Historias mínimas
A veces me sorprendo con gesto de espía, apostado en un banco del parque analizando a la gente que pasa. En ocasiones, me descubro emboscado en la mesa de un café mientras curioseo a través del espejo de la barra. Entonces ocurre el milagro y el camarero se transforma —de repente— en un mozo de espadas que me entrega la muleta mientras yo, convertido por arte de magia en un torero clásico, lo miro con gesto grave. A lo Morante, pero sin habano, antes de arrimarme a un morlaco tan negro y malintencionado como Calvino mientras atizaba en Ginebra la hoguera de Servet.
A veces, mis pasos coinciden en la calle con los de otra persona y durante un rato caminamos juntos. En ese trecho incierto nos convertimos, por ejemplo, en Coco y Triki en Barrio Sésamo. O en el irónico príncipe de Salina debatiendo con el padre Pirrone sobre el pecado original en una tarde siciliana con viento sur (me pido a Salina). Aunque, si estoy épico, prefiero convertirme en Judá Ben-Hur subido a mi cuadriga mientras derroto a Mesala. En Jerusalén, por supuesto.
Cuando mi imaginación se desboca me siento como Íñigo Montoya tú-mataste-a-mi-padre-prepárate-a-morir en La princesa prometida. O como Paul Newman en Estocolmo para recoger el Nobel de Literatura en cinemascope… Rectifico, para tomar un martini (otro) con una Elke Sommer en plenitud.
A veces me gustaría ser Quini en El Molinón, Pepín Bello en la Residencia de Estudiantes o Juan Luis Guerra con un subidón de bilirrubina. También, no lo niego, el desbocado John McEnroe de Wimbledon, enemigo mortal de Borg y del desenredante, o en Don Draper —mad man donde los haya— en NYC solo por el placer de ponerme un traje y que me quede bien. En algún momento soñé con ser el sexto beach boy aunque solo fuera para llevarle la guitarra a Brian Wilson o acompañar al bueno de Felipe —el amigo dentón de Mafalda— que veía cráteres lunares en las obras de la calle, convertido él (y yo) en astronauta de la NASA.
Con el inocente Felipe comparto el deseo de vivir otras vidas, siquiera por un instante, libre de obligaciones e hipotecas a treinta años. Quizá sea una parte de la infancia que se resiste a desaparecer o un deseo cobarde de huir del escalafón y el horario, tan puntuales cada lunes que parecen suizos. Confieso que me ocurre de tarde en tarde, pero intento disfrutar ese arrebato como si fuera el último. ¿Qué vida llevaría si me llamara Rodrigo de Triana y hubiera sido el vigía que voceó a la Historia «Tierra a la vista»? ¿O si vistiera el uniforme de los Tercios mientras recorro el Camino Español dispuesto a morir por el Rey no sin antes, por supuesto, haberme llevado por delante a un puñado de herejes orangistas?
Esos embrujos inesperados me descubren lo mucho que me habría gustado ser uno de los rebeldes de Fidel Castro y hacer la revolución aunque acabara bien. O seguir en la redacción de Nuestro Tiempo y soplar las velas de su número 700 —ahí es nada— a las órdenes de Miguel Ángel Iriarte («oh, capitán, mi capitán»). Como Loquillo, siempre quise ir a L. A. y jugar una final de la NBA —por ejemplo, la de 1984—, vestir el verde de los Celtics contra los Lakers y pasarle el balón a Larry Bird —todo nariz y canastas imposibles— para que humille a Magic Johnson, que tanta sonrisa ya resulta cargante.
Sin embargo, si lo pienso mejor y razono, veo que no hacen falta esos delirios para llevar una vida intensa. Basta con ser uno mismo y cumplir con la prosa diaria, que no es poco. Descubrir la magia de dedicar una hora fija al alma o a jugar con los críos al fútbol en el pasillo y a las muñecas en cualquier parte. Ir, por ejemplo, a cenar con ella y hablar de la vida sin pretender entenderlas (ni a ella ni a la vida). Y, ya puestos a pedir, jugar al mus a cuatro reyes (a ocho no es mus, es otra cosa) con los amigos de siempre y no hacer trampas aunque se lo merezcan.
O, simplemente, visitar de vez en cuando a esos viejos arrugados que convirtieron una casa en un hogar para criarnos a base de sacrificios, puré y madrugones. Todo por darnos otra vida. Otra vida mejor.
Ignacio Uría [Der 95 PhD His 04], historiador y periodista.
@Ignacio_Uria