La Primera
Un día más en la trinchera
Hay lugares que a uno se le litografían en el corazón. La bahía de Biarritz, por ejemplo. O el horizonte desde el faro de Navidad. O el contorno de esos últimos compases de la sierra de Espadán, cuando el sol los besa por las tardes, antes de decirle buenas noches al mar. Cada quien tiene los suyos, sobran las explicaciones.
Con los libros pasa algo parecido: a veces uno tiene que volver para contemplar cierto paisaje. Eso me sucedió el otro día, cuando dije que aceptaba el reto de dirigir Nuestro Tiempo. Se me agitó algo por dentro al pensar en los miles de lectores a los que me debo ya y en el peso de una cabecera de casi setenta años, una de las más antiguas en España de las que se dedican a la cultura. Al ver mi nula experiencia volví a Novecento, de Alessandro Baricco.
Va una confesión: me gusta leer en voz alta y Novecento es un texto pensado para ser declamado, así que me venía al pelo. Teníais que haberme visto, metido en la cama mientras Ana intentaba dormirse, reviviendo la leyenda del pianista en el océano. Hasta que llegué a esta parte: «Danny Boodmann T. D. Lemon Novecento. La última vez que le vi estaba sentado sobre una bomba. En serio». Yo leía como si de hecho estuviese hablando con alguien: «Estaba sentado sobre una carga de dinamita así de grande. Es una larga historia… Él decía: “No estás jodido verdaderamente mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quien contársela”».
En ese punto me detuve. Bingo, me dije. Ahí está la clave que andaba buscando. No me refiero a que dirigir esta revista sea como estar sentado sobre una carga de dinamita, aunque podéis sacar conclusiones. Me refiero a lo otro, a lo de la buena historia. Javier Marrodán, antiguo y bueno y venerado director de esta revista, solía dar una definición inexacta del periodismo: «Contar bien las buenas historias». En el fondo eso es lo que tenemos que hacer, lo que queremos seguir haciendo: más periodismo. Mientras tengamos una buena historia tendremos un motivo para seguir un día más en la trinchera.
Por lo demás, nos iremos conociendo. Solo quería presentarme: Teo Peñarroja, para servir a Dios y a usted, como decía cierto personaje de los cómics de Tintín. Estudié Periodismo y Filosofía en la Universidad de Navarra y desde que terminé, hace tres años, trabajo en esta redacción, y lo demás no importa demasiado. Agradezco al Rectorado y a Jesús C. Díaz, editor hasta ahora de esta revista, la confianza para continuar con su trabajo, y a Ana Eva, Lucía, Palmira y Miguel Ángel el cariño y la ilusión con los que han acogido esta nueva etapa.
Cuando llegué para unas prácticas de verano habían pasado semanas preparando mi aterrizaje hasta el último detalle. Guardo el tarjetón en el que me escribieron: «Teo, bienvenido a la pequeña gran familia NT». Ahora es un poco distinto, pero muy igual. Cuando dije que no quería trasladarme de despacho decidieron que había que cambiar mi puerta por la que dice «Director». Luego ya nos hicieron entrar en razón los de mantenimiento y optamos por cambiar la cartelería. Ya veis: de momento tenemos buenas historias y, si seguís al otro lado de la página, de la pantalla, tendremos también a quién contárselas.