José Antonio Vidal-Quadras
Ecos
Nuestros tres grandes de Olite
El pasado 30 de abril Fermín Villar falleció en la Clínica Universidad de Navarra, tras dos meses y medio de haberse agravado su enfermedad, muy cariñosamente arropado por su familia: su padre, Felipe, que fue chófer de los rectores Alfonso Nieto, Alejandro Llano y José María Bastero; su madre, María Jesús, que trabajó en la centralita telefónica de la Universidad en el Edificio Central; su única hermana, Inma, que trabaja desde hace años en el Archivo de la Clínica; y su hija Andrea, alumna de 2º de LADE (Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas).
Fermín –buen informático y dominador de portátiles– siempre había dicho que el campus era su casa. De su padre aprendió cuanto sabía de mecánica y motores de automóviles. Yo, como tantos, acudí varias veces a encargarle reparaciones. Era un manitas. Fui al modesto taller que tenía detrás de Comedores, junto al “Huerto del rector”, al lado de bellas moreras albas, las que su fallecido tío Pachi, el primer jardinero mayor de la Universidad, se trajo del castillo de Olite, de donde es esta gran familia. El que fue jefe de los conserjes, Antonio Gállego, sigue siendo amigo de varios antiguos jardineros como Aurelio y Marcelino Leoz, Bautista Cumba, Eleuterio Lasheras o los hermanos Bernardo y Pascual Lecumberry. Con ellos y otros más jóvenes Antonio se encontraba y se encuentra cada mes del año en Olite, en los retiros espirituales que movía y mueve Paco Montes, predicados por sacerdotes de esta Universidad.
Cuando yo con frecuencia merodeaba por la escalera del Edificio Central, solía asomarme al Oratorio y a menudo veía al mecánico, Felipe Villar, sentado en el último banco rezando pacíficamente. Por eso me parece tan lógico y natural que personas como Fermín, su padre, su tío y demás hayan alimentado su espíritu con los tesoros heredados de nuestro fundador, san Josemaría.