “¿A partir de cuándo?”, quiso saber el periodista. “Inmediatamente”, le respondió el jerarca del Politburó. “En ese momento me di cuenta de que el Muro había caído”, recordaba hace unos días Riccardo Ehrman. Al terminar la rueda de prensa, llamó a la central de Ansa en Roma y les explicó atropelladamente lo sucedido. “Il muro e aperto”, se tituló aquel teletipo que puso en marcha el éxodo de una a otra Alemania.
Han pasado veinte años, pero todavía es difícil calibrar el significado de esas cuatro palabras: “Il muro e aperto”. Con la caída del muro se cerraron simbólicamente setenta años de revoluciones, guerras y matanzas perpetradas al amparo de la hoz y el martillo. La travesía que el comunismo inició en 1917 por los mares de la Historia tratando de dar alcance a la imposible ballena blanca de la dictadura del proletariado llegó aquel día a su fin, y todos los Ahabs de la historia, desde Stalin hasta Ceaucescu, vieron naufragar sus delirios políticos en el fondo del siglo xx, donde ya descansaban los cientos de miles de cadáveres que ellos mismos habían arrojado. El vigésimo aniversario de la caída del Muro es una buena oportunidad para recordar, y para aprender.